El programa soñado
Tras el venerable paréntesis de las sonatas para violín y piano, el Liceo de Cámara ha retomado la integral cuartetística de Beethoven, uno de los atractivos principales de su octava edición. El programa era el compendio perfecto de la evolución artística del compositor alemán: el Op. 18 núm. 6 se entronca aún en el pasado, pero contiene ya un primer germen de rebeldía (La Malinconia); el Op. 59 núm. 2 es quizá menos excesivo o dinamitador de las convenciones que el primero de los Rasumovsky, pero acoge música igualmente revolucionaria; el Op. 130 es, tanto o más que los cuartetos coetáneos, una obra desligada del tiempo que la vio nacer y que decidió cerrarse con un estrépito liberador (la Gran fuga). ¿Puede pedirse más a un solo concierto?El Cuarteto Mosaïques era el grupo llamado a realizar la hazaña de sumergirse en tres mares enteramente diferentes sin más armas que sus cuatro instrumentos y el talento para desentrañar una música densa y exigente como pocas. Afirmar que Höbarth, Bischof, Mitterer y Coin salieron airosos del empeño sería quedarse muy cortos. Los tres austriacos y el francés nos regalaron uno de los conciertos más hermosos que puedan imaginarse porque conformaron un Beethoven desnudo, limpio de excesos y exaltaciones innecesarias. Los tres cuartetos sonaron a música nueva o, mejor, renovada, gracias a lo que podía percibirse como un meticuloso proceso de depuración de una larga tradición interpretativa.
Cuarteto Mosaïques
Obras de Beethoven. Madrid, Auditorio Nacional, 2 de diciembre
Grupo historicista
Dicen sus discos que el Cuarteto Mosaïques toca con instrumentos originales. Viéndolos sobre el escenario, son muy pocos los signos ostensibles de la gestualidad característica de los grupos historicistas. Se valen incluso de aditamentos modernos (barbadas, almohadillas, la pica del violonchelo), pero sus golpes de arco, su manera de articular, su propio concepto del estilo y del sonido revelan que estamos apartados de la vía convencional. Su potencia sonora, por ejemplo, es más reducida que la de la mayoría de los cuartetos, pero, en términos absolutos, su gama dinámica es más amplia y, sobre todo, más eficaz. En un pianissimo del Mosaïques pueden distinguirse todas y cada una de las voces, y reguladores como el que cerró el segundo movimiento del Cuarteto Op. 59 núm. 2 están sólo al alcance de los más grandes.
El sonido del Mosaïques pierde en tensión o brillo lo que gana en transparencia, en riqueza de armónicos, que no cesan de elevarse y fundirse por toda la sala. Con Höbarth y Coin como puntales, el grupo se ha convertido en una referencia diferente e inexcusable para el repertorio clásico. Su concierto fue una formidable travesía del edén clásico al abismo intemporal de la Gran fuga, ofrecida generosamente fuera de programa.
Babelia
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