Sexto Pujol
JORDI PUJOL se salió ayer con la suya. Los votos favorables del PP le dieron la mayoría absoluta para renovar por sexta vez su mandato como presidente de la Generalitat, y la abstención de Esquerra Republicana le permitió hacerlo con holgada diferencia sobre sus opositores. Alcanzaba así, en primera votación, la fórmula que había perseguido después de unos mediocres resultados electorales, que le situaron detrás de Maragall en votos, con un solo escaño de ventaja y a expensas de dos fuerzas tan contrapuestas como el PP y ERC.Una votación tan redonda y a la primera, después de un debate especialmente tormentoso con los líderes de las fuerzas que le dieron la llave del Gobierno, sólo se explica por la solidez de la oposición que tiene enfrente. Pasqual Maragall demostró ayer que está bien preparado para ejercer como jefe de la oposición a lo largo de toda la legislatura, pero también que está en buena situación para cualquier otra eventualidad: desde la colaboración con el Gobierno hasta su participación en una alianza nueva que pudiera erigirse en alternativa a Pujol. Si alguien prodigó atenciones y muestras de respeto hacia el presidente catalán fue Pasqual Maragall, seguro de sus propias propuestas de gobierno y de su capacidad para cambiar el terreno de juego en el que se ha estancado la política catalana.
El debate de investidura de Pujol fue, así, la escenificación de un relevo: un político que empieza a irse, al borde la jubilación, situado a la defensiva, con las ideas de siempre, y otro que despliega sus propuestas, abre nuevos caminos y clausura debates viciados. Maragall cambió el paso de todas las fuerzas políticas con su propuesta de reforma consensuada del Estatuto, mediante la adición de una Carta Autonómica que amplíe las competencias en función de la nueva situación europea. Este debate sobre la reforma del estatuto, en cuya dramatización tenían tanto interés los nacionalistas como los antinacionalistas, ha quedado desactivado.
El fracaso de la jornada lo protagonizó el PP catalán. Su presidente, Alberto Fernández Díaz, exigió algún gesto de Pujol que facilitara el voto afirmativo. Pero lo único que consiguió fue un puñetazo destemplado sobre el atril en respuesta a su defensa del bilingüismo. Ya se sabía que Aznar no iba a permitir, pasara lo que pasara, que Pujol perdiera la investidura y se presentara a Maragall la oportunidad de formar Gobierno. Pero fue sorprendente la rapidez de la adhesión después de la dureza con que Fernández y Pujol se habían enfrentado.
El resultado final es que Pujol sigue. Pero sigue en posición inmóvil cuando todo el panorama ha cambiado. Es una forma de irse, a paso lento.
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