Un camino hacia la integración
Entre la Gran Via y el recinto fabril de Can Batlló, en el barrio de la Bordeta, se esconde el Camí de la Cadena. Sin asfaltar, estrecho y sin apenas luz, da la sensación de estar adentrándose en un mundo al margen. No hay ni un solo edificio de dos plantas, todo son pequeños locales convertidos en viviendas. En el número 27, un conjunto de casas comunicadas por un patio interior, viven unas 12 familias marroquíes y dos mujeres españolas. Las chabolas son pequeñas, pero tienen luz y agua corriente y todo está limpio. No hay miseria ni marginación, pero la legalidad de estas viviendas es dudosa y están amenazadas por la inminente aplicación del Plan General Metropolitano (PGM) con el proyecto para urbanizar todo el polígono de Can Batlló y sus alrededores. Driss Karshaff es el más viejo del lugar, tiene 67 años y lleva 28 viviendo allí. Llegó a España con el pasaporte en la mano: "Antes no había tanto problema", dice. Siempre ha trabajado como peón en una empresa de construcción. Ahora está jubilado y cobra su pensión. Es musulmán, viste chilabas y kandoras, reza a Alá, respeta el ramadán, no toma comida española y sólo acepta la carne de animales sacrificados según su ritual. Se casó con dos mujeres, una de las cuales falleció hace poco.
Su hija, Laila, tiene 28 años y lleva 20 en el patio número 27. Es la viva estampa de la integración. Viste mallas, lleva un mechón teñido de naranja y la cara descubierta. Fuma, bebe alcohol cuando le apetece, nunca reza, se salta el ramadán (aunque disimuladamente) y le encantan los macarrones y la comida occidental. Se casó virgen por respeto a su padre y tres años después se divorció. Ahora tiene un niño de cinco meses y es madre soltera. "En España las cosas son diferentes, tenemos más libertad", dice. Todos los niños van al colegio y aprenden castellano y catalán. Entienden el árabe, pero no lo hablan. "Los jóvenes pasamos de todo", dice Laila. Las madres intentan inculcar a sus hijos las tradiciones de su tierra y su manera de pensar, pero esto no es Marruecos y tienen que aceptarlo; en caso contrario, se marchan de casa. Pero no es fácil, las madres sufren mucho, explica Laila. El Camí de la Cadena es un ejemplo de cómo la modernidad ha entrado por la puerta mientras las pregarias a Alá siguen saliendo por la ventana.
El PGM de 1976 ya preveía que el Camí de la Cadena no sería eterno. De hecho, la fábrica Can Batlló, sus alrededores y los terrenos de la antigua estación de Magoria son de los últimos grandes terrenos que el PGM califica de uso público.
En el pasado mandato municipal, las movilizaciones vecinales consiguieron devolver Can Batlló a la actualidad política y se aprobó una propuesta de modificación del PGM que prevé construir nuevos bloques de pisos en el actual Camí de la Cadena.
Los vecinos del patio número 27 no están en situación de negociar su destino. Llegaron como llegaron y se instalaron como pudieron. Hace ya muchos años, explica Driss, un viejo le dejó al mando de todos los locales a cambio de que continuara pagando su alquiler. Desde entonces, los contratos de compra venta, de precio casi simbólico, se han hecho verbalmente, sin papeles.
Sólo hay 40 personas censadas y 16 de ellas reciben ayudas de los servicios sociales. Otros han vivido allí muchos años, pero sin contrato de alquiler y sin estar empadronados no pueden demostrarlo. Francesc Osán, vicepresidente del Distrito de Sants-Montjuïc, afirma que "se trata de que nadie se quede en la calle" y que los servicios sociales acojan a los que se encuentren en situación irregular o de ilegalidad.
En marzo, el Ayuntamiento presentará su proyecto final y el texto pasará a la Generalitat para su aprobación definitiva. Los vecinos del patio número 27 están tranquilos. Hace tiempo que oyen hablar de su traslado, pero creen que de momento las cosas seguirán igual. Osán explica que la reforma total de Can Batlló se alargará hasta la próxima legislatura, pero la primera actuación afecta de lleno a las viviendas del Camí de la Cadena. Un camino al margen, pero no marginal.
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