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El proyecto

IMANOL ZUBERO

Las profundas tensiones a las que se está viendo sometido el Estado por arriba (globalización) y por abajo (subsidiariedad), acabarán por modificar sustancialmente la ecología política en la que la constitución de estados nacionales ha sido la estrategia adaptativa más exitosa. Sólo en sus grandes trazos es posible imaginar esos "objetos políticos no identificados" (OPNIS) que, según Rubert de Ventós, prefiguran las estructuras políticas del futuro y que él ejemplifica en Europa: una estructura política todavía precaria, construida de modo empírico y gradual, con procedimientos no demasiado transparentes y de nombre hiperbólico ("unidad disyuntiva", "geometría variable", "subsidiariedad convergente", "múltiples velocidades"). Si Europa es una OPNI, es inevitable que todos sus miembros -estados, regiones, comunidades, ciudades- lo sean cada día un poco más. En este contexto, algunos llamamientos al nacionalismo vasco para que presente de una vez un proyecto político acabado no son sino una inaceptable demostración de ventajismo por parte de aquellos que no tienen otro proyecto que el de mantener a toda costa en sus manos un timón que no guía nada, sino que como mucho mantiene a flote una nave azotada por las circunstancias políticas y económicas. Pero si no es justo reclamar un proyecto acabado, es imperativo exigir cuando menos un OPNI para este nuestro País Vasco.

El verdadero problema político para desarrollar un proceso -el que sea- de construcción nacional no es la Constitución ni la Brigada Brunete, sino la sociedad vasca. Las verdaderas dificultades para la autodeterminación vasca no estriban en su dimensión externa, sino en la interna. El nacionalismo vasco radical ha despreciado la dimensión interna de la autodeterminación (¿queremos o no queremos?, ¿podemos o no podemos?) insistiendo obsesivamente en su dimensión externa (¿nos dejan o no nos dejan?). De ahí la tentación de lo totalmente otro, la fijación adolescente por lo ex novo, hasta cuestionar la definición de ciudadanía vasca contenida en el Estatuto porque este es hijo de la Constitución y esta de la Transición y esta del Franquismo y este de la Guerra Civil. ¡Inventemos ex novo la ciudadanía vasca! Muy bien, pero, ¿de dónde partimos? ¿hasta dónde nos remontamos? Nadie elige las condiciones en las que debe construir la historia. Un proceso de construcción nacional -el que sea- debe partir de lo existente. Lo existente juega en contra de algunos proyectos y a favor de otros, pero reclamar que el juego vuelva a iniciarse desde cero es una falacia que busca naturalizar aquel momento político o histórico en el que la correlación de fuerzas nos resulte más favorable.

A ver cuándo se asume de una vez por todas que no está hecha la sociedad para el nacionalismo, sino el nacionalismo para la sociedad. Que un nacionalismo que no sirve no sirve para nada. Que la pregunta fundamental a la que debe responder el nacionalismo no es sobre su ser (qué es), sino sobre su servir (para qué vale). Y en este asunto el nacionalismo vasco se mueve entre la ingenuidad y el patetismo. La ingenuidad puede estar representada por Juan María Ollora quien, en su apreciable libro Una vía para la paz, caracterizaba así la primera fase del camino hacia la soberanía: "Establecimiento con precisión y detalle del cuadro de poder (político, económico y sectorial) que desde el nacionalismo se desea para Euskal Herria a las puertas del siglo XXI. Elaboración, en definitiva, de un modelo de soberanía para Euskal Herria". El patetismo está representado por un Arnaldo Otegi que, en la rueda de prensa posterior al anuncio de ruptura de la tregua, declara solemnemente que con el fin de superar una situación de indefinición que juzgan negativa en breve presentarán su alternativa para superar la situación de bloqueo y, en último término, el actual marco jurídico. Ahora resulta que unos llevan veinte años dirigiendo el país sin un proyecto; otros veinte años matando y muriendo sin él. Y luego dicen que hemos desaprovechado catorce meses...

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