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TRAS LA RUPTURA DE LA TREGUA Traspasando el umbral

Nunca ETA ha tenido tanto apoyo y compresión ajena, de partidos que están fuera de ella, con el encomiable fin de que deje la lucha armada; y nunca se le ha ofrecido por los mismos tantas causas y razones, hasta históricas, para que no la abandone, para que la continúe más legitimada que nunca. Los moderados de Lizarra han traspasado el umbral, han acabado adulando a ETA, han querido entender tanto las causas de ETA que han acabado justificándola. Es un riesgo que bien subraya un gran teórico del tema como Michel Wieviorka. En la seráfica e impúdica equidistancia que supone llamar a ETA de nuevo a la tregua (que se pare) y pedir en el mismo eslogan al Gobierno a que realice concesiones ( que se mueva) se está expresando una relación causa-efecto que, al menos en Euskadi, intenta culpabilizar al Gobierno. Si el Gobierno no hace concesiones lo lógico es que ETA vuelva a las andadas; en cierta manera se justifican las furgonetas cargadas con dinamita. Lo coherente con un mensaje pacifista es pedirle a ETA que deje su violencia injustificable. Las reformas penales o políticas tienen otros cauces que nada tendráan que ver con ETA, so pena que la estemos legitimando. Y si en este contexto el Gobierno hiciera concesiones, la utilidad de la violencia política quedaríaa garantizada.

En el contexto creado desde Lizarra, o a ETA la disuelve la policía, que es lo normal, o ETA disuelve al resto, incluidos sus aduladores. Los seráficos traspasaron el umbral. Desde el momento en que los nacionalistas que no ejercen la práctica violenta traspasaron las condiciones para que ETA abandonara la lucha armada, que es lo fundamental, erigiendo vertiginosamente y en forma de ruptura toda una montaña inalcanzable de reivindicaciones nacionalistas, estaban dando cobertura a la posibilidad de la vuelta a la violencia por parte de ETA. De repente ETA descubre una comunión nacionalista insatisfecha, que comparte en gran medida sus reivindicaciones, y sucede que esas reivindicaciones -que rompen con el Estatuto, que inician el proceso soberanista- son, al menos a corto plazo, imposibles de atender. Para superar los imposibles siempre se ha esgrimido la violencia social; para hacer creíble lo increíble se busca sangre redentora.

ETA, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, tenía que desaparecer por agotamiento. A través de la violencia lo han intentado todo, y cada vez les iba peor (la auténtica razón por la que el IRA dejó la práctica armada). Pero entonces, los otros nacionalistas e IU, atravesando el umbral de la legitimación de ETA y la desligitimación de todo lo demás (pacto legislativo con EH, ruptura con antiguos aliados, descuido o abandono de las víctimas, ruptura con el Estatuto, invocación de la vía soberanista, solidaridad con los presos de ETA) estaban dando vuelo a la razón de ser de ETA. Si es por la actitud de sus compañeros de Lizarra, ETA no debería cesar en la violencia, debe hacer lo que está haciendo y llevarse con su iniciativa al resto del nacionalismo, a IU y a los obispos, porque al final la culpa va resultar que la tiene, la tiene que tener, el Gobierno.

Los moderados de Lizarra, si querían la paz, han errado el cálculo. En vez de garantizar el proceso de paz han garantizado el proceso de violencia. Ha sobrado compresión, han sobrado campañas de reivindicaciones pendientes en ese mismo momento, ha sobrado victimismo, ha sobrado solidaridad con unos y olvido de otros. Y, en general, lo que se echa en falta es un mínimo cariñoo por la Ilustración, que con la razón como arma y como mito, estableció unas reglas de juego aún vigentes que hace posible en toda Europa la convivencia política. Cuando esas reglas están rotas, por posicionamientos preliberales, desaparece el Estado, se produce el colapso de instituciones que, como aprecia Michael Ignatieff, "permiten a los individuos crearse unas identidades cívicas lo suficientemente firmes como para contrarrestar sus filiaciones étnicas". "La desintegración de los estados, y el miedo hobbesiano resultante, es lo que produce la fragmentación étnica y la guerra", añade el autor de El honor del guerrero. El nacionalismo vasco y la Iglesia de Roma tienen hacia la Ilustración una peligrosa y profunda aversión cuyas consecuencias empezamos a padecer.

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