La provocación JOSEP RAMONEDA
El pasado viernes Aleix Vidal-Quadras y Jon Juaristi no pudieron hablar en un acto convocado en la Universidad de Barcelona porque un grupo de independentistas lo impidió violentamente. Era el tercer altercado contra la libertad de expresión en una semana, en el mundo universitario barcelonés. Dada la gravedad de lo acontecido, desde que se conocieron los hechos empezaron a pronunciarse las condenas de ritual. Partidos políticos y responsables académicos calificaron de inaceptable lo ocurrido, apelando a los tópicos habituales. En la sociedad de la comunicación seguro que este ritual es necesario e inevitable. Pero, a menudo, las condenas de oficio son el salvoconducto para desentenderse del problema, hasta que se produzca el próximo altercado.Y sin embargo, aun en su carácter ritual, las propias declaraciones de condena contienen elementos que ayudan a situar el problema. Por ejemplo, la doctrina de la provocación que encontramos tanto en la declaración de condena de los hechos por parte del presidente Jordi Pujol como en la argumentación a favor del boicoteo de la organización Alternativa Estel, que lo convocó.
"Se admite que todo el mundo tiene libertad de decir lo que quiera", dijo Jordi Pujol, según leo en la prensa, "pero eso no debe servir para la provocación y, por descontado, nunca se debe ceder a la provocación". Idea que el presidente remacharía añadiendo: "Estamos acostumbrados a acciones continuas que tienen un tono de provocación, pero no debe haber nunca respuesta: la gente debe decir lo que quiera y no se debe actuar nunca con agresividad". Pujol, por tanto, condena la agresividad de los boicoteadores, a los que reprocha haber caído en una provocación. Y entiende que la libertad de expresión no debería amparar la provocación. Provocar: excitar a alguien a luchar o hacer alguna cosa indebida o inconveniente, dice el diccionario. Pujol señala, por tanto, que convocar un acto con Vidal-Quadras y Juaristi como ponentes era una invitación al comportamiento indebido. Y si regaña a los que se dejaron arrastrar por la provocación es por su falta de temple al caer en la tentación. Porque la mejor manera de responder es no dar "nunca respuesta". El nacionalista como asceta que resiste a las tentaciones de la carne.
También para la organización Alternativa Estel se trata de una provocación. Si Pujol invita a la resistencia estoica ante los provocadores, la Alternativa Estel considera la respuesta un deber: "No se puede permitir". Lo que no se puede permitir se impide por cualquier procedimiento, puesto que la palabra no basta.
Es ocioso decir aquí que en las cosas que conciernen a las ideas -y más en un medio presuntamente destinado a su transmisión como es la Universidad- la provocación tiene también el sentido de estímulo, de incitación a la confrontación verbal y al debate intelectual. De ser así, los boicoteadores habrían esperado al final de las intervenciones para confrontar sus ideas con los ponentes y expresar sus radicales discrepancias. Pero no se trataba de discutir sino de boicotear, como quedaba claro desde el momento en el que se señala como provocadores a los conferenciantes. Porque, por lo visto y oído, ante la provocación sólo cabe el ninguneo (lo que propone Pujol: "nunca debe haber respuesta") o la acción agresiva (lo que hizo Alternativa Estel).
De modo que la cuestión de fondo es esta posición ideológica que convierte la defensa de determinadas posiciones en un lugar y circunstancias dados en una provocación. En este caso, la posibilidad de que se planteen en un acto universitario argumentos críticos con el nacionalismo catalán o vasco desde el nacionalismo español (Vidal-Quadras) o el antinacionalismo (Juaristi) es decretado como delito de alta provocación.
¿Quién decide qué es una provocación? ¿Por qué las ideas de Juaristi o Vidal-Quadras son una provocación y las de Pujol o la Alternativa Estel no? Es provocación aquello que provoca ira, santa ira, dirían algunos. La ira concierne al territorio de las pasiones. El que se siente provocado, diría el argumento, sufre una herida en algún territorio de su sentimentalidad. Y los sentimientos deben ser respetados. Con este argumento, la ideología -la nacionalista, en este caso- se equipara a lo religioso. Y se ampara en los mismos inaceptables argumentos de la religión.
No se pueden admitir determinados juicios porque hieren los sentimientos de los creyentes. ¿Es que los demás, los que no somos ni nacionalistas ni creyentes no tenemos sentimientos? La sensibilidad como coartada política para escapar al argumento racional de la crítica. Siempre hay un momento en que el nacionalista te dice, como el cura cuando expresabas dudas de fe, que "hay cosas que no puedes entender". Muro que se traza ante cualquier tentación interpeladora -la provocación- para no tener que afrontar la respuesta. El argumento de la provocación hace aflorar el talante excluyente de determinadas ideologías. El que provoca es el que no debería ser oído, porque rompe la armonía del pequeño mundo de "las evidencias indiscutidas e indiscutibles" (Bourdieu), de las afirmaciones que ni siquiera admiten ser interrogadas.
Si seguimos al pie de la letra el argumento de la provocación, debería ser tanta provocación el discurso nacionalista españolista para un nacionalista catalán como el discurso nacionalista catalanista para un nacionalista español. ¿Piensa Pujol que cuando él habla en Madrid deberían callarse para no caer en la provocación? Decidir quién provoca y quién no provoca es un atributo que el poder siempre tiene la pretensión de arrogarse. Porque es propio del poder -de todo poder- restringir el espacio de lo que se puede decir.
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