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Caras nuevas para el 2000

En los tres países hermanos del Cono Sur-Argentina, Uruguay y Chile-, el año 2000 se estrenará con caras nuevas al frente del poder ejecutivo. Fernando de la Rúa ya es presidente electo de la Argentina. Tabaré Vázquez parece asegurado en lasegunda vuelta uruguaya. Y Ricardo Lagos sigue manteniendouna ventaja -ligera- en la contienda electoral chilena.Dicen que De la Rúa es aburrido. Pero al lado de Carlos Menem, hasta Cantinflas parecería aburrido. De patilludo caudillo riojano envuelto en poncho (imagen Facundo) a símbolo sexual desplegado en biquini (imagen Playboy) a restirado modelito maduro (imagen Armani), las metamorfosis de Menem el galán no oscurecen los méritos de Menem el estadista. Dominó la inflación -el segundo modo más seguro de robarle a los pobres-, pero no la corrupción -el primer modo más seguro de robarle a los pobres-. Aligeró las obligaciones excesivas del Estado propietario -pero no impidió las privatizaciones entre compadres, favorecedoras de un puñado de empresas mayúsculas a cambio de la quiebra generalizada de la pequeña y mediana empresa-. Estabilizó la moneda mediante la paridad fija del peso con el dólar, pero toleró un creciente déficit público, que en este año ha alcanzado la estratosférica suma del 46% del PIB. Estimuló un crecimiento del 8% anual -pero dependiente de la inversión foránea-. Fomentó el comercio exterior -pero el 60% de las exportaciones eran de materia prima, sujetas a las fluctuaciones y al descenso actual de los precios de las mismas-. Abandonó, en cambio, a vastos sectores de la clase media argentina, pauperizándola y marginándola en aspectos fundamentales para el crecimiento sostenido. Hay maestros que no han recibido sueldos durante cuatro o cinco años, industrias y comercios pequeños arruinados, y la imagen clásica de la Argentina -una nación de clase media educada y activa-, deteriorada. La corrupción, en fin, seguida de la inseguridad creciente, fueron acaso las razones más obvias de la derrota menemista en las urnas.

Con soberbia cesárea, Menem culpó de la derrota al candidato justicialista, Eduardo Duhalde, y, por extensión, al peronismo, postulándose, "desde ya", como candidato para el 2003.

Fernando de la Rúa no es aburrido. Es serio. Su programa es el de la Alianza entre radicales y Frepaso. No es un demagogo. Sabe que va a operar dentro de las reglas del mercado, pero tratará de poner el mercado al servicio del ciudadano, y no al revés. Quiere restaurar el vigor de la clase media argentina mediante el ahorro interno que se traduzca en poder adquisitivo sin inflación. Quiere votar un presupuesto cero para poner fin a las superposiciones y sobreprecios actuales. Quiere combatir el desempleo creando oferta genuina a través de medios electrónicos que vinculen la demanda y la oferta de empleo. Quiere poner punto final a los gastos reservados y a las partidas discrecionales del Ejecutivo, consagrando la fiscalización y la transparencia de la Administración pública. Quiere combatir la corrupción y la inseguridad. Quiere dejar atrás la vergonzosa disponibilidad de la política exterior argentina (las "relaciones carnales" con los EEUU) y acercarse más a la alianza con Brasil y México.

En el Uruguay, Tabaré Vázquez parece dispuesto a vencer en la segunda vuelta electoral, dándole por primera vez la presidencia a la izquierda en un país dominado, desde 1826, por la alternancia histórica entre blancos y colorados (o sea, entre Luis XIV y Luis XV). Pero al contrario de De la Rúa al otro lado del Plata, Tabaré hereda el poder de uno de los jefes de Estado más serios e inteligentes de Latinoamérica, Julio Sanguinetti. Presidente por segunda vez y no reelegible, Sanguinetti ha operado siempre con el talento y la limpieza que, de una vez por todas, restauraron la civilidad política en un país severamente herido por la dictadura militar.

Tabaré posee, como De la Rúa, un claro programa de progreso. En su caso, se trata de enfatizar las políticas sociales de salud, educación y vivienda, favorecer la inversión productiva sobre la especulativa, proponer un plan de emergencia para erradicar la pobreza, llevar a cabo una profunda reforma fiscal que haga más justa la distribución de la riqueza y generar empleo mediante el uso del capital humano.

