"Más "narcos" y menos salas"
Heroinómanos de Las Barranquillas viven ajenos al debate de las "narcosalas"
Cientos de toxicómanos peregrinan cada día hacia el sórdido poblado de Las Barranquillas (en Vallecas Villa), uno de los mayores hipermercados de la droga de Madrid. Llegar a este lugar es traspasar la frontera de la marginación. Los yonkis caminan ciegos por unas callejuelas repletas de basura y desperdicios. Hablan desconfiados y apresurados. Muchos aseguran con recelo que viven ajenos al debate político y social surgido por la instalación en esa zona, el próximo febrero, de una narcosala y desconocen el fin de estos centros asépticos de venopunción."¿Que eso de las narcosalas?", inquiere Alejandro, un ex mecánico enganchado a la heroína desde hace 10 años. "No sé qué me dices, tengo mucha prisa, voy por una papelina", explica.
Grupos de niños juegan en plena calle mientras dos jóvenes manejan con destreza la jeringuilla. Alberto se prepara una dosis en un descampado. "Si me das un talego [1.000 pesetas] te cuento lo que quieras", dice. Luego ríe. "Algo he oído de narcosalas porque lo he visto en la tele, pero no creo nada". Su amigo interrumpe con un juego de palabras: "Más narcos y menos salas".
Antes de entrar a las chabolas, los clientes se topan con personas que venden papel aluminio por 20 duros para fabricar chinos (una especie de pipa en la que se quema la heroína para inhalar sus vapores]. "¡A cien pesetitas, a cien pesetitas!", grita una mujer: "Mi familia vive en Madrid y prefiero que no se enteren de qué hago aquí". Hay mucho frío en la calle, pero Adela cuenta que ya no tiembla por nada. "He pasado algunos años en la calle trabajando con hombres y acabé harta". Suena su teléfono móvil. "En cuanto tenga para un pico [una dosis] más me largo", anuncia Adela. "Entre nosotros no hablamos de eso de las narcosalas", prosigue. "Pero si montan una sala para que la gente se ponga, pues fenómeno".
Ernesto, un sonámbulo de 18 años, se lamenta de tener sólo 2.000 pesetas. "¿Esas narcosalas tendrán camas para dormir?", pregunta, "¿y televisión para ver partidos?".
En Las Barranquillas, el desorden es absoluto. Roberto, un toxicómano de 40 años, mantiene que "este núcleo está olvidado de la civilización; es díficil creer que vayan a hacer algo aquí". "Desde que se han cargado La Rosilla, aquí viene medio Madrid a pillar [a comprar]. Aquí el acoso de la poli no es tan grande por las dificultades para moverse por este sitio".
Por las calles de La Rosilla casi no caben dos coches en paralelo. Están repletos de toxicómanos que pagan entre 500 y 1.000 pesetas por viajar los dos kilómetros que separan este poblado, próximo al polígono industrial de Vallecas, hasta Las Barranquillas. Son las cundas. El cundero o conductor, también adicto a la heroína, suele sacar 20.000 pesetas, que invierte en heroína, por hacer de transportista de estos grupos.
"Toda la heroína que llega aquí está manejada por tres o cuatro clanes", explica un joven. "Si aquí ponen un lugar para pincharse con higiene, en vez de meternos en el campo, no creo que dure mucho". Eduardo, un camionero que pasa todos los días junto a Las Barranquillas, comenta: "Si ponen una narcosala, por lo menos la gente no se morirá en la calle. Cualquier día yo me llevo a uno por delante".
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