Por una semiótica del himno nacional AGUSTÍ FANCELLI
Nos saltamos la semiótica a la torera y luego pasa lo que pasa. Antes que un asunto deportivo, las selecciones catalanas son una cuestión política. Se constituyen con ánimo reivindicativo, impulsadas por el nacionalismo gobernante, y tienen sentido sólo en la medida en que una parte importante del pueblo al que están destinadas se identifica con ellas y las apoya. Pero para que eso ocurra se precisa un cierto tino semiótico. En el plano denotativo, un equipo de fútbol, de hockey o de baloncesto no es más que un grupo de muchachos empeñados en colocar el balón, el disco o lo que sea en la guarida defendida por el colectivo contrario. Si no hubiera modo de salirse de la denotación, esos equipos le merecerían al poder el mismo interés que las neveras: unas herramientas eficaces para mantener en buena salud a los administrados, pero decididamente refractarias a cualquier intento de convertirlas en metáforas de alguna otra cosa. No es el caso del deporte de equipo, obviamente. Además de ser una práctica muy saludable, escenifica una batalla, con uniformes, banderas, estrategias e incluso atención de la Cruz Roja a los heridos en el campo. Tiene pues una gran capacidad connotativa y así lo han entendido todos los gobiernos del mundo, muy en particular los de signo fascista (Juegos Olímpicos de Berlín, paradas mussolinianas, gol de Marcelino, etcétera).Ahora bien, esa predisposición a connotar, por sí sola, no produce el símbolo. Hay que acompañarla de una gramática adecuada para que funcione como tal y ahí es donde la chapuza puede producir estragos. Vaya por delante mi respeto hacia Bacap, Els Gossos, Lloll Bertran y Miqui Puig, los cuales recibieron el encargo de TV-3 de versionar Els segadors para los partidos navideños de las selecciones catalanas. Ellos hacen su trabajo libremente y no tienen por qué atenerse a los entramados de la semiosis política. Pero es obvio que fueron comisionados desde una abrumadora falta de densidad teórica. No digo mala fe, porque no la veo. Al contrario. Los profesionales de TV-3 han diseñado una televisión de formas muy aceptables (no me consta que nadie se metiera con ellas en el último y descafeinado debate parlamentario), por lo que no vieron inconveniente en traspasar sus exitosos aires de modernidad al himno de Cataluña en una interpretación oficial. Craso error. Una cosa es fer conyeta, aceptada ya por los pelos, en La cosa nostra o Malalts de tele -cuyo último número, por cierto, se dedicó a suministrar nuevas e hilarantes variaciones de Els segadors, tipo rumbero, saeta, rap, etcétera-, y otra muy diferente colocar una versión jazzística a cappella cuando previamente han sonado los pomposos acordes del himno de Yugoslavia (¡nada menos!) que los jugadores han escuchado con el pecho henchido y sumándose al canto. Fallo gramatical imperdonable: nadie podía seguir esa compleja versión de Els segadors, con lo que la naturaleza del himno, que es precisamente la de proporcionar una melodía y un texto conocidos por todos, quedaba desvirtuada. Hizo bien el público en silbarlo. Como han hecho bien los responsables políticos en suprimir los arreglos previstos para los próximos partidos. El llorado Oriol Martorell se dejó las cejas para fijar en la ley una versión oficial, fabricada con todos los miramientos semióticos, como para que ahora nos saquemos de la manga un repertorio de fantasía.
Ahora bien, por la misma razón también hicieron bien los congregados en el mitin de Nou Barris en silbar a Pujol cuando se personó en una actuación de los Chunguitos durante las pasadas elecciones. Amigo mío, aquello también era una suerte de himno al que se le debe el mismo respeto que a Els segadors, incluso en campaña, que es cuando menos se respeta nada. Del mismo modo, también hizo muy bien Santi Vendrell en cabrearse como un mono porque su inmarcesible obra Fem i farem había sido invadida sin previo aviso por extraños ritmos flamencos promovidos por convergentes sin escrúpulos. Con la música, en apariencia tan poco significante, tampoco se juega, qué se le va a hacer.
Manca finezza en la semiótica nacional, ésa es la pura verdad. Y no sólo en referencia a la música, sino también al vestuario. El uniforme de la selecciones catalanas es de juzgado de guardia. Predomina el blanco (¡¡el blanco!!), mientras la senyera rezuma sobaco abajo, como si fuera otra cosa. La plataforma pro selecciones catalanas ha convocado un concurso para remediarlo, pero todo apunta a que aún lo estropeará más: el concurso está abierto a cualquier persona que tenga ideas, sin límite profesional alguno, que viene a ser como si el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona me lo hubiera encargado a mí o la versión oficial de Els segadors a mi primo. Naturalmente, la Asociación de Directores de Arte y Diseñadores Gráficos está que se sube por las paredes y ya ha aconsejado a sus miembros que no participen en la cuchufleta, cuya compensación al ganador, a mayor inri, consiste en una camiseta firmada por los jugadores: como si de un desayuno con crispis se tratara.
No vamos bien. La construcción nacional es también (¿sobre todo?) un hecho semiótico, del que deberían encargarse profesionales mínimamente sensatos. A mí me la repampinfla, pero tengo buenos amigos a los que todo esto les motiva y me sabe mal que les maltraten. Yo, del jefe, cerraba las selecciones y volvía a empezar, mejor asesorado y con mucho más tacto: el siglo está lleno de muertos por unos miserables símbolos. De momento sólo tenemos unas cuantas sillas rotas, todavía estamos a tiempo. Cuando la peça al teler viene mala no queda más remedio que cambiarla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.