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Se desmorona un mito

Ni sus más feroces adversarios políticos le deseaban algo así a Helmut Kohl ahora, ya jubilado políticamente y merecedor del respeto de todos por su innegable papel estelar en el proceso de reunificación de Alemania. Muchos han odiado a Kohl. Muchos son los agraviados por sus éxitos, las víctimas que ha dejado en las cunetas durante cuatro décadas de implacable lucha política. Nunca tuvo Kohl remilgos a la hora de atropellar a sus rivales. Pero todos le atestiguaban una especie de honradez nibelunga que lo elevaba por encima de los lodos más viscosos de la política cotidiana. Nunca se le habrían supuesto maquinaciones o vilezas como las que siempre se le atribuyeron a su amigo François Mitterrand. Kohl estaba por encima de aquello. Pensaba exclusivamente en términos históricos. Se pensaba.Por desgracia, esta convicción compartida por amigos y adversarios hasta hace unas semanas parece ya irrecuperablemente lejana. Son muchos los indicios que la desmienten. Demasiadas son las piezas que encajan en lo que amenaza con convertirse en una imagen de Kohl mucho más prosaica, menos grandiosa y, por supuesto, nada heroica. El pedestal al que, en un consenso casi total, la nación alemana subió al ex canciller cuando abandonó la cancillería hace algo más de un año tiene ya fisuras irreparables. Todo indica que pronto pueden ser muchas más. Kohl tiene su sitio en la historia de Alemania por derecho propio. Pero parece claro que no tendrá el brillo que todos le habrían augurado hasta hace días.

Tiene visos de tragedia que, cuando ya ha dejado de tener enemigos, cuando sólo le quedaba disfrutar como elder statesman del respeto de su pueblo y de la comunidad internacional, vengan a empañarle la gloria a Kohl asuntos de trastienda. Las mezquindades de la baja política amenazan con enfangar al hombre que ha hecho historia. Como si cogieran a César robando en un hipermercado.

Todo empezó el mes pasado con lo que parecía un vulgar aunque jugoso caso de corrupción política, cuando se supo que uno de los encargados de las finanzas del partido de Kohl se había embolsado un millón de marcos como pago por gestiones para favorecer la venta a Arabia Saudí de carros de combate alemanes. Nada sugería que fuera algo más que tráfico de influencias bien remunerado, corrupción pura, pero vulgar. Alemania no es Camerún. Pero su clase política está lejos de ser inmune a las tentaciones.

Sin embargo, desde entonces raro ha sido el día en que no surgiera un dato más que avalara la tesis de que no estábamos ante el caso de un funcionario corrupto de la CDU, sino ante un mero eslabón de una larga cadena de operaciones cuyo fin era la financiación de la CDU. Con el agravante de que día a día se fortalecían los indicios de que era el canciller el que manejaba directamente las operaciones y el que había neutralizado en el pasado intentos de algunos funcionarios pudorosos de poner fin a estas prácticas. Al final ha sido el propio Kohl quien ha confirmado estos extremos. Ha reconocido la existencia de esta contabilidad paralela con la candidez de esos políticos de la Europa de posguerra que ven la financiación clandestina como única forma viable de cubrir los gastos de los partidos. Pero no ha sentado nada bien en la CDU esta tranquilidad de espíritu, al menos inicial, del ex canciller. Kohl parece considerar aún un elegante subterfugio lo que para la mayoría de los alemanes -y para la ley- es un delito. Hay una profunda divergencia de sensibilidades.

Quizás aún no era consciente cuando reconoció su implicación en estos negocios, pero Kohl puede estar a punto de pasar de la gloria a la ignominia. Probablemente de forma injusta, porque no hay partido que pueda presumir, ni en Alemania ni en Europa, de no haberse dedicado a asuntos similares. Pero para la CDU es una tremenda catástrofe. Ahora que creía cabalgar de victoria en victoria hacia la demolición del Gobierno de Schröder, puede verse sumida por mucho tiempo en el pozo en que cayó en las pasadas elecciones. Y, sin embargo, nadie en el Gobierno muestra alegría por las desgracias de Kohl. Porque se cuestiona el respeto a la ley por parte de Kohl, pero también el sistema de financiación general de los partidos. De todos. Un excesivo fariseísmo podría ser contraproducente a muy corto plazo.

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