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El aterrizaje vasco

En público y en privado, el lehendakari lbarretxe suele comparar lo que en estos últimos meses viene sucediendo en el País Vasco como la preparación de un aterrizaje. Los nacionalistas estarían, según él, intentando, sin romper con quienes han compartido durante veinte años una colaboración política precedente, llevar a otro segmento de la sociedad vasca, el entorno de HB, a una coincidencia suficiente como para que desaparezca el ejercicio de la violencia y el País Vasco tenga unas instituciones más acordes con sus deseos. Me parece que el propósito no sólo es laudable, sino el único lógico. Los riesgos del principal protagonista de la operación, en cualquier caso, serían muy graves, incluso si el conjunto de la misma se percibiera como tal por todos los observadores.Sucede, sin embargo, que la percepción no es ésa, al menos de acuerdo con las declaraciones públicas de todos los grupos políticos restantes. En realidad, esa complicada operación política parece por el momento, por desgracia, una reedición de Aterriza como puedas. Lo más peregrino es que quienes deben estar más de acuerdo, por más que escenificaran las diferencias, son la tripulación (el PNV) y quienes están en la torre de control (el Gobierno y los partidos nacionales), mientras que, al tiempo, una parte de la tripulación parece más deseosa en la práctica de que se produzca un accidente que de que el aterrizaje tenga lugar sin problemas. Éstos, por supuesto, son los cómplices de los terroristas que no acaban de reciclarse. Mientras tanto, la propia pista de aterrizaje es objeto de controversia. Si la torre de control y la tripulación no acaban de coincidir en dónde está la posibilidad de que el avión se pose bien son, como es lógico, pesimistas. Mientras tanto, los curiosos reunidos para contemplar una situación de emergencia aérea contemplan el espectáculo con sentimientos encontrados. Los más enterados -la sociedad vasca- piensan todavía que hay posibilidades de que el aterrizaje llegue a producirse sin mayor destrozo, pero empiezan a dudar de que la tripulación y la torre de control estén pobladas por gente eficaz y preparada para situaciones angustiosas. Los espectadores recién llegados o poco informados -el resto de los españoles- sencillamente no entienden nada de lo que sucede. Resulta posible, incluso, que lleguen a pensar que lo mejor es desentenderse y tratar de olvidar este incidente de aeropuerto.

La metáfora del aterrizaje es oportuna porque en ambos casos la situación resulta incontrolada y, mientras lo esté, no se puede esperar ningún buen resultado. Claro está que en la salida hacia la paz tras un periodo de terrorismo siempre hay un componente imprevisible. Pero una cosa es que exista y otra que las principales fuerzas políticas -aquellas que son más votadas en España y en el País Vasco- den la repetida sensación de que quieren ir a un sitio y acaban en otro sin que su electorado se lo imponga, ni siquiera sugiera. En mi opinión, el PNV fue sincero cuando propuso a los socialistas un Gobierno de coalición. El PSOE también lo fue al querer mantener San Sebastián en una situación política semejante a la precedente. He ahí dos ejemplos de puntos de partida que llevan a situaciones originariamente no deseadas: en cambio, el electorado se pronunció en las elecciones vascas de un modo por completo previsible, el que siempre le ha caracterizado, en el ejercicio de su evidente pluralismo.

Lo ideal sería que el componente de imprevisibilidad se redujera a quien es lógico que se caracterice por ella. Ni siquiera se puede esperar que Euskal Herritarrok condene bruscamente el terrorismo o la violencia; lo que cabe confiar es, tan sólo, que se acabe por acostumbrar definitivamente a no patrocinarlo. Sólo el que sale de ese mundo, como quien evoluciona desde el fascismo o el comunismo a la democracia, puede acabar por decidirse a dar el paso fundamental, de modo que lo urgente es esperarle. Si bien se mira, EH no ha hecho otra cosa en los últimos tiempos que dar vuelta tras vuelta en la perplejidad estratégica. Propugnar la abstención es volver al referéndum del Estatuto en 1979; su táctica no les dio resultado entonces y ahora sucederá algo parecido. Además, si tratan de presionar al electorado, será contraproducente de cara al PNV. La reclamación que se les debe hacer es que controlen el desorden público que ellos mismos han alimentado y que diseñen lo que quieren para el futuro.

