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Presidente prestidigitador JORDI SÁNCHEZ

La fuerza de la política, aquello que a menudo la convierte en una fuerza apasionante y que hace que su invocación sea algo irreprimible para algunos, es el factor sorpresa, la confirmación que en política -contra lo que muchos piensan- hay cosas imprevisibles e impredecibles. Ayer el Parlamento de Cataluña fue el escenario de uno de esos momentos mágicos para la política. El voto de sus señorías en la sesión de investidura puso a prueba a todos los analistas políticos del país y a los comentaristas que durante los días y las horas anteriores a la votación habíamos escrito sobre los escenarios previsibles del desarrollo de la elección del candidato Pujol a presidente de Cataluña. Creo, y si me equivoco corregiré con mucho gusto, que nadie había previsto lo que ayer sucedió. La elección de Pujol como presidente se desarrolló en un escenario que nadie había contemplado como probable con anterioridad. La colaboración del Partido Popular y de Esquerra Republicana de Catalunya para dar un sexto mandato a Jordi Pujol estaba fuera de todos los guiones, como mínimo en la primera votación.Ciertamente el voto favorable del Partido Popular representa una sorpresa menor ya que es conocido que los favores políticos que Convergència i Unió ha venido realizando al Gobierno del señor Aznar en el Congreso de los Diputados tarde o temprano se debían traducir en favores del PP hacia Pujol. Sin duda los favores en política tienen un precio y ayer el Parlament fue el escenario del pago de algunas facturas atrasadas que los populares debían a los convergentes. A pesar de esta lógica, legítima por otra parte, hay que mencionar que el ninguneo al que CiU sometió al PP catalán en los días previos a la sesión de investidura hacía prever una reacción, aunque pequeña y testimonial, que tuviera como objetivo salvar la dignidad de los populares catalanes y muy especialmente la de los 12 diputados, con Fernández Díaz al frente de ellos. Si la sorpresa es un ingrediente especial para la política, la sumisión de los diputados a unos supuestos intereses superiores es la cara amarga de la política. Es comprensible que más de un diputado o diputada del grupo del PP se sienta dolido por no haber podido dar ni siquiera un pequeño correctivo a CiU mediante la abstención y obligando a Pujol a pasar una segunda vuelta, como de hecho ocurrió ya en 1995 y en 1980. Después de lo que sucedió ayer uno ya no sabe qué pensar, en el sentido si el Parlament ha perdido 12 escaños y ahora dispone de 123 o simplemente el grupo de CiU ha incrementado a 68 los 56 que la ley D"Hondt le concedió. Sea como sea, a veces la política es dura y la evidencia de que quien manda en el grupo del PP catalán no es un diputado del Parlament sino un portavoz del Gobierno español no debe ser una sensación muy agradable con la cual convivir.

Pero si hay alguna respuesta más o menos coherente que nos explique por qué los populares votaron afirmativamente a Pujol, mucho más difícil es encontrar respuesta a por qué ERC decidió la abstención. Es posible que sea aún muy temprano para ello y que la respuesta no la encontremos hasta pasadas las elecciones generales próximas, pero es legítimo preguntar el porqué de las cosas. De entrada una duda me aborda sobre la posibilidad que para Esquerra Republicana de Catalunya Pujol merezca más confianza hoy que en 1995. En verdad, de la lectura atenta de las poco más de veinte páginas que Pujol dedicó a su discurso no he conseguido descubrir qué puntos han sido aquellos que han movido a ERC del anunciado voto contrario en primera vuelta a la abstención. Carod habló ayer mismo de una cuestión estética como elemento suficiente para justificar su abstención. Es decir, a una argumentación en el sentido que por responsabilidad con el país ERC no podía dejar en manos de una fuerza españolista el apoyo al presidente Pujol. Sin duda este argumento de raíz patriótica puede mover a alguien, pero en verdad no sé a cuántos. En primer lugar, porque para ser plenamente coherente con este discurso lo que ERC tendría que haber diseñado es su plena disposición a votar a Pujol afirmativamente e impedir que éste buscara un acuerdo con el PP. Y en segundo lugar porque con la abstención no han contribuido para nada a hacer a Pujol presidente ya que la mayoría absoluta (requisito imprescindible en primera vuelta) se construía con los diputados de CiU y del PP. ¿Qué ha movido a ERC a dedicar ese cheque en blanco a Pujol con esa abstención en primera vuelta? Tengo dudas sobre si esta abstención se debe interpretar más como un sí vergonzoso o como un no reprimido. Es cierto que la abstención es una posibilidad contemplada en toda votación, pero también es cierto que los gestos políticos tienen múltiples lecturas y precisamente ese apoyo pasivo a Pujol puede no pasar desapercibido entre su militancia. Es cierto que al PP y a ERC les separan muchas cosas y que sería demagógico creer que son la misma cosa o que tienen los mismos intereses, pero por eso mismo creo que ha sido un contrasentido, un valor añadido igual a cero, esa abstención proclamada por ERC.

Pujol ha conseguido, una vez más, sorprender a propios y extraños. Su capacidad demostrada anoche demuestra que es un gran político y que no se rinde ante objetivos aparentemente imposibles. También es verdad, sin embargo, que el precio a pagar por esos apoyos fue un discurso sin más atractivo que el discurso que Pujol viene haciendo año tras año en los debates de política general y cuando toca, como el lunes, en los debates de investidura. Pujol parece que de todos los retos que tiene en esta legislatura logrará finalizar su sexto mandato sin grandes sobresaltos gracias a acciones de prestidigitación como las de ayer. Otra cuestión es saber si conseguirá organizar una sucesión ordenada o si conseguirá una legislatura productiva en leyes. Mi impresión es que no y que con el tiempo, si Maragall persiste como lo hizo ayer en un discurso moderado pero contundente en afirmaciones de futuro y en gestos propios de gobernante, Pujol no tendrá más remedio que aceptar en su interior que esta vez y ya no más.

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