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Tribuna:
Tribuna
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Juicios oblicuos

La ideología, o los prejuicios, o los idola que decía Bacon nos obnubilan de tal modo que es difícil encontrar un razonamiento coherente y sin prejuicios. Lo que ya resulta imposible es toparse con juicios o insinuaciones sobre actuaciones políticas de personas o partidos concretos que estén emitidos con la preocupación de desprenderse, en lo posible, de esos prejuicios.Hace poco hemos sabido que, a noviembre, el IPC del año andaba por el 2,7% cuando el Gobierno había preconizado primero un 1,8% para todo el año y luego un 2,4%, y aún falta ese diciembre terrible para estas lides. Es lógico que la oposición hable de fracaso, desmadre, descontrol; porque los adjetivos no cambian en estos juicios aunque cambien las dimensiones de los hechos.

Pero lo que sorprende no es este juicio, sino el ardor con que los progres, digamos intelectual-independientes, han tomado la defensa de la estabilidad monetaria a rajatabla, cosa que, al parecer, ya forma parte del acervo cultural de la izquierda. Pero la conversión al ideal de estabilidad quizá sólo sea aparente; lo que puede que se condene no es la inestabilidad, sino el error decimal en la previsión. Incluso he oído calificar de "manipulación" del índice que el Gobierno tome medidas que afectan a precios que de alguna manera controla.

Que se trata de una conversión circunstancial puede resultar más claro si se tiene en cuenta el alborozo con que los mismos opinantes saludan ciertos aumentos prometidos del gasto público, sin pararse a pensar que el déficit público ha sido desde siempre el principal cocedero inflacionista, o que algún impuesto que afecte al común de los ciudadanos tendrá que elevarse o crearse para pagar esas bonanzas. Pero los intrincados caminos del juicio político son aún más confusos. Ahora, se quejan los mismos, gracias a este desmadre indiciario, habrá que dar una paga extra a los pensionistas allá por febrero o así, lo que aumentará el déficit presupuestario. No es fácil seguir la línea del razonamiento económico; no es fácil saber lo que al juzgador le parece que es conveniente en una política adecuada; lo que sí está claro es que no está de acuerdo con lo que pasa o, mejor, con los presuntos responsables de lo que pasa; aunque es arduo saber lo que, según los mismo opinantes, debería pasar; algunos han tomado la ortodoxia tradicional como instrumento deletéreo en su crítica política: la ortodoxia esgrimida contra el sistema ortodoxo.

Otra curiosa reacción es la que se produce ante ciertas retribuciones altas (muy altas) del trabajo personal de algunas personas; escándalo de escándalos: fulano va a ganar en cinco años no sé cuántos centenares de millones de pesetas, y esto es deseducador, inmoral, etcétera; pero, si se trata de ganacia de capital o patrimonio, el escándalo es mucho menor, o no existe; pues resulta que los cien millones de fulano se le han transformado, en el mismo periodo de tiempo y sin dar golpe, en quinientos; y no me refiero a las afortunadas especulaciones, sino a tranquilas revalorizaciones. Desde luego, comprendo que es intolerable que el trabajo, por excelso que sea, sea tan bien retribuido como el capital dejado tranquilo en el lugar adecuado; el trabajador que hace multiplicar ese capital no merece tanto como el ahorrador que le confió sus ahorros. Pero la lógica del opinante se hace inaccesible cuando éste, el opinante escandalizado, no se escandaliza si el trabajo fabulosamente retribuido es el de un astro de la canción o del deporte, o alguien de bonita cara o escandalosas hazañas; de manera que no produce escándalo el sujeto que se forra dando escándalos personales; misterios de la razón política.

Y, para que nadie piense que estoy pagado por Telefónica u otra empresa rampante en campo de gules, quiero repetir lo que ya he dicho micrófono en mano: que las personas que ocupan posiciones preeminentes como consecuencia de una inicial designación política no deberían participar en estos ríos de oro; la política tiene sus cosas, y, entre otras, que no debe ser trampolín de enriquecimiento personal, por muy afortunado y creador de valor, como ahora se dice, que sea el trabajo realizado. Hay una regla no escrita pero inserta en el corazón de las gentes: al político hay que pagarle más bien poco; que se contente con el poder, que también engorda.

En fin, que uno se hace un lío con lo que piensa la gente; o es que la gente, con esto de la caída del muro de Berlín, se ha hecho menos previsible en sus actitudes y opiniones; época desorientada ésta que vivimos.

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