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De Vallecas a HondurasJUAN JOSÉ MILLÁS

Juan José Millás

Las pasadas Navidades ocurrió un hecho portentoso: un autobús de la EMT completamente vacío recorrió el centro de la ciudad a todas las horas, todos los días, desde el 15 de diciembre hasta el 9 de enero. En medio del tráfico enloquecido, de los peatones afiebrados, en medio de la niebla, un autobús fantasma surcaba las calles, se detenía en las paradas y volvía a arrancar sin ninguna esperanza. Puesto en circulación por el Ayuntamiento para descongestionar el entorno, fue sin embargo lo único que misteriosamente permaneció sin ocupar durante las fiestas. A ver si sale el nuevo número de Enigmas y da respuesta a este suceso paranormal, aunque quizá nadie se subió a él porque era gratis. No se trataba, pues, del único espacio vacío, sino del único en el que no cobraban. Lo gratuito provoca en el público una aprensión de tipo orgánico. Nos engañan tanto con las cosas que cuestan un ojo de la cara, que preferimos no saber el precio que hay que pagar por no pagar. Y eso que tampoco era completamente de balde, ya que el autobús fantasma fue financiado con dinero municipal, o sea, suyo y mío. Cabe también la posibilidad de que el Ayuntamiento no hubiera anunciado la actuación del autobús paranormal y la gente no estuviera al tanto. La publicidad es muy importante en nuestros días. La propia EMT ha tenido que retirar de sus autobuses unos anuncios de la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales porque todo el mundo se había enterado de que "el precio de los abrigos de piel es una salvajada", y a los peleteros se les había puesto la carne de gallina. Según la autoridad competente, la retirada se debe a que se trata de una publicidad que daña a terceros. Quizá sea cierto, pero a simple vista parecía un anuncio ecologista. Piensa uno por otra parte que si retiraran toda la publicidad que hace daño a terceros, los anunciantes se quedarían en la calle. Uno, que ha sido el tercero de tantos conflictos cuya enumeración evitaremos para no dar el salto de lo íntimo a lo público, o de lo lógico a lo ontológico, que diría san Anselmo, lo tiene suficientemente documentado. Curiosamente, la censura de ese anuncio ha coincidido con la nueva campaña de AENA sobre el aeropuerto de Barajas, que constituye un caso flagrante de daños a terceros, a cientos de miles de terceros que no pueden dormir ni estudiar ni pensar ni follar, con perdón, porque en lugar de pender sobre ellos la espada de Damocles, que es a lo que están acostumbrados, pende un jumbo con todos los motores encendidos. Ahí tenemos un caso de anuncio contaminante, al contrario del de las pieles, sin que nadie se haya rasgado las vestiduras, sin que la autoridad haya ordenado su retirada, y eso que se trata de un anuncio engañoso, pues su lema, "Barajas despega con el siglo", no se lo cree nadie. Si Barajas no cae más bajo es porque ha llegado al sótano. Vamos, que se trata del típico anuncio de campaña electoral costeado no por el PP, sino por el sufrido ciudadano, que todavía estaba pagando el precio del autobús fantasma. Veremos en qué acaba la cosa, pues está demostrado científicamente que cada vez que el ministro de Fomento ordena una campaña de imagen, se va la luz o le descubren una permuta de terrenos.

Nadie, en fin, ha retirado ese anuncio, mientras que el de las pieles ha durado 48 horas. Pero no nos interesaba tanto apuntar ese hecho como señalar que si la ciudadanía está perfectamente al tanto del asunto de los abrigos y de los problemas mentales de AENA, es porque ha habido sendas campañas de publicidad para informar de una cosa y de la otra, señor alcalde. Piensa uno que tal vez si el Ayuntamiento hubiera avisado de que iba a poner un autobús fantasma en circulación la gente lo hubiera sabido, del mismo modo que ahora conoce el precio de los abrigos de pieles o el cociente intelectual de los que aseguran a doble página que Barajas va bien.

De lo que se ha enterado poca gente, y quizá convenga propagarlo un poco, es de una noticia muy pequeña referida a una adolescente hondureña de Vallecas que el otro día falleció de asma. La chica, que se había encontrado mal en el colegio, volvió a casa, subió las escaleras, llamó a la puerta, pero no había nadie. Entonces le dijo a una vecina que no podía respirar y murió antes de que llegara la ambulancia. No sabemos si no tenía inhalador o no tenía a nadie en el mundo, en cualquier caso se trata de una de esas noticias insignificantes que le dejan a uno sin respiración. Cuando trato de imaginar a la chica, la veo en un autobús fantasma que la lleva gratis de Vallecas a Honduras. Buen viaje.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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