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Manos Limpias también en Francia

Los jueces han logrado en su revuelta poner en la antesala de la audiencia a políticos de todos los bandos

El presidente francés, Jacques Chirac, resiste el asedio gracias al blindaje de la impunidad que le otorga supuestamente el cargo, pero no puede descartar que un secretario de juzgado llame un día a las puertas del Elíseo para entregarle una citación judicial. Jean Tiberi, alcalde de París, porta escandalosamente el sambenito del político corrupto por antonomasia y se ha convertido en un apestado para sus propios compañeros, que le evitan en público. Al igual que en el resto de las formaciones de la derecha, las investigaciones judiciales han dejado al partido gaullista, Asamblea para la República (RPR), agujereado como un queso gruyer.El presidente de la tercera institución de la República, el Tribunal Constitucional, Roland Dumas, socialista, está de vacaciones indefinidas, procesado en esa morbosa historia de fragatas para Taiwan, sexo, poder y dinero fácil de la petrolera Elf. Los socialistas, que acaban de perder a su prestigiado ministro de Finanzas Dominique Strass-Kahn, salpicado por el fraude de la mutua estudiantil, se tientan la ropa ante el cariz del proceso judicial y la ofensiva política de una oposición que busca ahora arruinar el crédito moral del jefe de Gobierno, Lionel Jospin. Y el secretario general del Partido Comunista Francés, Robert Hue, también está procesado.

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Lenta, pero inexorablemente, los jueces franceses siguen demoliendo la fortaleza de impunidad y privilegios políticos levantada a su alrededor a lo largo de décadas, siglos en realidad. Es una revuelta general, una revolución discreta, carente de la espectacularidad y la agitación de la Manos Limpias italiana, pero persistente, tanto o más eficaz. Decenas de ex ministros, cientos de políticos, han pasado por la trilla judicial, generalmente implicados en los casos de financiación ilegal de sus partidos, pero también en asuntos de abuso de poder y fraude en beneficio propio. Puede decirse, salvando la honestidad de la gran mayoría de los electos, que el conjunto de la clase política francesa, el sistema como tal, está sentado en la antesala de la audiencia.

Sin proclamas ni advertencias previas, los jueces franceses, tradicionalmente sumisos al poder, comenzaron a liberarse de la tutela política a principios de la década, cuando el descrédito minaba ya la autoridad de los partidos. Para su sorpresa, el diputado de los Pirineos Atlánticos Jean-Pierre Destrade, conocido como Monsieur Comercio, se vio un buen día esposado y a disposición del juez de Pau, bajo el cargo de haber extorsionado a los grandes supermercados de la zona, el llamado caso Urba.

Su rocambolesca historia, que le presentaba como víctima a su vez del chantaje de ETA, cayó en saco roto, y los jueces que luego irían a por la cabeza del ex ministro y tesorero de los socialistas Henri Emmanuelli descubrieron enseguida que Destrade había manejado más de 150 millones de francos (3.750 millones de pesetas) en las cuentas abiertas a su nombre en 25 bancos. Después llegarían decenas y decenas de casos de desvíos de fondos, de estafas, los 300 empleos ficticios de la alcaldía de París, los fondos secretos, las cuentas de dinero negro en Suiza, Luxemburgo y otros paraísos fiscales. Aunque la guerra con los jueces dura ya nueve años y aparentemente ellos llevan todas las de perder, sigue habiendo indicios de que algunos partidos no han acabado de renunciar a los viejos hábitos, como si confiaran en una nueva ley que implique la amnistía general.

En un terreno menor, la Comisión Nacional de Cuentas de Campaña constata con regularidad que la ley de financiación política de 1995 no ha acabado con la alegría en el gasto y la picaresca de algunos. Dentro del capítulo de gastos personales de campaña reembolsables por el Estado, los inspectores descubren facturas pintorescas, como la de la peluquería, el sastre, el arreglo del jardín y hasta, en un caso, los preservativos, que difícilmente pueden estar justificados en la actividad de campaña. Algunos muestran una generosidad fuera de lo común a juzgar por la suculenta propina de más de 500 francos (12.500 pesetas) regalada supuestamente a un cocinero. Hay quienes alquilan un utilitario porque hace poco popular pedir el voto desde el BMW, y hay menús de campaña a base de langosta, foie-gras y champaña que más bien parecen la celebración anticipada de la elección.

La generalización es, sin duda en este caso, un ejercicio infamante, pero son las direcciones de los partidos las que se encuentran en la trastienda de esas turbias actividades que los tesoreros y sus colaboradores ejercen generalmente en solitario, clandestinamente, pero conminados por sus jefes a "sacar el dinero de donde sea".

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