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Persuasión

ADOLF BELTRAN

Confundir la política con la persuasión es una deriva de las democracias en la modernidad. La presión del spot, del proyecto enfáticamente manufacturado y del programa de gestión convertido en publicidad virtual encoge el espacio público de la deliberación, la esfera de la acción, hasta límites inconcebibles. Afirmó Hannah Arendt, una pensadora nada sospechosa de izquierdismo, que el padre de familia ha sido el gran criminal del siglo XX. "La transformación del padre de familia de miembro responsable de la sociedad, interesado en todas las cuestiones públicas, en burgeois preocupado sólo en la propia existencia privada e ignorante de toda virtud cívica, es un fenómeno moderno internacional", escribió la autora de Los orígenes del totalitarismo, quien combatió con brillantez la conversión del individuo en "buen consumidor", en "hombre-masa", vencido por la irresponsabilidad y el conformismo. En el centro de su reflexión estaba la defensa de la esfera pública, horizontal y plural, frente al éxtasis conservador de la privacidad y la lógica vertical de la Administración, en un sentido que después ha retomado Habermas. La reciente proclama de la Internacional Socialista sobre la recuperación de la política ante los efectos de la globalización, -aunque el PSOE no dé síntomas de querer aplicarse el remedio-, parece abrir una vía en esa dirección bajo el aliento de los experimentos de renovación de la socialdemocracia. Si, como explica Josep Ramoneda en su nuevo libro, el de la política es el lenguaje del eufemismo y del maquillaje de la realidad, la posibilidad de forzar espacios de contestación, de diálogo civil y de debate, en medio del estruendo de la propaganda, resulta vital, por ejemplo, para calibrar si la llamativa distancia entre los actos rutilantes de masas para jubilados en los estadios y la tenebrosa muerte de ancianos en residencias clandestinas es un episodio más en la hipocresía de la persuasión o la evidencia de una estafa política colosal.

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