_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Comunistas FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Una de las mayores injusticias históricas sería considerar a los comunistas como los malos de la película de este siglo XX, los responsables de sus grandes tragedias. Estamos acabando un siglo magnífico pero, a la vez, terrible y complejo. El grado de información que tenemos sobre el mismo es infinitamente mayor que el de cualquier otra época. Una versión simplista de este periodo que, bien aderezada, puede confundir a personas de buena voluntad es aquella que sostiene la tesis según la cual los males del siglo XX, el cúmulo de desgracias y penalidades, de muerte y guerra, tiene dos principales causantes: el fascismo y el comunismo. Aunque, lamentablemente, hay algunas raíces comunes y ciertos efectos similares en estos dos movimientos, confundirlos e igualarlos tiende más a ocultar la verdad de lo sucedido que a aclararla, tiende más a distorsionar los hechos que a encontrar su significado adecuado.

Todo ello lo pensaba el lunes pasado, mientras asistía a la presentación, en muchos momentos emocionante, del libro de memorias que ha escrito Jordi Solé-Tura y que presentaba, entre otros, Miguel Núñez, estando Gregorio López Raimundo y Teresa Pàmies en la primera fila de la numerosa asistencia. Los cuatro han sido y siguen siendo, en la más exacta acepción de la palabra, comunistas del siglo XX. Entendámonos: no son comunistas arrepentidos, sino que siguen siendo comunistas, aunque militen hoy en distintos partidos o en ninguno. ¿Tienen los cuatro algo en común con los fascistas?

Miguel Núñez, hoy rondando los ochenta años de edad aunque, milagrosamente, tenga el mismo aspecto de cuando lo conocí, hace ya más de treinta, es el prototipo de comunista que todo lo ha aprendido en la diaria lucha por unos ideales, siempre los mismos, que mantiene desde su primera juventud. Hizo la guerra, fue encarcelado en los primeros años de posguerra, vivió en el exilio, volvió a la clandestinidad interior, diez años más de cárcel por ello, y de nuevo en la clandestinidad hasta los inicios de la democracia. Toda una vida.

Y, desde esta larga experiencia, sólo nos quiso hacer una advertencia aprendida del pasado: que nunca más nos creamos que el Partido -el disciplinado partido de silenciosos y obedientes camaradas- siempre tiene razón. Por el contrario, dijo, sólo puede tener razón un partido de personas reflexivas y razonables que digan siempre lo que piensan. El partido, como máquina humana, sólo es útil para la libertad, para la "igual libertad" de todos -aspiración final de un comunista- si está formado por hombres libres. En otro caso, sólo es una maquinaria de poder, no sólo inservible para estos fines sino útil, precisamente, para los fines contrarios. Por lo demás, animó a la concurrencia a seguir luchando por los ideales de siempre, en tareas algo distintas a las de sus épocas pasadas pero no menos necesarias si existe un compromiso verdadero para llegar a una humanidad compuesta de mujeres y hombres desprendidos de sus intereses individuales y al servicio de la dignidad de los demás.

Solé-Tura -lean su libro de memorias y lo entenderán- es de otra generación, con un origen y una formación personal distintas, pero está dotado de un talante personal y de una fuerza de carácter muy similar a la de Núñez. El norte que ha guiado sus pasos, en su profesión y en la vida política, es el mismo: tienen idénticos ideales y la misma voluntad en mantenerlos. Núñez, Solé, López Raimundo, Teresa Pàmies y miles y miles, y millones más: son los comunistas. Los que se han rebelado contra un orden social que consideraban injusto, que no permitía que la humanidad estuviera compuesta por hombres libres, que han creído que la única manera de ser dignos consigo mismos era luchar por la igual dignidad de todos.

Indudablemente, los comunistas se han equivocado en muchas cosas: creyeron que transformar el mundo podía ser fácil y rápido, que al cambiar las estructuras sociales cambiaría también la naturaleza humana misma, que todo ello podía hacerse sin el consentimiento de los demás hombres, que el sujeto de la historia era una clase social y que su instrumento era un partido político, el Partido. Algunos, muchos, entendieron ya hace años que todo ello no conducía a la sociedad a la que aspiraban, otros lo han comprendido más recientemente, por la testaruda fuerza de los acontecimientos; algunos quizá sigan sin comprenderlo.

Pero lo que ha distinguido a los comunistas en el siglo XX no han sido tanto unas ideas concretas -que en algunos eran muy elementales- sino su impulso ético, su voluntad de cambiar la sociedad, y esto es, precisamente, lo que hace que deban ser considerados como grandes o pequeños héroes de nuestro tiempo y no los villanos de la historia.

Los anglosajones tienen un refrán muy gráfico: tras lavar a un bebé hay que tener cuidado en no arrojarlo por el desagüe junto al agua sucia con la que acabas de lavarlo. Quizá, en los comienzos del siglo XXI, arrojada ya el agua sucia por el desagüe, el comunismo sea como el niño pequeño que, recién lavado, constituye la sonriente esperanza de toda la familia, en este caso, de la gran familia de la humanidad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_