El tiempo se expone en París
El Pompidou reabre sus puertas con una gran exposición sobre la percepción temporalCon tres años cumplidos y 21.000 millones gastados, el centro prepara un relevo en su dirección
El tiempo ni se ve ni se oye y tampoco puede tocarse o catarse pero, desde el pasado 13 de enero y hasta el 17 de abril, se expone. Ese es el reto asumido por el Centre Georges Pompidou de París, que será retomado por Roma -del 15 de julio al 23 de octubre- y por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona -del 28 de noviembre al 25 de febrero del 2001-.Para evocar el tiempo, para hacerlo sensible, para que sea comprensible de un modo que no se limite al propio hecho de vivirlo, los organizadores de la exposición Le Temps, vite (El Tiempo, rápido) proponen un recorrido organizado en doce áreas, de la oscuridad a la luz, de la luna al sol, del paleolítico superior hasta dos obras, de Giovanni Anselmo y Luciano Fabro, que evocan la explosión o muerte del sol, esos 5.000 millones de años de vida que son la fecha de caducidad de la tierra.
El cielo, el movimiento de las estrellas, la sucesión de días y noches, nos proporciona lo que Platón llamaba "la primera imagen móvil de la eternidad". Distintos artistas y científicos nos han legado instrumentos -astrariums, tratados de navegación, cúpulas pintadas que remiten a la bóveda celeste, etcétera- que hablan del cómo dominar y organizar el tiempo de la noche. Y para eso era válida la clepsidra de la época de Ptolomeo II o lo es la contemplación de la luna en los once monitores de Nam June Paik que hacen factible captar, simultáneamente, todas las fases del astro.
La irrupción del subjetivismo en la percepción temporal es la cuestión central del segundo apartado. Obras de Andy Warhol, De Chirico, Boltanski, Chardin, Ensor, Goya, Matisse, Cezanne, Esther Ferrer y otros abordan, vía autorretrato, el desafío del tiempo. Cindy Sherman, Picasso o Cornelis Norbertus Gijsbrechts están presentes con una serie de vanidades incorporando las del pintor flamenco la insólita referencia a la destrucción de la propia tela como elemento a la futilidad de la agitación humana.
Las lenguas, las distintas culturas, el timp rumano, el temps catalán o francés, el tempo gallego o italiano, el wato de los mandingos, el aeg de los estonios, el Breme de los macedonios, el waktu de los indonesios, el time de los británicos, el Zeit de los alemanes, el Ngày de los vietnamitas, el tau tahitiano o el xronos de los griegos no son el mismo tiempo, como distintos es el de japoneses, chinos, árabes, urdús, persas o polacos.
Otra variación culturalo-científica: los calendarios. Una estela guatemalteca, un planetario del XVIII, los fragmentos de un calendario galo del siglo I, un codex azteca, un calendario cilíndrico de Bali, otro que deja intervenir el azar en el recuento de los meses, un relieve maya, la sucesión de almanaques de los correos y telégrafos franceses, nos permiten ver los distintos inventarios del tiempo según épocas y latitudes.
El sexto apartado o área relaciona tiempo y trabajo. No se trata tan sólo de referirse a los ritmos laborales, nuestra musculatura o atención puesta a prueba por el ritmo de la máquina o el reloj de fichar sino también de ver como el tiempo trabaja, modela un paisaje, o de asistir al esfuerzo desesperado de Marcel Broodthaers para dejar rastro de su paso por la tierra escribiendo bajo un diluvio que borra irremisiblemente sus trazos de tinta.
Y del trabajo al tiempo libre, ese extraño adjetivo que nos habla de la elasticidad de los minutos, de tiempos muertos, que nos tiende en la playa, nos sienta en una barra del bar o nos transforma en monsieur Hulot de vacaciones. Las instalaciones de Richard Baquié o Edward Kieholz, las fotos de Claude Closky o la partitura en blanco de John Cage para su célebre 4"33"" son las estrellas de un camino que nos conduce a las memorias, al almacenamiento del tiempo, confundido este en recuerdo, convertido en libro, disco, foto, cinta magnética, biblioteca o escultura que superpone estratos geológicos inventados por Luciano Fabro. Los modestos instrumentos del escriba egipcio conviven con un cojín tricotado con bandas magnéticas de canciones de los Beatles.
