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ÓPERA

Adorables napolitanos

La primera visita a Madrid de Antonio Florio y la Cappella della Pietà de Turchini ha desempolvado mucho más que unos bellos fragmentos musicales de autores napolitanos del XVII y XVIII. Ha desempolvado una manera de acercarse a la música.Por encima del asombro que despiertan las versiones de Florio y su grupo, sustentadas en un trabajo previo de investigación estilística y musicológica, planea siempre un chispazo de emoción, de trozo de vida traspasado al escenario, de identificación con una herencia histórica y popular. A Florio y los Turchini se les admira pero sobre todo se les quiere.

No es únicamente la música la que despierta este proceso afectivo. Los cantantes son algo más que unos buenos cantantes. Son unos actores excepcionales, como raramente se encuentran hoy incluso en el teatro de prosa. Cada palabra, cada sílaba, cada situación, son desentrañadas con comicidad, con sentimiento o con pasión. Fluye el arrebato o el sentido del humor. La soprano Roberta Invernizzi estuvo absolutamente colosal en su cavatina en solitario, en los dúos con el tenor y el barítono, en el trío o en los quintetos. Enamora. Giuseppe de Vittorio resucitó la escuela olvidada del tenor cómico, capaz con el más mínimo gesto, o con el más mínimo acento musical, de transportarnos a mundos de ilusión. El barítono Giuseppe Naviglio, el tenor Rosario Totaro, la soprano Roberta Andaló, completaron uno de esos repartos de ensueño para una inaudita tarde de fiesta.

Público ensimismado

El teatro, el canto, la opera bufa napolitana, envolvían a un público ensimismado, sin ninguna capacidad de resistencia ante el hechizo. ¿Era sueño o realidad? Lo segundo, claro. Fundamentalmente porque el grupo desprendía una presencia física, una carnalidad y una cercanía que no dejaban lugar a dudas. Y en la mente se sucedían, desordenadas, imágenes de las calles de Nápoles, de Totó o Caro Baroja, de besos de fuego o pesebres populares, de ropa tendida o vespinos rebeldes a cualquier norma.La Cappella de Turchini es un grupo vocacional, a contracorriente, riguroso en el concepto y espontáneo en la forma. Son italianos hasta la médula, pero a la atracción irresistible del Sur se han incorporado cinco instrumentistas de fuera: un inglés, una canadiense y una norteamericana entre los violines; un francés como fagot y un navarro como contrabajo. La interpretación instrumental fue extraordinaria en las escenas operísticas y en los conciertos de flauta o clave. Antonio Florio dirigió con un punto de melancolía, dejando que la vida, una vez más, se filtrase en cada sonoridad, en cada detalle.

Cautivaron con quintetos de Cimarosa o Leonardo Leo, con duettos de Leonardo Vinci, con arias y cavatinas llenas de sabor. Una velada cálida, entrañable, inolvidable, la de estos adorables napolitanos.

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