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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pretextos para ETA

La imagen que han proyectado las movilizaciones celebradas estos días en Euskadi con motivo del anuncio del fin de la tregua de ETA refleja de manera bastante distorsionada la realidad actual de la sociedad vasca en relación con la violencia terrorista. No hay dos mitades de la población, una con ETA y otra en contra, y tampoco tres sectores equivalentes: los nacionalistas pacíficos, los nacionalistas violentos y los constitucionalistas. Hay una inmensa mayoría de ciudadanos, nacionalistas y no nacionalistas, que está en contra de la violencia y que no condiciona su deseo de paz a la obtención de determinados objetivos políticos, y una minoría que está por esos objetivos políticos e instrumentaliza el deseo de paz de la mayoría (y el miedo a ETA) para tratar de imponerlos.Lo que sí reflejan fielmente las imágenes de esas movilizaciones, tanto las concentraciones convocadas por el lehendakari como la manifestación de HB celebrada ayer en Bilbao, son las contradicciones de la política nacionalista. El llamamiento de Ibarretxe era expresión de un compromiso entre la demanda social de liderazgo de las instituciones y el temor a ofender a ETA y HB con una actitud demasiado beligerante y que pudiera desembocar en un movimiento como el de Ermua. Contra la detención en marzo de varios activistas de ETA, los partidos nacionalistas convocaron un paro de una hora y una manifestación unitaria; contra la amenaza de ETA de regresar a los asesinatos, Ibarretxe propuso cinco minutos de concentración. Tras ella ha transmitido un mensaje optimista: se mantiene el compromiso de todos por las vías exclusivamente políticas y democráticas; el proceso es irreversible.

Ojalá acierte, pero hay síntomas de que ese compromiso con las vías políticas es compatible con la aceptación del crimen por motivos patrióticos. Tras la masiva manifestación de ayer en Bilbao, a la que sería sarcástico considerar destinada a evitar el regreso de ETA, Otegi dijo claramente que el proceso abierto en Lizarra debe seguir aunque ETA asesine; y hay indicios de que el nacionalismo no violento está dispuesto a responder a ese planteamiento blindando sus relaciones con HB: a mantener el frente nacionalista a resguardo de incidencias violentas, como ya ocurrió hace dos años.

Lo que ese blindaje confirmaría es que no se trata de un proceso cuyo fin sea acabar con la violencia, sino de utilizar ese pretexto para dar continuidad a un movimiento que busca imponer, por la vía de los hechos consumados, una fórmula independentista. No hay discurso nacionalista en el que no se proclame la legitimidad del independentismo, siempre que se utilicen medios democráticos. Pero de momento se mantiene la alianza con quienes tratan de imponerlo mediante la coacción. Arzalluz dijo ayer que si ETA comete un atentado se "encontrará un PNV totalmente enfrentado"; pero no sólo mantiene a su partido en Lizarra tras la ruptura del alto el fuego, sino que el Gobierno de Ibarretxe se sigue sosteniendo en un pacto de legislatura con el grupo de Otegi.

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El portavoz de HB dijo ayer que el problema no es el fin de la tregua, sino encontrar la vía para que los vascos puedan "ejercitar la verdadera democracia". Es ofensivo hablar de democracia verdadera, o de dar la voz al pueblo, cuando se considera normal que cuatro o cinco encapuchados reunidos en algún lugar puedan decidir por su cuenta, pretendiendo representar al verdadero pueblo vasco, algo contra lo que está la inmensa mayoría de los ciudadanos de Euskadi.

La coartada de los nacionalistas para cerrar los ojos a esa realidad es que a ETA sólo se la puede convencer desde dentro del movimiento abertzale; es decir, a través de HB. Es muy posible que sea así, pero para ello habrá que comenzar por convencer a HB; y será difícil hacerlo si ante un desafío como el del comunicado de ETA se responde con una nueva concesión: subiendo un escalón más en la vía antiestatutaria. También Izquierda Unida del País Vasco pretende, ahora contra la opinión de Anguita, que hay que estar dentro para defender la línea correcta. Pero su presencia sólo ha servido para que los que mandan en Lizarra presenten su pacto como democrático, y no sólo nacionalista.

Pero no es democrático pretender imponer una solución independentista cuando, en el conjunto de las últimas seis elecciones, los partidos nacionalistas no han superado el 53% de los votos en la Comunidad Autónoma Vasca y el 17% en Navarra, y cuando al menos la mitad de esos votantes se considera autonomista. Renunciar al propio programa para adaptarse a aquel en nombre del que ETA tanto ha matado supone transmitir el mensaje de que a más presión, mayor renuncia. Eso no puede favorecer que ETA desista.

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