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Con respecto al PNV y al Gobierno, puede estar poco claro lo que tienen que hacer, pero es evidente lo que tienen que evitar. Lo fundamental es impedir que se produzca esta especie de declaraciones en cadena o espiral que, a base de querer exhibir rotundidad, no consiguen otra cosa que exasperar sin beneficio para nadie. Al PNV le debiera ser reconocido el intento de conseguir ese aterrizaje y él mismo tendría que aceptar que se equivoca de vez en cuando al manejar los instrumentos del avión. Considerar que el Estatuto se ha quedado pequeño y pedir más entra en los límites de lo discutible, mientras que considerarlo una "carta otorgada" lo único que demuestra es una enciclopédica ignorancia en derecho político. Que le cuenten a Garaicoechea o Arzalluz si aquello que consiguieron fue una especie de don gratuito entregado por un sonriente Suárez. No hay ninguna urgencia en irritar a Madrid, con quien habrá que dialogar antes o después. No hay tampoco ninguna necesidad de hacer de abogado de EH, misión que sólo le corresponde a este grupo. Para una parte de los vascos puede resultar incluso regocijante que Arzalluz se haya convertido en una especie de íncubo en el resto de España. Pero para la causa del pueblo vasco eso es pésimo.

El Gobierno yerra no por falta de iniciativa, sino por sus aspavientos. Si todas las opiniones que se defienden por procedimientos democráticos son lícitas, no tiene sentido que acuse de "destruir" el País Vasco a quienes no están satisfechos con el Estatuto o a los que "desafían el orden constitucional". Esta afirmación resulta especialmente desafortunada teniendo en cuenta el resultado del referéndum de 1978 en el País Vasco. Tampoco tiene sentido que el Gobierno se regocije por la desunión del Pacto de Lizarra, que ahorma en la tregua a HB, o que trate de poner una placa en el Parlamento vasco con los nombres de las víctimas de ETA. Algún día habrá que hacerlo, pero no es éste el momento. En un caso de negociación

Javier Tusell es historiador.

El aterrizaje vasco

para el abandono del terrorismo siempre hay que estar con el Gobierno, por principio, pero eso no suspende el derecho a asombrarse porque una misma persona sea en un momento negociador aceptado o terrorista a detener dependiendo del instante y la ubicación. No se entiende, en fin, cómo el Gobierno no busca más consenso con el PSOE en torno a esta cuestión, lo que sólo le puede resultar beneficioso a medio plazo.En un caso como éste se puede tener la tentación de considerar que no hay otra cosa que hacer que esperar la conversión de los terroristas. También es posible remitir a los más directamente afectados, los políticos vascos, cualquier iniciativa sin darse cuenta de que a veces la cercanía crea tensión y confusión más que buen juicio y serenidad. En cambio, quizá sería posible tomar tres iniciativas positivas que ni siquiera afectan a EH y que probablemente contribuirían a quitar a este grupo político la presunción de llevar la iniciativa de la que hoy disfruta.

La primera consistiría en llevar a cabo un desarme completo en las palabras empleadas en el debate político. La mutua demonización de partidos que han tenido alianzas parlamentarias o han colaborado en gobiernos regionales resulta simplemente absurda, aparte de gravemente desmoralizadora para la sociedad. En segundo lugar, hay que hablar mucho más en vez de arrojarse epítetos por intermedio de la prensa. Deben hacerlo los partidos, pero, tanto como ellos, también debe hacerlo toda la sociedad y los intelectuales, en el País Vasco y en el resto de España. En tercer lugar, se debe empezar ya a hablar de la pista de aterrizaje y no de cuestiones previas o adjetivas. Si se repara un poco en lo sucedido en este último año, se llegará a la conclusión de que hemos hablado sobre todo del desorden callejero o de la Asamblea de Municipios.

La gran cuestión -el final del proceso, su contenido y la forma de una posible consulta- ni siquiera ha sido abordada. Con menos epítetos, más diálogo y un poco más de atención a la pista de aterrizaje, todos saldríamos ganando.

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