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Cada día empieza todo JOAN SUBIRATS

Joan Subirats

Pocas veces he añorado tanto los cine foros de antaño como cuando acabé de ver el filme de Tavernier, Hoy empieza todo. Me quedé un rato sentado, sin moverme, tratando de ordenar mis sentimientos e ideas. No sabía por dónde empezar. Para los que aún no hayan visto la película, el argumento de la misma puede resumirse en la complicada situación de una escuela maternal que vive en la encrucijada de una región en crisis y con porcentajes de paro altísimos; una estructura social y familiar llena de grietas y fracturas, en la que simplemente sobrevivir resulta complicado; una administración muy formalizada para la que es más importante averiguar el negociado responsable que tratar de resolver el problema, y un sistema educativo en el que se vive la tensión entre profesionales que se implican quizá excesivamente en los problemas con los que se enfrentan y profesionales que se refugian en un cierto distanciamiento para evitar "quemarse". A pesar de todo ello, y gracias a todo ello, la escuela se va convirtiendo en el contenedor explosivo de ese cruce de crisis y carencias. No hay película sin héroe, y nuestro protagonista es el director de la escuela, quien con sus problemas y contradicciones familiares y personales a cuestas, trata de ir más allá de lo que el sistema le pide y pretende encontrar tablas de salvación colectivas en la implicación de padres, maestros y vecinos en el futuro de la escuela, en el futuro de la comunidad, en su propio futuro.¿Tiene algo que ver lo que ocurre en esa escuela de Nord-Pas de Calais con lo que nos ocurre por aquí? La respuesta, desde mi punto de vista, es totalmente afirmativa. Al margen de la caricatura de ciertos personajes, los problemas de fondo que se plantean son los mismos allí que aquí. Nuestros inspectores serán quizá menos estirados y distantes, pero tampoco acostumbran a ofrecer bibliografía de complemento. Los servicios sociales locales tienen también aquí su lógica de negociado, que les dificulta una concepción más transversal e integral de su labor, pero como en todas partes, hay quien sabe como trabajar con las reglas y las barreras organizativas para resolver al fin ese o aquel problema. También tenemos aquí maestros y maestras que se escudan en su estatuto profesional, en sus horarios y en su estricto cuadro de obligaciones para evitar ser engullidos por problemas y situaciones que les exigen ser padres, policías, asistentes sociales, tutores y benefactores, todo al mismo tiempo. Pero también tenemos ejemplos de maestros y maestras que sacan fuerzas, horas y recursos de donde sea para afrontar, sea desde su concepción integral de maestro, sea desde su simple condición de seres humanos, problemas y casos que estrictamente como profesionales nadie les podría exigir. ¿Tenemos aquí padres que trasladan a sus hijos sus problemas, y que les golpean? ¿Tenemos aquí familias desestructuradas cuyos hijos sufren en su convivencia escolar esos problemas de casa? ¿Tenemos aquí familias que no pueden ni pagar el comedor? No voy a perder espacio confirmando algo que es sobradamente conocido para quien se haya asomado mínimamente a nuestro mundo escolar.

Pero volvamos al foro. Me consta que hay gente que considera el filme maniqueo y facilón. No es ésa mi opinión. Me gustaría ver surgir un cierto debate sobre el tema, ya que estamos hablando de un tema crucial para la cohesión social, actual y futura del país. Desde mi punto de vista, Tavernier, con su imperfecto pero admirable trabajo, nos brinda la oportunidad de asomarnos a nuestros propios fantasmas. Nuestra sociedad va poco a poco asumiendo como natural un constante proceso de segmentación social, por el cual a cada sector social le corresponde un hábitat determinado, una escuela determinada, un futuro para unos y un no futuro para otros. Muchos de los profesores de nuestras escuelas e institutos se sienten solos, aislados. Los problemas con los que se enfrentan y la falta de recursos que tienen les dejan anonadados. Aumenta la tensión, y buscan salidas o refugios personales. Otros resisten, pero se enfrentan a todo tipo de trabas económicas y administrativas. Los responsables del sistema educativo viven lejos de esa realidad. Su preocupación es salir indemnes de un día a día plagado de minas. Los que están cerca, se sienten demasiado cerca. Los que están lejos, están demasiado lejos. Nadie se siente responsable. Por ese camino no hay salida.

Muchos de los chavales de la escuela del filme demuestran con sus silencios y miradas inquietantes que saben cuál es su destino. Lo ven en la cara de sus padres, en las condiciones en que viven. ¿Cuál es su esperanza? ¿Cuál debería ser nuestra esperanza? Tavernier nos ofrece una vía. Para algunos teñida quizá excesivamente de final feliz, pero vía al fin y al cabo. La fiesta con la que se cierra la película es, más allá de la anécdota, una gran fiesta de compromiso y responsabilidad de todos con todos. De quien pone la arena, de los niños que preparan los colores, de quien trae los pasteles magrebíes, de la banda que pone la música, de los padres que trabajan para que todo salga bien, de la unidad de los maestros que van más allá de lo que el reglamento les exige, y del barrio que siente la escuela como algo propio, como patrimonio de la comunidad. La gran lección del filme es la potencia de la comunidad local cuando cada uno asume sus responsabilidades, aprovechando la ventaja de la proximidad, de la implicación de todos. No hay soluciones mágicas. No podemos esperar que los de arriba lo arreglen espontáneamente. Cada día empieza todo, y cada día empieza para todos.

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