_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Normalidad en Barajas

Juan José Millás

Un compañero de motín, en Barajas, me hizo una revelación sorprendente:-Este aeropuerto se construyó con una mentalidad bélica. Está en una hondonada, y junto al río, para beneficiarse de la niebla, que es el mejor camuflaje natural.

-¿Me está usted diciendo que se trata de un aeropuerto clandestino?

-En cierto modo, sí. Está hecho para que no se vea desde el aire durante parte del invierno.

-Pero esa situación es un disparate para un aeropuerto civil.

-¿Y quién le asegura que es usted un civil?, dijo con una carcajada.

Por primera vez tuve miedo de que nos militarizaran. En mi juventud había oído hablar de esa posibilidad fantástica. Llegaba alguien con cuatro estrellas en el hombro, te tocaba con una varita mágica inversa y quedabas convertido en un cabo primera.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Miré a mi alrededor y vi a cientos de pasajeros dando gritos frente a los mostradores de facturación, donde los empleados de las compañías habían comenzado a batirse en retirada. Busqué, para aferrarme a algo real, la torre de la iglesia de Barajas, pero al otro lado no se veía más que una gasa blancuzca que se tensaba en algunos puntos, como presionada por un muñón de oscuridad.

-Niebla de puré de guisantes- le oí decir a mi informador. Es la peor para aterrizar y despegar, pero desde el punto de vista del camuflaje resulta perfecta.

-Pero nosotros no nos queremos camuflar, dije yo. Nosotros queremos viajar.

-¿Se atreve a despreciar las ventajas de un aeropuerto invisible? ¿Se imagina que ahora mismo tuviéramos que tapar los aviones con follaje?

En esto, avanzó hacia nosotros un grupo de guardias civiles en perfecta formación y yo huí hacia la terminal 3 por miedo a ser militarizado. Ni en mis peores pesadillas se me había ocurrido tal posibilidad.Una señora llena de niños, de bolsas y de dificultades respiratorias corría junto a mí. Me dijo llorando que había perdido a su marido.

-Yo no soy, le dije aterrado. Sólo faltaba que además de hacerme cabo me convirtieran en padre de familia numerosa.

-Ya sé que no es usted, idiota. Se lo digo para que me eche una mano con los niños.

Cuando me disponía a cargar con uno de los pequeños pasó por encima de nosotros un grupo de 50 o 60 pasajeros, entre los que desapareció la señora con las bolsas y la prole. Por lo visto habían anunciado la salida de un vuelo, de cualquier vuelo. La gente había dejado de mostrarse selectiva. Unas horas antes pretendía volar a Ibiza, a Valencia, a Málaga... Ahora sólo quería salir de aquel aeropuerto infernal a cualquier precio. Quizá tenían miedo de que la niebla se levantara de repente y fuéramos bombardeados por el enemigo. ¿Qué enemigo?, me dije. Entonces apareció dentro de mi cabeza el rostro de Arias-Salgado y comprendí que con un individuo así todo era posible. Después de todo, continuaba construyendo pistas como un loco en un aeropuerto condenado a permanecer oculto bajo la niebla durante buena parte del invierno.

Estaba recuperando mis pertenencias, esparcidas por el suelo, cuando se me acercó un individuo con expresión clandestina y me ofreció cinco tarjetas de embarque de reventa.

-¿Está usted loco?, le dije. Esto no es el fútbol.

-Usted verá, pero por un precio de risa podría volar a Londres o a Estocolmo, desde donde hay aviones seguros a Málaga, Valencia, o Nueva York. Esto se va a convertir enseguida en una ratonera.

Militarización, estraperlo, colas, caos, gritos, guerra civil... Todo aquello de lo que venía huyendo históricamente este país se reproducía de súbito en el aeropuerto de Barajas. Abandoné espantado mis bultos, busqué la salida, cogí un taxi al vuelo y regresé a casa hecho polvo.

Mientras me alejaba del escenario de guerra, volví la cabeza y contemplé atónito las luces de aquel aeropuerto clandestino, secreto, en cierto modo inexistente. Esa noche, en Hora 25, leyeron un parte de AENA, según el cual, si no habían salido más vuelos era porque las tripulaciones o las aeronaves, al contrario del aeropuerto, no estaban preparadas. La situación era perfectamente normal. ¿Entonces, qué me pasaba a mí? ¿Por qué tenía aquel cuadro de angustia?

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_