Los cazadores
JUVENAL SOTO
Lo peor de algunos cazadores, y de ciertos bandoleros, es que el trabucazo les sale para atrás; o sea, que les alcanza en mitad del pecho el zoquete de plomo disparado por ellos mismos. Y no es que entienda yo que quienes practican la caza, y cierto tipo de bandolerismo, carezcan de posibilidades de redención-ahí tienen ustedes a Manuel Ramírez: de denunciado por estafa y apropiación indebida ya es denunciante de soborno y concejal del Partido Popular de Sanlúcar-; se trata, más bien, de mi sospecha de que, en realidad, hay muy pocos cazadores y muchos, demasiados, señuelos. Intentaré explicarme por medio de un suponer.
Un tipo que ha sido denunciado por una presunta apropiación indebida y una presunta estafa de 638.000 pesetas a una empresa de jamones y embutidos se ve apostado de edil en un municipio de Cádiz a cuyo alcalde socialista el PP quiere tumbar compinchado con otros ediles también apostados. Al tipo le ofrecen un mazacote de pasta para que se dé el bote y no prospere el pelotazo de los emboscados.
El tipo necesita pagar los 638 talegos para que le quiten la denuncia por estafa y por apropiación indebida, pero, agazapado más arriba que él, un trampero más bruto le vigila y anda buscando carnaza para su montería contra el PSOE. Este último tipo también es un mandado. Más arriba aún está el vigilante y montero mayor de toda la trama carnicera, que trabaja en la calle Génova de Madrid y tiene la boca tan negra como su corazón de cazador y matarife.
El menesteroso edil del pueblo gaditano es un aprendiz de alimañero, un triste denunciado como estafador y mangante por un empresario de chacinas, pero ve su oportunidad para soltar un plomazo que tumbe a dos pavos de un solo clic en el gatillo de su trabuco. Habla con el trampero, más bruto que él, y le cuenta que las piezas del PSOE le han ofrecido el oro y el moro para que no participe en la tumba del alcalde.
El trampero, a su vez, coge el móvil y, en tanto se alivia de vientre en un claro del matorral, charla con el montero mayor de la calle Génova. Listo. Se alza los calzones y le espeta al concejal: "Tú, desgraciado, les dices que sí a los sociatas. Trincas la pasta que te ofrecen y pagas lo de las denuncias por estafa y apropiación indebida al de los embutidos, que ya tendrás un padre dispuesto a berrear que fue él quien te prestó la manteca. Después te vienes y me lo cuentas. Yo te espero aquí aliviándome de cuerpo y alma. Ya nos mandará qué apañar el boquinegro de Madrid".
El resto de la historia, incluida una parte del principio del final, ha sido publicado por este periódico. Como lo mío no es más que un suponer, cabe continuar suponiendo que los cazadores, mostrencos ellos, pudieran haber aullado de gusto antes de amagar los primeros pucheretes del zollipo que ahora se les echa encima. Eso es lo peor: que algunos cazadores, y ciertos bandoleros, cuando pegan el trabucazo no imaginan que el zoquete de plomo disparado por ellos mismos es como una colerina infame que terminará enmierdando a toda la democracia.
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