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Guerras inacabadas

Andrés Ortega

Tras la muerte de Franjo Tudjman y la victoria de la oposición en las elecciones legislativas en Croacia, Slobodan Milosevic permanece no sólo impertérrito, sino activo en Belgrado. Su supervivencia es lo que queda de una guerra inacabada. Pero ¿acaso no son todas las guerras en las que desde 1989 se ha metido Occidente -e incluso Rusia, como se demuestra en Chechenia- inacabadas? O incluso inacabables, pues presentan intereses contradictorios y se libran desde un concepto posmoderno: poco riesgo para el atacante occidental; pocas bajas, y medios limitados para fines limitados. Desde la guerra del Golfo, pasando por algunas operaciones africanas, y terminando por un largo conflicto balcánico que permanece abierto, no se ha sabido concluir las faenas iniciadas.No acabar las guerras -lo que no significa necesariamente que haya que acabarlas con medios militares, pues el fin último siempre es político, como bien enseñó Clausewitz- lleva a generar nuevos problemas, pues los mismos dictadores que permanecen en el poder siguen jugando al nacionalismo: Saddam Husein en Bagdad, o Milosevic en Belgrado, mientras en Kosovo una limpieza étnica ha reemplazado a otra, y la paz que se está construyendo no es aquella por la que se libró la guerra.

En todo caso, de Croacia hay lecciones que sacar. La perspectiva de ganar las presidenciales del 24 de enero puede servir de acicate para que la oposición se mantenga unida y se avance en una transición hacia la democracia, lo que no está garantizado, como se vio en 1998 en Belgrado. Pues en el hecho de que Milosevic se mantenga en el poder, y la guerra haya tenido lugar, también ha desempeñado un papel la incapacidad de la oposición -que no recibió en su día el suficiente apoyo externo- en Serbia para mantenerse unida, superando los protagonismos personales y las diferencias. Con lo ocurrido tras su muerte, Tudjman ha demostrado que era uno de esos dictadores que, como Franco, Ceaucescu y previsiblemente Milosevic, son el centro de gravedad de los sistemas sobre los que se apoyan, y que una vez desaparecidos, el cambio es posible.

Milosevic bien lo sabe, y por eso intenta retomar la iniciativa, para aferrarse, él y los suyos, al poder que le queda volviendo a la estrategia de tensión que tantos resultados suele darle, y que pretende aprovechar la llegada a la presidencia de Rusia de Vladímir Putin, y la autonomía ganada en los últimos meses por los militares rusos frente al poder político. El ministro de Defensa ruso, Ígor Sergeyev, visitó Belgrado estas pasadas navidades, y también viajó a Kosovo, donde las fuerzas rusas no acaban de encontrar su papel. En este contexto, desde Belgrado se ha agitado el espectro de un regreso de fuerzas serbias a Kosovo. No por la fuerza, sino en cumplimiento del acuerdo que puso fin a la guerra el pasado 9 de junio y la posterior resolución del Consejo de Seguridad, que, efectivamente, preveía que unos destacamentos serbios con armamentos ligeros pudieran volver a Kosovo en unos meses. La OTAN ya ha replicado negativamente ante esta pretensión.

Milosevic reitera una y otra vez su reivindicación sobre Kosovo, mientras se ve favorecido por las noticias sobre la ausencia de campos de la muerte en la antigua provincia Serbia, ahora bajo la Administración de la ONU. Actos criminales por parte de los serbios los ha habido, suficientes para justificar a posteriori la intervención de la OTAN. Se han encontrado más de 2.000 cadáveres, pero no los 10.000 o más que se proclamaba desde Bruselas. Que la guerra está inacabada y que Milosevic siga, aparentemente, controlando el poder en Belgrado queda reflejado, por su parte en el hecho de que en el presupuesto de la Federación Yugoslava para el 2000 casi las tres cuartas partes vayan a las fuerzas armadas, y en el de Serbia, una cuarta parte para la policía. Los Balcanes van a necesitar aún mucha atención; y prevención. En el mundo se ha abierto paso un nuevo intervencionismo; pero que no sabe, no puede o no quiere rematar sus acciones.

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