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La última alambrada de Mayor Oreja

De noche, en aviones militares y con dinero de los fondos reservados para no dejar huella, 103 inmigrantes africanos fueron expulsados de España en junio de 1996 y repartidos en grupos por varios países de África. Hicieron el trayecto maniatados, con los ojos vendados, sin saber su destino, drogados con un fármaco llamado Haloperidol disuelto en botellas de agua mineral. El PP se acababa de hacer con el poder y, por tanto, fue la primera decisión del ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, con respecto a la inmigración clandestina. La última se ha producido esta semana y ni Saydou Traore ni Ignis Okpechi, dos de aquellos cien hombres negros que fueron repartidos por África, tendrán motivos para celebrarla. Su viejo sueño de viajar a Europa se pone cada día más difícil.Desde que ellos lo intentaron, España no sólo ha levantado barreras de papel -así se puede interpretar el frenazo de Mayor Oreja a la Ley de Extranjería-, también ha gastado miles de millones en alambres de espino para alejarse de los vecinos pobres del sur. Además de las vallas de Ceuta y Melilla -más de 9.000 millones de pesetas-, Interior tiene en marcha un plan muy costoso para blindar la frontera. Radares de larga distancia, cámaras térmicas, visores nocturnos, rayos infrarrojos y helicópteros pilotados por la Guardia Civil contra pateras cargadas de inmigrantes. 25.000 millones de pesetas en cinco años.

Mayor Oreja sabe que aun así, Saydou o Ignis, o alguno de sus millones de hermanos, conseguirán, algún día, plantarse en la Gran Vía. Será entonces cuando se enfrenten a la última alambrada.

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