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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Turó Park SERGI PÀMIES

La concentración de referencias culturales que rodean el Turó Park es notable. Las calles que configuran el perímetro de este parque barcelonés comparten aires literarios y musicales. Francesc Pérez Cabrero (compositor), Tenor Viñas (pues eso) y Pau Casals se encargan de la música, y Ferran Agulló (poeta, periodista y comediógrafo) y Bori i Fontestà (poeta patriótico) de la letra (Josep Bertrand, por su parte, puso el terreno, que es, en cierto modo, una forma de mecenazgo). Si a eso le añadimos que los jardines llevan el nombre del poeta Eduardo Marquina y que, en la entrada principal, se erige un monumento a Pau Casals con poema de Espriu incorporado, resulta hasta cierto punto lógico que algunos escritores hayan sido vistos paseando, fumando, matando el tiempo o inspirándose en este rincón de la ciudad.Puede que, en otro tiempo, el parque rezumara romanticismo y propiciara la reflexión silenciosa o el aterrizaje masivo de musas. Y que, en su día, sirviera para oxigenar las neuronas de Jaime Gil de Biedma, vecino y poeta. O que ayudara a José Ángel Cilleruelo cuando escribió, precisamente sobre la muerte de Jaime Gil, el cuento Maestro Pérez Cabrero nº 6. O que asistiera a las conversaciones entre José Agustín Goytisolo y su nieto Víctor, o al brote de inspiración de Joan Margarit, autor del poema Retorn al Turó Park ("Majestuosament, el parc estén/ el seu fullam verd fosc dins dels teus ulls"). Actualmente, en cambio, la dejadez del parque invita más al reportaje fatalista y a la airada carta al director que a la oda intimista. Deterioro, ésa es la palabra. El teatrillo en el que se representaban matinales y domingueras obras de marionetas es ahora un cadáver cubierto por la erosión del tiempo y de los graffiti. La pista de skate ha sido ocupada por enérgicos grupos de adolescentes con ruedas, capaces de dominar la furia de un monopatín y, al mismo tiempo, rociar una pared con un spray. La zona infantil -columpios, toboganes y tal- fue renovada hace poco pero, como tantas otras partes de este organismo vivo, ya presenta serios síntomas de deterioro. ¿Culpables? En primer lugar, el vandalismo. Hay gente que se divierte destrozando cosas, sobre todo cuando las cosas no son suyas. Es un milagro que los bancos sigan en pie y que ese retrete de pago -a medio camino entre el confesionario futurista y la cabina telefónica- se mantenga en su sitio. El resto del parque ha sido tomado por los perros y sus dueños. A pesar de que existe una zona reservada para canes -me resisto a pronunciar la asquerosa palabra pipi-can- y un montón de letreros que recomiendan el uso de correa y la recogida selectiva de excrementos, las excepciones son tantas que se convierten en reglas. Abundan, cómo no, las discusiones entre los unos -que dejan al perro suelto con la tradicional excusa de "no muerde, sólo está jugando"- y los otros -que velan por la frágil yugular de sus pequeños-. Pero como los procaninos van armados -de perro- siempre acaban ganando. Por más que los insuficientes empleados de Parques y Jardines procuren adecentar la zona, no pueden restituir lo roto ni evitar que algún gracioso la tome, armado de un rotulador, con el busto del pobre tenor Viñas. Hay una estatua de romano con caballos rodeada de un foso en el que, alguna vez, hubo agua (para tenerla hecha un asco, mejor quitarla, debió de pensar la autoridad), una estatua de Jean-Michel Folon y un quiosco de bebidas que, en días de sol, hace la vida más soportable.

¿Por qué sigue deteriorándose el parque? Por falta de vigilancia y de medios y porque quizás -como en numerosas ocasiones han sugerido algunos vecinos conscienciado- sería mejor suprimir la reja que separa el parque del barrio y abolir esa frontera que cuando oscurece -y aprovechando la escasa iluminación- lo convierte en escenario de tenebrosas sombras. También me consta que una vecina -Margi Bernad- ha propuesto que, de algún modo, se recuerde -con una placa en un banco, por ejemplo- la presencia de José Agustín Goytisolo. O que se cree un espacio cerrado -quizás un invernáculo, sugiere- para preservar esa tranquilidad que tanto fomenta la lectura o el reposo mental; darle al parque un contenido cultural y no limitarse a las simples reformas en proyecto. Pero el departamento municipal no responde. Y es una lástima. Porque la memoria de Goytisolo le vendría bien a la rancia aureola literaria del parque. ¿Qué mejor compañía que la de un artista que no sólo le dedicó un poema inédito al Turó -El ángel verde- sino que escribió: "El urbanismo y la arquitectura de hoy/ han llegado al desastre y a la desvergüenza/ y de nada han de servirnos/ para animar un poco esto"?

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