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Reflejo de fantasías

JOSU BILBAO FULLAONDO

Llegan de Santa Cruz de Tenerife y este miércoles que viene deben abrir su exposición para el Carrusel del Louvre, en la galería Fovea de París. El curioso dúo formado por Pilar Albajar (Huesca, 1948) y Antonio Altarriba (Zaragoza, 1952), instalados en Vitoria desde hace más de 20 años, han elegido la fotografía como forma de redefinir fantasías, ilusiones y conceptos. Por voluntad propia se alejan de la realidad establecida y crean un mundo nuevo. Son fotomontajes donde se conjugan elementos con frecuencia dispares para resaltar una idea preconcebida. Un territorio donde lo etéreo del pensamiento se concreta en imagen. Una formula original que pueda encontrar referencia icónica en el vanguardista Nicolás de Lekuona (Villafranca de Ordizia, 1913-1937).

Antonio Altarriba, catedrático de Literatura Francesa en la Universidad del País Vasco, empezó a colaborar con Pilar Albajar, licenciada en Filosofía y fotógrafa, desde 1988. Hasta entonces cada uno había trabajado por su lado. Antonio, además de sus obligaciones docentes, hacía guiones para TBO y televisión. Pilar, iniciada en fotografía hacia 1976, buscaba nuevas formas para desarrollar su actividad gráfica. Combinando sus esfuerzos, cada cual en su terreno, empieza a surgir la originalidad estilística de una obra plástica a dos. Antes que nada debe llegar la idea. Discuten el argumento propuesto. Adjudican las claves estéticas que más convengan al sujeto. Toman las fotos en blanco y negro (6x6), que siluetean antes de ensamblarlas. Pulen detalles según avanza la realización. Antes las pintaban con acuarela, hoy día las colorean en ordenador. Dan libre curso a su imaginación y espontaneidad a través de la fotomática. Así, paso a paso, dejan atrás el testimonio referente y se adentran en el territorio de lo onírico.

Galerías de Italia, Francia, Holanda, España, Gran Bretaña y EE UU han enseñado su obra. Revistas nacionales e internacionales han publicado sus interesantes trabajos, cargados de ironía y sentido del humor. Se alejan de la ortodoxia fotográfica sin aplicar el todo vale. Combinan la tecnología con una originalidad creativa muy puntillosa en todos sus matices. El resultado es un encuentro entre foto y texto en una serie de paisajes imaginarios repletos de conceptos psicoanalíticos. No fuerzan los encuentros sorprendentes propios del surrealismo, pero no pueden evitarlo; en algunas de sus obras surgen de manera espontánea.

El proceso requiere un importante esfuerzo intelectual y su desarrollo es pausado. Todos los años conforman una serie de fotos en torno a un mismo tema, que en pocas ocasiones sobrepasa la quincena de unidades. Son diferentes facetas de un mismo sujeto, aspectos enraizados en nuestra sociedad, nociones abstractas que forman parte de un imaginario colectivo. Una imagen que represente la idea, ambigua sugerencia cargada de belleza, con un título al pie para centrar el motivo y aclarar la posible abstracción. Algo que escapa de la rutina cotidiana y, sin embargo, llega a través del subconsciente a configurar, de manera precisa, un concepto que se articula a modo de extraña metáfora.

Entre sus composiciones están los pecados. El suicidio se representa en el retrato de una mujer que sostiene a la altura de su sien derecha una máquina de fotos preparada para disparar. La idolatría es una figura reducida de Marylin Monroe en bikini, saliendo por la puerta de un sagrario. Cuando se trata del sexo, la frigidez se convierte en un cubito de hielo con una flor dentro y las caricias en un palo, cuya escoba son los dedos de unas manos. La cámara es protagonista de otra de las series. Cámara, ¡acción! es el simulacro de un fusilamiento donde los cañones son los objetivos; Bala en la recámara se representa en un paisaje de montañas donde un hombre, escopeta bajo el brazo, posa junto a una cámara de fuelle herida, que parece ser la pieza abatida. Perspectivas experimentales de gran impacto, presentadas como un juego entre imagen y palabras

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