Profetas
MIQUEL ALBEROLA
Los profetas tampoco son ya lo que eran, aunque quizá, por concluirlo al modo de un personaje astuto de Robert Graves, nunca fueron lo que eran. Se han sectorizado, que es una forma de especialidad más (re)sentida, y escriben sus augurios en las columnas de opinión de las distintas secciones de los periódicos. Hubo un tiempo en que envueltos en una piel de cabra vaticinaban miedos sistémicos en los mercados del tamaño de una hecatombe mundial, lo cual, si aceptamos que lo malo no es morirse sino que los demás se queden aquí, era un alivio porque suponía que se terminaba todo para todos. Pero las maldiciones sólo tenían un sustento oral y a las palabras siempre se las llevaba el viento. Entonces, cuando todas las escrituras eran sagradas, los profetas gafes sólo asustaban si sus pronósticos eran transcritos sobre un papiro. La vajilla siempre ha sido más importante que el menú. Luego estas amenazas alcanzaron rango tipográfico, y el beneficio del gremio fue que durante varios siglos la verdad se estampó en las imprentas, lo que abonó el equívoco de que todo lo que estaba impreso era cierto. En realidad, el apocalipsis sólo ha cambiado de soporte, pero como casi siempre se origina en los achaques biológicos de los profetas, que acaban confundiendo su descomposición de estómago con el fin del mundo. También como entonces sangran por la herida y postulan catástrofes específicas. Todos los días escriben el mismo artículo sobre el partido político que se cae a trozos, el museo o el teatro que se hunden por su gestión, la lengua que se extingue de forma irremisible, la izquierda que se extravía en su propia oscuridad, el equipo que está a punto de bajar a Segunda, el pésimo nivel de la enseñanza, los fatales índices de lectura o el mal de la burguesía que nunca existió. Sin embargo, los camiones suben y bajan por las autopistas, los restaurantes están repletos los lunes por la noche, la información es mayor y los niños son más listos y más libres. A menudo, los profetas son sólo tipos que con tal de no ir al médico son capaces de ponerlo todo patas arriba para que los demás terminemos en el hospital.
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