La aceleración, la velocidad, el progreso técnico nos permitirán desafiar el reloj, los husos horarios, cada vez que nos embarquemos en un avión pero ese desafio es pequeño comparado al de la información en tiempo real, a esas cartas que hace apenas unos años tardaban unos, dos o tres días en llegar hasta nosotros y que ahora pueden escribirse ante nuestros ojos a pesar de que existan entre destinatario y remitente miles de kilómetros. Guillaume Bjil abre el apartado con una instalación de una agencia de viajes mientras un texto de 1830 nos recuerda, en metros por segundo, la velocidad de crecimiento de las uñas, del bambú, del flujo de la sangre en la aorta de un perro o de la luz en el agua.
El desafío del tiempo real es abordado por una estupenda instalación de Laurie Anderson, por la música de Pierre Boulez, por un filme de Charles y Ray Eames y por los omnipresentes ordenadores. El futuro del tiempo, la marcha hacia ese sol al que sólo le quedan 5.000 millones de años que vivir, cierra esta exposición temática con la que el Pompidou retoma la inspiración de cuando abrió el centro, en 1977.
La resaca del Real
Fueron 22.000 millones de pesetas de obras, y son ya 20.981 millones los que se llevan gastados desde que el Teatro Real resurgiera de años de reformas, accidentes y malos augurios, sobre los que el Tribunal de Cuentas ha anunciado que se dispone a abrir una investigación. Tanto esfuerzo se invirtió y se invierte en hacer de este escenario un primera división de la ópera mundial. ¿Pero lo es realmente?Quizás los acontecimientos del pasado día 7 en el homenaje a Alfredo Kraus vinieron a poner de manifiesto que el Real es, por lo menos, un teatro con problemas. Y es que una institución que mueve 6.559 millones de pesetas al año como presupuesto -de los cuales, el 80% se destina a las producciones artísticas- es normal que los tenga y que encima haya cuchilladas para hacerse con las riendas, que en la actualidad mueven su director artístico, L. A. García Navarro, y, sobre todo, su gerente, Juan Cambreleng, que esta semana se ha colocado en el centro de todos los objetivos, armamentísticos, se entiende.
En buena hora se le ocurrió a la dirección del teatro organizar una gala en memoria de Alfredo Kraus e invitar a Luciano Pavarotti, que siete horas antes de que se levantara el telón anunció que no se presentaría. Los incidentes y la revuelta del público, al enterarse de la noticia sentados en sus butacas -luego se sabría que hasta el ministro de Educación y Cultura, Mariano Rajoy, y el secretario de Estado, Miguel Ángel Cortés, también tuvieron buena cuenta de ello en sus sitios-, desataron la caja de los truenos de un teatro que, para algunos, no da la talla de lo que se esperaba de él, lo cual, con un público exigente como el madrileño, siempre es un problema.
La crisis de esta pasada semana en el Real ha puesto de manifiesto que el patronato, máximo órgano de dirección del centro, compuesto por 16 miembros nombrados entre el Gobierno central y la Comunidad de Madrid, está dividido y que la Administración cada vez está más descontenta con la forma de llevar el mismo. Dos patronos nombrados por el Ministerio de Cultura, Josefina Halffter y el escenógrafo Joaquín Álvarez Montes, denuncian ya en público que la gestión del teatro adolece de una falta de profesionalidad evidente. "Es sólo comparable a los países del Tercer Mundo", cuenta Álvarez Montes, quien coincide con Josefina Halffter en que no es la forma como el Partido Popular les había insistido y prometido que se harían las cosas. "Yo he escuchado al mismo José María Aznar decir que se profesionalizaría la gestión cultural, algo que en los países más serios requiere una formación universitaria, no como aquí", agrega Montes.
Con ellos aseguran que coincide una parte importante del patronato. Algunos, como el actor José Luis Gómez, renunciaron ya a su cargo por desavenencias. Pero después de lo de la pasada semana, si por una parte ya se estaba intentando buscar recambio a la dirección artística -para lo cual se han mantenido contactos por parte del Ministerio de Cultura con Helda Smith, una asesora operística de centros como el Covent Garden que acaba de aceptar la dirección del Palacio de las Artes de Valencia, o de directores de orquesta de primera fila, como Riccardo Chailly-, ahora no hay dudas de que la hora del gerente está cerca.
La cuestión es cuándo. Todo apunta a que será después de las elecciones del 12 de marzo porque a nadie le interesa reconocer un fracaso en plena campaña. Mañana, en la comisión ejecutiva del centro, a la que asistirán representantes del ministerio y de la Comunidad de Madrid, ante quienes Cambreleng dará explicaciones de lo sucedido, no se esperan ceses ni dimisiones. Una cosa es evidente: el otrora protegido por miembros del Gobierno como Rodrigo Rato, a quien ha hecho de guía en el Festival de Salzburgo, o por la ex ministra Esperanza Aguirre, que ya no ocupa su cargo, vive sus horas más bajas y cuenta ahora, según cargos del Ministerio de Cultura, con el único apoyo de Alberto Ruiz-Gallardón, presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid.
