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Rubor en la subasta

Las joyas, protagonistas de una magra velada de puja de obras de arte en una sala madrileña

Varios centenares de personas se arrelanaron a media tarde de ayer en las sillas de la madrileña Sala Retiro.Las más rezagadas permanecieron de pie en los flancos del recinto: comentarios en voz baja y en el ambiente, expectación. Estaban a punto de salir a subasta extraordinaria, la segunda del año y la última de la centuria, lienzos de Jan Brueghel, Jordán y Arellano, entre decenas de obras de pintura religiosa de alta época y barroca, también flamenca, además de telas del XIX y contemporáneas, Muñoz Degrain, Nonell y Zóbel. No faltaba una paloma del malagueño de los ojos encendidos.Pero también se exhibían, sobre el mobiliario de la sala, relojes de pared y de sobremesa, porcelanas de Sajonia y de estilo Wedgewood sobre fondos azulados, candelabros, espejos de Murano, cajas francesas de estilo Luis XV, estuches, perfumeros, jarrones, cómodas, bruñidos aparadores y tresillos, alfombras de Tabriz y Ardabil, kilim turcos, tallas castellanas de madera polícroma y joyas, miles de joyas donde las perlas negras de Tahití, las australianas de grueso vientre y los diamantes de elevado kilataje engarzados sobre oro blanco, iban a convertirse en los protagonistas de la velada. Los objetos procedían de préstamos vencidos, los menos, y de ventas voluntarias de particulares, los más. Todo pendía abigarradamente de las paredes para ser contemplado por el público antes del gran desafío de su compra en puja.

Sobre el frontal de la estancia, tres atriles. Uno para Victoria y María Eugenia, que informaron de las cualidades de los objeto a subastar. Otro, para la todopoderosa Mesa, que decidía concurrir a los precios según su criterio. Y otro atril más recibía los telefonazos de los discretos ausentes. La oportunidad única de adquirir obras de arte y pedrería a precios teóricamente asequibles provocaba en los presentes una fruicción difusa, como de víspera placentera.

Se abrió la subasta. Pero, casi, no hubo tal. La pintura religiosa fue desdeñada, como una Virgen del taller del gran bodegonista Arellano, con precio de salida de veinte millones de pesetas. Un alto en el viaje de Cuyp, tasado en 26.000.000 pesetas, que daba su portada al catálogo, también fue retirado sin pugna. Ni Brueghel, ni Jordán, ni Muñoz Degrain alzaron sus precios de partida, pese a ofertas ulteriores, fuera de sala. Bueno, un celeste Retrato de dama de Bagnold fue aquirido por 650.00 pesetas; una marina habanera del gallego Caula se cotizó en nueve millones; Nonell se irguió de 12 a 14 millones y muchas joyas lucirán, excelsas, sobre sus nuevas dueñas. Pero la feria fue floja. Entre tanta gente, el rubor impuso su hegemonía.

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