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TRAGEDIA EN SANTANDER

"El edificio se sacudió como si fuese agitado por un terremoto"

Testigos del siniestro relatan, incrédulos, el enorme estruendo del derrumbe y el caos que se organizó en el hospital

Hubo quien pensó que era un temblor. O un trueno. A esa hora llovía a cántaros en Santander. Otros creyeron por un instante que era una bomba. También hubo a quien se le pasó por la cabeza la idea de que dos camiones habían chocado de frente. "El edificio se sacudió en medio del estruendo, como si fuese agitado por un terremoto", recuerda un joven médico que estaba en la cafetería del hospital. Pero ocurrió lo que nadie esperaba: buena parte de la piel de la fachada lateral de uno de los edificios se había desplomado sobre otro de los edificios del hospital Marqués de Valdecilla.Francisco J.Pena, de 26 años, natural de Bilbao y médico residente, adscrito al servicio de Medicina Nuclear, había dormido durante la noche en el edificio siniestrado. A media mañana, ya en su lugar de trabajo, no podía todavía olvidar las fuertes emociones vividas.

Y lo que Pena recuerda es esto: "Eran aproximadamente las nueve y veinte cuando abandoné la planta, más o menos 10 minutos antes de lo ocurrido. Tenía que pasar por la comisión de docencia, pero temí llegar tarde al servicio, así que sin esperar el ascensor bajé andando a la cafetería en la planta baja. Nos reunimos allí unas 30 personas para desayunar. ¿Qué qué escuchamos? Aparte del enorme estruendo, la sacudida del edificio, como si fuese agitado por un terremoto. Salimos corriendo. Obviamente, no había heridos entre nosotros porque el techo de la cafetería estaba intacto".

"Al oír el estruendo pensé que había sido una bomba o un trueno. Cuando me di cuenta de lo que había pasado no me lo quería creer", explicaba a última hora de la tarde de ayer otro médico que entró a trabajar a las nueve de la mañana, antes de la tragedia. Tenía los ojos enrojecidos, de cansancio y de tristeza. "Lo terrible es que he visto morir a compañeros", decía con prisas, mientras cruzaba la puerta de Urgencias hacia la calle.

Una enfermera recordaba: "Pensamos que era una explosión, incluso un rayo. Fue un rudio tremendo y justo después un silencio todavía más sobrecogedor. En ese momento, aunque parezca mentira, sólo se me ocurrió pensar si mis compañeras estaban bien".

Poco después del derrumbamiento, una trabajadora del hospital comentaba aturdida: "Fue tan rápido y sorprendente que no te das cuenta hasta que no llegas a la calle. En ese momento es casi imposible saber qué ocurre. Pero ahora creo que no lo podré olvidar mientras viva".

Un amigo de una de las víctimas -Isabel Ortega, secretaria de la dirección- también se mostraba tristísimo, pero sobre todo enfadado con los responsables del hospital y del Ministerio de Sanidad: "Decir que lo ha tirado el viento es terrible". La tristeza ocultaba en buena medida su indignación por la "desorganización absoluta". Durante casi cuatro horas ni él ni el marido de Isabel Ortega supieron con certeza que ésta había muerto. "Ha habido incluso quien nos ha dicho que alguien había hablado con ella". Eran las dos de la tarde cuando se localizó el cadáver. Un compañero la identificó.

"La seguridad de un hospital como éste debe estar garantizada y debería haber un plan para coordinar a todo el mundo". Confirmar que Isabel Ortega era una de las cuatro víctimas mortales debió ser un golpe tremendo para este amigo, pero con un optimismo y una entereza sorprendentes relataba: "A partir de ahí, con el forense, todo ha ido de maravilla. La acaban de bajar al tanatorio".

Un hombre que trabaja fuera del hospital, pero enfrente de la pared que se desplomó, lo vio todo: "He visto que la parte de en medio se desprendía. Cuando estaba como en un ángulo de 80 grados se ha desplomado el resto de la pared. De repente sólo se veía una nube de polvo rojo. He llamado a los bomberos".

Movilizar a todo el personal sanitario fue una de las primeras cosas que hizo la gerencia. Telefonearon a muchos. Otros se enteraron por conocidos. "Me llamó una compañera a la que le había llamado un familiar. Telefoneé aquí y pregunté ¿hace falta que vaya?". Que sí, le contestaron a este celador, que anoche se tomaba un respiro con varios compañeros en un pasillo.

Un joven médico, que estaba en otro edificio del complejo hospitalario, contó que su primera tarea fue buscar por el resto de las plantas camas libres donde ubicar a los enfermos que estaban ingresados en la zona afectada.

La hija de Matilde Jiménez pasó momentos espantosos mientras trataba de llegar -a través de una ciudad colapsada por el trajín de ambulancias y la lluvia- al hospital donde su madre llevaba un mes ingresada por una rotura de cadera. La anciana estaba en traumatología, una de las áreas que se derrumbó por el peso del recubrimiento desplomado de la fachada. Su hija respiró aliviada al comprobar que estaba viva. Y aún le sosegó más comprobar que la anciana no era consciente de lo ocurrido.

A medida que los pacientes eran sacados de la zona afectada, una enfermera gritaba su nombre y su destino -otra planta u otro centro hospitalario- ante una nube de familiares que esperaba noticias con ansiedad.

En el despacho de gerencia las órdenes sobre qué hacer se mezclaban con pésames, abrazos y ojos llorosos de gentes que iban llegando. Los directivos de Marqués de Valdecilla trataban de saber qué se hace en estos casos. A última hora de la tarde, las esquelas, la capilla ardiente y los funerales traían de cabeza a quienes conversaban frente al despacho del gerente.

Las decenas de chicas y chicos enfundadas en zamarras de la Cruz Roja que durante todo el día pulularon por el hospital, dejaban patente la gravedad de lo ocurrido. José Miguel Seco, de Protección Civil, saltó como un resorte -como cada vez que hay una tra-gedia- cuando le llamaron. Llegó a tiempo para sacar de entre los cascotes a un niño y a un adulto. Ambos estaban semienterrados.

Dos trabajadores a los que todo el mundo creía bajo los escombros, volvieron locos a los equipos de rescate, naturalmente sin saberlo. Los bomberos se afanaban por localizarlos removiendo junto a una gran grúa los restos de pared. Inmensa debió de ser la alegría de sus compañeros y familiares al localizarles vivos. No estaban allí cuando ocurrió la tragedia.

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