_
_
_
_

En "territorio liberado" por los soldados rusos

La población civil que queda en Chechenia está harta de la guerra y sólo quiere conseguir tres cosas: paz, pan y trabajo.

A la mujer chechena que libera a gritos su desesperación ante un pequeño grupo de periodistas occidentales mientras éstos suben a un transporte blindado de tropas, no parece importarle que la oigan los militares rusos que dirigen la visita guiada por "territorio liberado". "Bombardearon mi pueblo. Murió mucha gente. ¿Por qué, por qué? Allí nunca hubo bandidos".En Chervliónaya, al norte del río Terek, a no más de 30 kilómetros en línea recta de Grozni, se han empezado a pagar las pensiones y ya hay luz, agua y gas. Los rusos van restableciendo paulatinamente los servicios esenciales en un intento de devolver la normalidad a la zona y convertirla en ejemplo a contrastar con el caos de la otra Chechenia, en la que los boievikí (guerrilleros chechenos) siguen plantando cara a una impresionante máquina de guerra que avanza lenta e inexorablemente como una apisonadora.

Más información
Los chechenos se atrincheran en Grozni
Moscú quiere reconstruir la región lo antes posible
Un hogar para los refugiados

En Chervliónaya, como en otras localidades chechenas recorridas durante dos días, hay opiniones para todos los gustos. "Es bueno que los rusos hayan llegado, y espero que continúen durante bastante tiempo para garantizar el orden", afirma Said Alí, un checheno de 62 años que un día fue director de una estación de autobuses en Grozni y que considera que son Shámil Basáyev y otros jefes guerrilleros los auténticos responsables de este conflicto.

A su lado, el general de división Valeri Shpak, de 47 años, asiente con la cabeza y le da las gracias. A unos pocos metros, una mujer de 37 años, Petimat Sabraílova, afirma que las bombas rusas mataron a 19 personas en su pueblo, en el que jamás hubo boievikí, y añade que ella se vio obligada a huir junto a su marido y sus seis hijos. El mayor de ellos, de 18 años, músico, está sin trabajo. Nadie lo tiene en la familia. "Hace mes y medio", asegura, "los rusos nos dieron algo de comida. Se agotó enseguida".

"Queríamos que ustedes hablasen con la gente y se forjasen libremente su propia idea de cuál es la situación", asegura el general Shpak a los informadores al final del recorrido. "Aquí, antes de la llegada de los rusos, mandaba el que tenía una pistola o un fusil. ¿Qué democracia puede haber en estas condiciones? La libertad degeneró en una ausencia total de ley y orden, en bandidismo, asesinatos y secuestros".

En realidad, la sensación dominante entre la población civil es la de cansancio. De las bombas, de los soldados rusos, de la prepotencia de los señores de la guerra chechenos, de la ley de la selva, de la falta de una economía que merezca siquiera ese nombre, de la imposibilidad de cultivar el campo, de los robos de ganado, de la ausencia total de perspectivas. A estas alturas, lo único que quiere esta gente es paz, pan y trabajo. Si el Ejército ruso les da las tres cosas, está dispuesta a soportar su presencia.

Es territorio ocupado y rige el toque de queda. Sin embargo, hasta donde puede apreciarse en una visita rápida, no existe represión, y los civiles, principales víctimas de esta guerra, dicen con frecuencia lo que piensan, por mucho que pese a los militares. Éstos tienen órdenes estrictas de evitar abusos y saqueos y de colaborar con la población civil.

El tráfico en la zona -dificultado con la llegada del invierno por el hielo, la nieve, el barro y la niebla- está casi monopolizado por los vehículos militares: tanques, blindados de transporte de tropas, camiones cisterna, grúas que retiran vehículos averiados. No es fácil para un civil obtener el permiso para circular libremente. En Znamenskoe, por ejemplo, en la orilla sur del Terek, cerca de la frontera administrativa con Osetia del Norte, Vaja Saidov, que nació hace 45 años en Kazajstán, durante el exilio masivo de los chechenos ordenado por Stalin, se esfuerza en lograrlo en el puesto policial.

Hace poco que, para ayudar a sus padres, viejos y enfermos, regresó con su mujer y sus tres hijos de Siberia, donde ganaba un buen dinero en una explotación petrolífera. Gracias a sus ahorros ayuda a algunos refugiados llegados de Grozni. Si obtuviese el permiso, señala, y con su coche, podría ganarse la vida comerciando a pequeña escala. No piensa en irse. "Ahora es muy difícil ser checheno en Rusia", explica. En Znamenskoe sólo quedan ya dos familias rusas. Las demás huyeron apenas cayeron las primeras bombas.

Sara Magamiédova, de 37 años, hace 16 que trabaja como maestra. Los 20 niños de entre ocho y nueve años de su clase ríen y cantan en checheno, con el fondo de un mural que muestra un paisaje montañoso caucásico, pese a que, hace apenas unas semanas, oyeron la música de las bombas que causaron nueve muertos y la destrucción de varias casas. "¿Por qué bombardean a la población civil y no a los boievikí", se pregunta Sara, cuya escuela se reabrió el 10 de noviembre tras un paréntesis de un mes.

Los maestros cobraron hace días un mes de salario. Los pensionistas han recibido, a título de adelanto, 350 rublos (algo más de 2.000 pesetas), una cantidad que a veces puede marcar la distancia entre el hambre y la supervivencia. Un camino que parece demasiado largo para Sarzán Umarova, que a sus 54 años ya parece una anciana, y que dice que ni antes ni ahora existía algo parecido a la vida normal. "En tiempos de la Unión Soviética la situación era mucho mejor", dice. Sarzán asegura que nunca hubo aquí problemas de convivencia entre rusos y chechenos. En Isherskaya, 20 kilómetros al oeste, en el límite con Osetia del Norte, lo confirman varias rusas empleadas de la estación de ferrocarril. Los rusos llegaron el 8 de octubre, tras bombardeos que destruyeron 28 casas. En su huida, los boievikí hicieron saltar las vías del tren. En Petropavlovskoe, 100 kilómetros al oeste, a tan sólo cinco de Grozni, Dolembek Mamáyev, todo un patriarca de 74 años que exhibe el tradicional gorro negro de astrakán y se apoya en un bastón, muestra una larga hilera de dientes de oro y asegura, con el fondo del bombardeo incesante de la capital chechena: "¿Independencia? Poco importa la independencia cuando no se tiene nada".

Los rusos tomaron el pueblo sin lucha, tras una negociación con Dolembek y otros jefes locales. Igual que en Gudermés o en Achjoi Martán. Aún no hay luz, pero el general Shpak promete que llegará pronto. Apenas cuatro kilómetros al sur, cayó el viernes Argún, tras una larga batalla. Eso cortó el aire de Grozni y permitió a los rusos completar el cerco de la capital chechena.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_