Mientras todo ocurría esta semana, mientras los patronos saltaban a los medios de comunicación denunciando al gerente y el ministro Rajoy desautorizaba públicamente a Cambreleng diciendo cómo se podía haber evitado lo que se produjo informando al público antes de entrar en la sala, según él, fuentes del Ministerio de Cultura aseguran que Cambreleng no entra en razón y han puesto una oferta sobre la mesa al recién dimitido responsable del Teatro del Liceo, Josep Caminal, que éste ha rechazado.
El gerente, que no ha querido hablar con EL PAÍS a lo largo de toda la semana, también ha encontrado muestras de apoyo a su gestión por parte de Andrés Ruiz Tarazona, director del Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAEM). "La marcha del Teatro Real es buena. Se inauguró con unas prisas tremendas y tanto los responsables artísticos como la gerencia han hecho lo posible por hacerlo andar, y el hecho de tener enemigos es normal, eso es que la cosa va bien. Lo que nos preocuparía es que no los tuvieran", asegura Tarazona.
Pese a sus juicios elogiosos, Tarazona piensa que hay cosas que se pueden mejorar. Es el caso del acceso del público al teatro. "Habría que intentar poner en marcha funciones para jóvenes que no tienen capacidad adquisitiva para comprar entradas ahora", dice Tarazona, pensando en los repartos alternativos, algo que se ha puesto en funcionamiento en el Liceo de Barcelona con gran éxito, por ejemplo. "Lo malo de eso es que aquí", según el director del INAEM, "el público no se conforma con cualquier cosa, porque ya vio usted cómo se pusieron el otro día por caerse Pavarotti del cartel, una reacción que me parece lamentable considerando, por otra parte, que el público siempre tiene razón".
Asunto espinoso
El acceso del público al teatro es uno de los asuntos más espinosos y algo que ha hecho saltar también a los patronos críticos. La gota la produjeron unas declaraciones de Cambreleng a un periódico digital, en las que aseguraba que quien no contaba con un abono para la temporada del teatro no era nadie.
El último problema para el polémico gerente los plantean 74 de los 235 trabajadores del teatro, que ayer anunciaron su intención de protagonizar un plante u otro tipo de protesta el próximo 25 de enero, coincidiendo con el estreno de uno de los títulos más esperados de esta temporada, la ópera de Dimitri Shostakovich Lady Macbecth de Mtsensk.Los trabajadores se quejan de que el teatro les obliga a hacer tareas no contratadas, y hablan de "esclavitud". El Real responde que no son empleados suyos, sino de una empresa de servicios denominada Umana. Los trabajadores piden ser contratados directamente por el Real.
Montajes poco exportables
Elena Salgado, ex responsable del Teatro Real, también apunta a la profesionalización en la gestión como una de las garantías para el futuro del teatro. A la profesionalización y a la desvinculación de los responsables ejecutivos del teatro del mundo de la promoción musical. Y eso tiene que ver con la anterior relación del actual gerente del Teatro Real, Juan Cambreleng con la empresa MusiEspaña, creada por él en 1992 junto a Humberto Orán y al representante Enrique Rubio, como administradores, y con María Paloma Martín Santos como apoderada. Cuando Cambreleng accedió al Real, Martín Santos ocupó en la empresa el puesto de administradora. La contratación de cinco cantantes que llevaba la empresa al inicio de la gestión de Cambreleng, cosa que prometió que no volvería a hacer, levantó dudas sobre sus pretensiones.Otra de las cosas que el ministerio dirigido por Esperanza Aguirre echaba en cara a la antigua dirección del Teatro Real era, según Elena Salgado, el hecho de que para ellos las producciones propias que habían planeado eran muy pocas. "No podemos convertir al Real en un garaje para producciones de otros teatros", me dijeron en el ministerio, cuenta Salgado. A fecha de hoy y con casi 30 montajes estrenados, el Real sólo ha producido ocho, que serán diez al final de la presente temporada. Pero lo más grave es que un teatro que se precie de ser de primera fila los habría exportado fácilmente. A fecha de hoy, en el teatro afirman que de los diez montajes previstos sólo se ha vendido uno, el que tienen previsto estrenar el próximo 25 de enero, Lady Mcbeth de Mtsenk, que se verá en Buenos Aires, en Nápoles, Japón y probablemente en Moscú. También hay, según los responsables del teatro, posibilidad de exportar La Bohème, Carmen y Margarita la tornera.
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