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El Jubileo del año 2000, 'en capilla'

Roma se ofrece a peregrinos y turistas con un nuevo rostro urbano y un amplio programa de actos sacros y profanos para el Año Santo

El Gran Jubileo del año 2000, fecha temida y deseada, está ya encima. El miércoles 15 de diciembre, tres empleados del Vaticano armados de martillos derribaron el muro que bloqueaba la Puerta Santa de la basílica de San Pedro. Al filo de la medianoche del 24 de diciembre, al papa Juan Pablo II le bastará un leve empujón para abrir la majestuosa puerta, dando inicio al Jubileo. Roma se convertirá desde ese momento en meta de millones de peregrinos atraídos por la posibilidad de lavar las propias culpas, pero también por el reclamo profano de las grandes exposiciones que se inauguran, los magníficos palacios, museos y monumentos restaurados, las citas musicales y hasta gastronómicas que ofrece la Ciudad Eterna en este año de fin de siglo y fin de milenio.La cifra prevista oscila entre los 29 y los 26 millones de visitantes. En cualquier caso, una enormidad que duplica con creces el número de turistas que anualmente se dejan caer por Roma. La Agencia para el Jubileo y las decenas de subdivisiones burocráticas que comparten el mismo apellido han trabajado frenéticamente durante dos años para poner a punto la ciudad.

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Hace meses que el programa del Vaticano, incluidos los retoques de última hora, está ya impreso, y los preparativos del Gran Jubileo que concluirá el 6 de enero del 2001, está listo. El Papa en persona abrirá, una tras otra, las puertas santas de las cuatro basílicas mayores, hará santos y beatos, y presidirá una buena parte del centenar largo de actos litúrgicos previstos. Entre ellos, la gran ceremonia del Perdón, que se celebrará en el Circo Massimo de la Ciudad Eterna el 12 de marzo, primer domingo de Cuaresma.

Programa

El Jubileo tiene su propio himno, que será interpretado por el cantante italiano Andrea Bocelli, y cuatro citas de excepción en el calendario musical. Roma dispondrá además de 25 nuevas iglesias, que vienen a aumentar un patrimonio de templos de por sí espectacular.

Pero si la Santa Sede ha llevado a término un programa preparado meticulosamente, la hora de la verdad llega para Roma sin que se hayan apagado los ecos de la polémica entre quienes consideran que se ha desperdiciado una gran ocasión para modernizar la ciudad y los que piensan que Roma debe ser fiel a su condición única de ciudad-museo.

No es casual que el departamento que ha salido mejor parado de la prueba del Año Santo haya sido el de Cultura, que ha afrontado 185 obras de rehabilitación. La ministra, Giovanna Melandri, se declaraba hace unos días muy satisfecha del balance. Se ha gastado la práctica totalidad de un presupuesto de unos 4.000 millones de pesetas, y se ha puesto el punto final a casi todas las obras. "En líneas generales podemos considerar un éxito el trabajo realizado", explicaba Melandri, orgullosa de algunos de los hallazgos que han visto la luz con las nuevas excavaciones. Por ejemplo, los frescos del salón gótico del convento de los Quattro Santi Coronati, cerca del Coliseo. Un ciclo de pinturas que los expertos han fechado en la mitad del siglo XIII, una rara muestra de pintura romana medieval. O la basílica cristiana recuperada en la antigua ciudad de Porto, cerca del pueblo de Fiumicino, a una treintena de kilómetros de Roma, por no hablar del fresco antiguo descubierto en las excavaciones de la cárcel de Mamertino, junto a los Foros Imperiales.

Pese a las críticas recibidas, el Ayuntamiento de la Ciudad Eterna se ha declarado también satisfecho del trabajo realizado. Según el vicecomisario para el Jubileo, Guido Bertolaso, se han llevado a buen puerto la mayor parte de las cinco mil obras programadas (incluidas las restauraciones, construcciones nuevas y las obras de infraestructura), por un valor total que excede el billón de pesetas. Ahí está el anillo de circunvalación de Roma, finalmente concluido, y la ampliación de la autopista que conecta la capital con el aeropuerto de Fiumicino. Quedan sólo unas decenas por terminar, aunque algunas se encuentren en el corazón del casco antiguo, en las narices mismas de los turistas. Por ejemplo, a poquísimos días de la gran fecha, el centro de Roma muestra todavía las cicatrices de las obras en curso, y los telones de plástico cubren decenas de edificios que llegarán raspando a la cita del 2000. Piazza Navona, joya barroca del casco histórico, es una incógnita porque, en estos momentos, a un paso del comienzo del Jubileo, siguen en obras la mayor parte de sus monumentos (fuente de los Quattro Fiumi, palacio Pamphili, iglesia de Santa Agnese). Mientras tanto, en vía de la Conciliazione, uno de los principales accesos a la plaza de San Pedro, se sigue trabajando febrilmente, en espera de poder reservarla exclusivamente a los peatones.

Al menos, los aparcamientos previstos en la periferia de Roma estarán listos para la gran cita, incluido el polémico aparcamiento de Dios que el Ayuntamiento inaugura mañana. La construcción de este aparcamiento, bajo la colina del Gianicolo, cerca de la plaza de San Pedro, ha estado paralizada durante meses, tras el hallazgo de importantes restos arqueológicos de la Roma imperial. Con cabida para 900 coches y un centenar de autocares, era de una de las principales obras previstas para acoger a una parte de los peregrinos motorizados, y ha estado rodeada de dudas hasta el final. Pero Roma ha tenido que aplazar, al menos, nueve grandes proyectos para el 2000, entre ellos el Auditorium de la ciudad, obra proyectada por el arquitecto Renzo Piano, y la construcción de la línea C del Metro, que era una de las obras de infraestructura que el Vaticano hubiera deseado ver terminada. Hace apenas unos días, el consejero delegado de la Obra romana de Peregrinación, monseñor Libero Andreatta, se lamentaba de las carencias del Jubileo: "Para esta cita han faltado las verdaderas obras, como el Metro. Esperamos que el Jubileo sirva para reflexionar, para cambiar la dirección, porque errar es humano, pero perseverar es diabólico".

Roma se ha visto efectivamente atrapada en la eterna disyuntiva entre sus necesidades de gran ciudad y su condición de ciudad-museo. La polémica del aparcamiento de Dios o la revisión del trazado del paso subterráneo bajo Castel Sant"Angelo, que ha quedado reducido a un passetto (pasadizo) de 300 metros de longitud para proteger la estabilidad del castillo, ilustran sobradamente el problema. Sin embargo, algo se ha hecho. Incluso por parte de la propia Iglesia. Los peregrinos que lleguen a la Ciudad Eterna encontrarán, probablemente, a su disposición algunas de las joyas presentadas en el sector Arte/Iglesia de la Semana de la Vida Colectiva, de la Feria de Roma celebrada en noviembre pasado. Por ejemplo, confesionarios con aire acondicionado y paneles de mando, bancos anatómicos para rezar con absoluta comodidad, y reclinatorios portátiles. Ser peregrino así, es otra cosa.

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