Todo por la patria
KOLDO UNCETA
Quienes crecimos durante el franquismo tuvimos que acostumbrarnos a convivir con una sonora frase, colocada en el frontispicio de todos los cuarteles de la Guardia Civil -antes los había por todas partes-, que rezaba ""Todo por la patria". Eran los tiempos en que los estancos se distinguían por los colores rojigualdos de la bandera, la cual adornaba tambián calles, plazas y balcones durante las fiestas patronales de pueblos y ciudades. En los colegios se entonaban himnos patrióticos y se estudiaba una curiosa asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional en la que junto a la enseñanza de los pilares orgánicos del régimen -familia, municipio y sindicato- se nos trataba de inculcar a los jóvenes la idea de la nación española como bien supremo.
La famosa frase de "Todo por la patria" sigue hoy presidiendo la entrada de los cuarteles, aunque éstos sean en la actualidad menos visibles en los núcleos poblacionales. Se trata de una sentencia que viene a expresar con nitidez una escala de valores en la cual las personas, las ideas, las creencias, los derechos, se encuentran subordinados a un interés superior: la patria. El "todo por la patria" tiene dos lecturas distintas y complementarias. La primera de ellas induce a pensar en la renuncia individual en favor del interés nacional. Es la lectura heroica que obliga a darlo todo por la propia nación, cuando está en peligro su integridad. La segunda lleva a traducir el "todo por la patria" en "todo vale si es por la patria", lo que conduce a negar cualquier límite en la defensa de aquélla, y a aceptar que todos los medios son válidos para preservar su esencia.
Todo esto viene a colación de las tan traídas y llevadas manifestaciones del ministro Serra sobre el papel de las Fuerzas Armadas ante un hipotético peligro de desmembramiento de la unidad española, un papel en el que se presupone que todos los medios son válidos, incluídas las armas, para defender una idea, al parecer inmutable, de nación. Uno quiere pensar que dichas manifestaciones se inscriben en la alocada carrera emprendida desde el Gobierno y el Partido Popular por presentarse a la próxima cita electoral de marzo como los únicos garantes y defensores de la identidad e integridad patrias, hasta el punto de descalificar el resto de planteamientos, incluídos los federalistas, como enemigos de España.
Al margen del discutible tirón electoral de estas soflamas patrióticas -que sería de agradecer no empujaran al PSOE a intentar demostrar, como en otros tiempos, que ellos no van a la zaga en lo que a españolear se refiere-, la nueva oleada de apelaciones a la defensa de la unidad nacional, incluída si es necesaria la participación de las Fuerzas Armadas, arrojan nuevas sombras en el delicado panorama político del País Vasco. Por un lado, constituyen un jarro de agua fría para la esperanza de miles de ciudadanos que reclaman tomar en sus manos la responsabilidad sobre su futuro, expresar su voz y su opinión sin imposiciones ni amenazas de nadie, como única alternativa realista al ruido de las armas. Y, por otro lado, suponen un acicate para esos otros defensores del "todo por la patria", dispuestos a imponer de cualquier manera su propia concepción de la nación vasca, amenazando diariamente a quienes no piensan como ellos, e inculcando en muchos jóvenes cachorros el sentido heroico del patriotismo que pueda legitimar cualquier barbaridad, y que acabe tristemente dando sentido a la cárcel, al exilio, o la la propia muerte.
Ni España, ni Euskadi, ni ninguna nación, son algo inmutable y eterno. Son el resultado de un devenir histórico que no se ha detenido, que sigue avanzando. Y de la misma manera que ni España, ni Euskadi, ni Alemania, existían hace unos cuantos siglos, es posible que en el futuro hayan sufrido transformaciones que las hagan irreconocibles a los ojos de hoy. El futuro nunca podrá estar sujeto de pies y manos al pasado. Sólo los ciudadanos y ciudadanas, a través de sus mayorías, deben escribir su presente, dibujando y matizando así un futuro que, a su vez, será modificado por las nuevas generaciones, sin que ninguna patria pueda representar un bien supremo e intocable, un límite a la voluntad popular.
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