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Tribuna
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El cartel

Es una anciana encantadora, una septuagenaria a la que se ve tranquila, dichosa y hasta saludable. Una mujer que sonríe a la vida y a la que uno imagina cargada de nietos en su dorada tercera edad. ¿Y todo gracias a quién?: pues gracias al Partido Popular que gobierna este país con sensibilidad, honradez y sabiduría. La imagen de esa venerable señora, a la que no tengo el gusto de conocer personalmente pero que, a buen seguro, habrá superado un reñido casting de viejecitas tiernas y maravillosas, preside desde el pasado domingo la sede nacional del PP en el número 13 de la calle Génova.Bueno, más que presidir envuelve aquel edificio porque el cartelón que han colocado allí es de tales dimensiones que ocupa toda la fachada principal del inmueble. Su despliegue se realizó en un acto especial organizado por la Dirección del partido, acto al que fueron convocados los incondicionales y al que se quiso dar un carácter festivo. Se trataba de presentar una campaña de divulgación de las bondades del Gobierno popular con los jubilados, una campaña que ellos denominan de "información sobre las pensiones", que va acompañada de ese polémico vídeo en el que los malos salen en blanco y negro y tono macilento y los buenos, que son ellos, sonrosados y a todo color. Un notable insulto a la inteligencia del pueblo llano al que se le consiera lo bastanto zafio e ignorante como para no advertir tamaña manipulación visual.

La ofensiva propagandística se completa con cuñas radiofónicas y anuncios en prensa en las que, de nuevo, aparece la dama agradecida junto a una leyenda en la que dejan como unos guarros a los gobiernos socialistas por recortar los derechos de los pensionistas y condenar a millones de personas al paro, mientras que el Gobierno del señor Aznar crea puestos de trabajo y paga puntual y religiosamente a los pensionistas, como debe ser. Cada formación es muy dueña de perder el pudor como guste, y cuando así lo han hecho esos supuestos especialistas en comunicación de masas que tan generosamente paga el PP, sus razones tendrán. Lo que Madrid no puede o no debería tolerar es que esos señores aprovechan su posición de poder burlar las normas municipales que rigen para todos los ciudadanos.

La gran pancarta de la anciana venerable fue desplegada sin haber obtenido el preceptivo permiso de la Junta de Distrito, que no se hizo efectivo hasta tres días después cuando los periodistas y la oposición empezamos a preguntar por el desafuero. Una licencia que, en cualquier caso y con la ordenanza municipal en la mano, no se puede conceder de no cubrir el andamiaje para una operación de reforma o el revoco en la fachada del edificio. Requisito incumplido, a pesar de lo cual los responsables de la Junta de Chamberí emitieron el permiso argumentando algo tan rocambolesto como que el anuncio no era publicitario sino informativo.

El propio presidente de dicha junta explicó públicamente que en el cartel no había ánimo de lucro y que era legal colocarlo allí, porque divulgaba ideas. Un planteamiento que, a buen seguro, tendrán muy en cuenta a partir de ahora todas las empresas, asociaciones y colectivos que quieran explicar públicamente lo que sienten, piensan o cuáles son sus reivindicaciones.

Por esa regla de tres nada impedirá a una entidad bancaria reclamar desde el inmueble de su sede social una subida de los tipos de interés o a una comunidad de vecinos cubrir su fachada con un gigantesco telón en el que ponga a parir al Ayuntamiento por no arreglar su calle o demandarles una parada de autobús. Trato de imaginar la selva de "mensajes divulgativos" en la que se convertirían las calles de la ciudad si cada propietario de inmueble hiciera de su capa un sayo como ha hecho el Partido Popular con el asentimiento cobarde de una Administración municipal en la que ellos gobiernan.

La misma Administración que hace unos días se planteaba eliminar las carteleras de cine de la Gran Vía, por cuestiones de estética. Una ciudad así no le gustaría a la anciana venerable que sale en el anuncio. Aunque le paguen la pensión cada fin de mes, cuando viera Madrid plagada de cartelones, se le quitarían las ganas de reír.

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