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El gran despegue MONCHO ALPUENTE

El Ministerio de Fomento despega en el dos mil haciendo mucho ruido, doscientos millones de estruendo publicitario durante siete semanas en todos los medios de comunicación para convencernos a todos de los bienes que traerá la ampliación de las pistas de Barajas, a todos menos a los más de cien mil vecinos que suman Coslada y San Fernando de Henares, que a esos ya no les convence nadie porque saben que a más tráfico aéreo en las proximidades de sus casas menos calidad de vida para ellos. Los alcaldes de ambas localidades hubieran preferido que el dinero de la ruidosa campaña propagandística se hubiera dedicado a insonorizar las viviendas afectadas o a encargar el proyecto de un nuevo aeropuerto madrileño fuera del ámbito urbano, pero al ministro Arias Salgado que pilota la operación le gusta hacer las cosas a lo grande y los pequeños problemas de los vecinos de Barajas carecen de importancia cuando está en juego, nada menos, que "liderar el mercado aéreo latinoamericano, atraer más turismo y convertirse en uno de los aeropuertos internacionales estratégicos más importantes de Europa". Hasta ahora sólo había conseguido ser el más incómodo y problemático.El ministro de Fomento debe ser un ferviente seguidor de la tradición familiar, digno heredero de aquellos tiempos de patético colosalismo provinciano cuando en España se construían los mayores pantanos del mundo, los mayores estadios del Cosmos y los monumentos funerarios más apabullantes del orbe desde la construcción de las pirámides. Por aquellos días se podía leer en el libro Guinness (ese libro de excesos que hay en inglés como lo define Javier Krahe) que el Valle de los Caídos batía todos los récords dimensionales entre los mausoleos contemporáneos. Las otras marcas españolas homologadas en aquella edición desmerecían bastante pues eran el mayor número de toros lidiados en un solo día, obra de El Cordobés, otro icono del desarrollo, y el mayor número de horas haciendo girar un aro con un palito.

Arias Salgado no quiere caer en la fragmentación y el "minimalismo" de otras grandes urbes que tienen dos, tres o más aeropuertos y sueña con un solo Barajas grande y libre de conflictos, megalítico, emblemático y representativo de sus años triunfales en el Ministerio de Fomento de Privatizaciones y Contratas. Una obra que con un estrépito acalle el horrísono escándalo permanente que provocan los aviones que despegan y sobre todo los que no despegan ni a su hora, ni en su día, bien sea por fallos técnicos, inclemencias meteorológicas, inepcias carismáticas o conjuras satánicas como las que en su día denunciara su padre don Gabriel Arias Salgado cumpliendo con sus funciones de ministro de Información del antiguo régimen.

Impasible el ademán pese a la que está cayendo don Rafael Arias Salgado despega en el dos mil, por aire con la pequeña campaña del Gran Barajas y por tierra con la megacampaña "Ponemos en marcha", "Infraestructuras 2.007" que arranca con suntuosos despliegues publicitarios en las páginas de los periódicos en los que se prometen cuatro billones para carreteras, más de 4,7 billones para la red ferroviaria, más de 600 millones para los aeropuertos, más de 560.000 millones para los puertos y 300.000 millones para las telecomunicaciones.

Una oferta insuperable que sólo entrará en vigor si el PP revalida su mayoría electoral y Rafael su cargo como ministro del ramo, doble catástrofe que se perfila en el horizonte de marzo.

El descarado despliegue publicitario anuncia por dónde van a ir los tiros de una campaña electoral apoyada por las instituciones del Gobierno con el mayor desparpajo y sustentada en una idea con la que estoy básicamente de acuerdo. Ya que no podemos vender los logros que no hemos conseguido vendamos los que teóricamente podríamos conseguir si nos dejan revalidar el título.

Un lema especialmente adecuado para promocionar a un ministro sin nada que vender, avalado por una trayectoria nefasta que ha quemado la sangre de millones de viajeros y usuarios y levantado ampollas en las filas de su propio partido entre las que abundan los partidarios de sacrificarle como lastre para remontar el vuelo lejos de los mundanales desastres de Barajas.

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