El escándalo puede barrer a toda la dirección del partido
Mientras el escándalo financiero de la CDU se transforma en un alud que amenaza con barrer a la directiva del partido, la opinión pública alemana no parece sorprendida de las revelaciones sobre el papel de los dirigentes demócrata cristianos. Una encuesta del instituto Infratest Dimap ha revelado que tres cuartas partes de los ciudadanos no creían que Schäuble desconociera la forma en que eran tratados los donativos, según la agencia de prensa DPA. La confesión de Schäuble ratifica a los ciudadanos en sus prejuicios.Schäuble, que está en una silla de ruedas debido al atentado que sufrió en 1990, ha quedado ya marcado de forma indeleble como parte del sistema Kohl. En diciembre, aún podía personificar la "ruptura". Hoy, se ha convertido en un "complice", señalaba un analista. En los cenáculos políticos, comienzan también a barajarse nombres para el futuro. ¿Será el delfín de Kohl, Jürgen Rüttgers, el candidato de la CDU en Renania del Norte-Westfalia? ¿O acaso el polémico Edmund Stoiber, el jefe del partido hermano (CSU) de Baviera? ¿Tendrá Angela Merkel su oportunidad o será barrida por el alud?
En el partido aumenta la indignación y la perplejidad por la confesión del presidente, que no hizo sus revelaciones durante las recientes jornadas de reflexión, sino que prefirió la televisión. Peter Kurt Würzbach, el responsable de la CDU en Kiel, la capital de Schleswig-Holstein, donde se celebran elecciones el 27 de febrero, ha calificado de "gran bofetada" la confesión de Schäuble. El responsable en Brandenburgo, Jörg Schönbohm, ha propuesto adelantar el congreso de la CDU,que debe elegir una nueva directiva del partido en abril.
A lo largo de estos penosos días de confesiones forzadas, la secretaria de la CDU, Angela Merkel, y Schäuble han perdido la capacidad de mantener un lenguaje corporal optimista. Ayer, Schäuble reía nerviosamente, se rascaba una mano y se servía repetidamente agua, mientras respondía a las preguntas de la prensa. A su lado, Merkel hacía tamborilear sus dedos sobre el antebrazo, mientras su mirada parecía más triste que nunca.
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