Por último, Ricardo Lagos, en Chile, propone una "tercera vía" latinoamericana que ajuste las deformaciones del desarrollo veloz pero profundamente inequitativo de Chile, distinguiendo claramente los bienes y servicios que no pueden ser satisfechos por el mercado y que deben, en consecuencia, ser atendidos por la sociedad y el Estado. A la idea europea de la "tercera vía", Lagos le opone la necesaria redistribución del ingreso en Latinoamérica y la creación de amortiguadores sociales como condición para un equilibrio entre mercado, sociedad y Estado. Incluir a los excluidos sin hacerlo a expensas del resto: es en este punto donde Lagos se une con la socialdemocracia europea para que "nadie pierda en el proceso de inclusión social".

Los tres programas -el de Lagos, el de Tabaré y el de De la Rúa- no sólo me parecen excelentes. Los apoyo y los asumo como parte del llamado que hice en el Senado de la República Mexicana al recibir la presea Belisario Domínguez: conjuguemos la responsabilidad fiscal con la responsabilidad social.

El problema, claro está, es que las mejores intenciones políticas tienen que habérselas con los naturales, y a veces los peores, escollos políticos. La situación uruguaya es la menos conflictiva. Julio Sanguinetti es un patriota que pone los intereses de su país por encima de los egoísmos partidistas o personalistas, y por ello facilitará, en bien del Uruguay, la transición a un régimen más tirado a la izquierda.

Fernando de la Rúa, en cambio, deberá vérselas con un Senado mayoritariamente peronista y con una Cámara baja en la que la Alianza no puede operar sin alianzas. Los gobernadores provinciales y sus faccionalismos e intereses propios constituyen otro obstáculo para una navegación sin escollos del Ejecutivo federal argentino. Y Carlos Menem, como lo anuncia su prematura campaña para el año 2003, está dispuesto a intrigar con más denuedo que el duque de Orleans en los pasillos de Versalles. De la Rúa no va a intrigar porque ello no está en su naturaleza. Pero sí va a tener que negociar, constante, intensa y necesariamente. ¿Qué hay de nuevo en la política democrática? De Roosevelt a Clinton, de Churchill a Blair, de De Gaulle a Chirac, el Ejecutivo más fuerte ha debido negociar con el poder legislativo, de tal manera que ni el ideal perfecto de los unos ni la malicia interesada de los otros puede imponerse sin trabas. La negociación es la esencia de la política democrática. Lo que se pierde en pureza ideal se gana en consenso práctico. Conociendo y admirando a Fernando de la Rúa, de cuya amistad me precio, tengo la seguridad de que las negociaciones que emprende y los resultados que obtenga, se-

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

Caras nuevas para el 2000

rán en beneficio de la espléndida nación del Sur.Más difícil se le presentan las cosas a otro amigo personal, Ricardo Lagos, en Chile. La sombra del general Pinochet y de una transición deformada a su medida por el astuto déspota, perturba el proceso electoral chileno y ello por razones no siempre transparentes. El proceso contra Pinochet en Madrid y Londres tiene que ser denunciado, en Chile, por el Gobierno y por los candidatos a la presidencia. No tienen más remedio, hasta cuando ellos mismos fueron víctimas de la sevicia del dictador. Se invocan razones de soberanía bastante tardías; los documentos del Gobierno norteamericano revelan a las claras la violación de la soberanía chilena por el Gobierno de Nixon en 1973. La verdad es que cuando el presidente Frei o el canciller Valdés piden públicamente el regreso de Pinochet a Chile para ser juzgado en la patria a la que burló y mancilló el sátrapa, privadamente deben rogar que ello jamás ocurra. Como hace notar Mario Vargas Llosa, el caso Pinochet sólo ha polarizado a facciones extremas y minúsculas de la opinión chilena. El regreso del general a Chile sí que dividiría al país entre quienes pedirían que se le juzgara en la tierra donde enterró a tres mil víctimas o quienes pedirían su absolución por los altos motivos invocados por la Novia de Drácula, memorable nominación de Vázquez Montalbán, Margaret Thatcher: Pinochet salvó a Chile del comunismo.

La campaña presidencial chilena está teñida y reñida por estas consideraciones, pero es notable y notorio que el candidato de la derecha, Joaquín Lavín, busca distanciarse de la heredad pinochetista, en tanto que el candidato de la izquierda, Ricardo Lagos, debe sumarse calificadamente al regreso de Pinochet a Chile. Al electorado chileno, dueño otra vez de la tradición democrática más firme y antigua de Latinoamérica, le corresponde juzgar con serenidad qué clase de país quieren para el nuevo siglo, con qué realidades quieren construir un país mejor y con qué fantasmas no quieren ya convivir. La transición a la medida de Pinochet debe ceder su lugar a la transición a la medida de la gran nación chilena.

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