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Dietas

Lo van a hacer poco a poco para no obedecer del todo a Alberto Ruiz-Gallardón, pero al final quitarán las dietas que cobran los concejales por asistir a los consejos de administración de las empresas públicas. Lo han arreglado así porque cada vez que salía publicado lo que se llevan crudo nuestros representantes por echarle un par de horas a un consejo, algunos no sabían dónde esconderse. Lo mismo ocurre con la Visa Oro y esa pasta gansa que les permiten gastarse con los amigotes sin tener que justificar un solo duro.Y el caso es que no se equivocaba el alcalde Álvarez del Manzano cuando decía que el de las dietas es un sistema perfectamente legal y tan válido como otro cualquiera de retribuir a los miembros de un consejo de administración. De hecho, en las empresas privadas los consejeros suelen recibir también generosas retribuciones sin que en muchos casos su labor vaya más allá de incrementar la temperatura del asiento con el contacto de sus posaderas.

La gran diferencia, sin embargo, es que en las compañías privadas el dinero es suyo y son muy dueños de gastárselo como les plazca mientras que en las públicas se supone que es nuestro.

Como su propio nombre indica, el consejero cumple en teoría la función de aconsejar para establecer a través de la discusión las líneas maestras de actuación de una empresa. La realidad, casi siempre, es muy otra porque, salvo dignas excepciones, los consejeros suelen acudir a las reuniones sin apenas mirarse los papeles y con la única intención de cubrir el expediente para cobrar la dieta. Puro trámite... Tanto es así, que ocasionalmente ni se molestan en acudir a las sesiones, delegando previamente el voto en otro consejero para no perder la golosa retribución. Esto es lo que hay y lo que, en el caso del Ayuntamiento de Madrid, era aceptado hasta ahora por la conveniencia de todos los grupos políticos representados en la corporación. Ninguna formación quería renunciar a tan sustancioso emolumento, que permitía redondear generosamente el sueldo de sus ediles. En consecuencia, todos ellos vieron en la iniciativa del presidente de Madrid una agresión intencionada hacia el poder municipal a costa de su bolsillo particular. Y es posible que la medida responda a la estrategia personal del jefe del Ejecutivo autonómico de tocarles de vez en cuando las narices para dar la campanada, pero resultaba evidente que ese sistema de retribuciones había degenerado hace tiempo.

La reacción municipal no se hizo esperar. El concejal de Urbanismo, Ignacio del Río, calificó la decisión de totalitaria, mientras el teniente de alcalde Gómez-Angulo retaba al presidente regional a que redactara una ley de incompatibilidades que impida a los cargos públicos no sólo ejercer su profesión de forma privada, como ocurre ahora, sino también dirigir un negocio. Una pedrada que lanzó intencionadamente contra la mano derecha de Ruiz-Gallardón, el vicepresidente Cortés, propietario de dos prestigiosos restaurantes de Madrid. En los últimos días, y tras realizar Ruiz-Gallardón un ejercicio notable de cinismo político al poner a José María Aznar como luz y guía de su decisión por los sobresueldos de los secretarios de Estado, los grupos políticos acordaban la supresión paulatina de las dietas. Lo harán por elevación y de forma indolora para que a nadie se le resienta la cartera. Una maniobra de maquillaje contable que les permitirá compensar a los damnificados por la eliminación de sobresueldos y subir generosamente el sueldo a los ediles que menos cobran. Es posible que a muchos les parezca que, para lo que hacen, ya bastante cobraban los concejales, y en determinados casos puede que tengan razón. Pero el peligro de no pagar bien a los políticos es que su labor se devalúe socialmente hasta el punto de que sólo aspiren a representarnos en las instituciones elementos de segunda división. Por alto que sea, todo el mundo sabe que en este país nadie se hace rico con un sueldo de la Administración porque Hacienda se encarga de ponerlo a régimen. Hay políticos que son un lujo para la institución en que trabajan y otros en que la institución es un lujo inmerecido para ellos. Las dietas de los consejeros olían a prebenda, no a justa remuneración. Si las han matado, bien muertas están.

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