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Ángel Ferrant y otros chicos modernos JOSEP CASAMARTINA I PARASSOLS

La excelente exposición sobre Ferrant que muestra el Museo de Arte Moderno del MNAC pone de nuevo en evidencia un grave problema museístico aún no resuelto: ¿qué pasa con el arte moderno catalán antes de Dau al Set? Considerar que nuestra modernidad nace a partir de 1948 es una auténtica barbaridad. Pero, por lo visto, se decidió así para iniciar el discurso museográfico del Museo de Arte Contemporáneo, el Macba. Es cierto que entre el final de los años cuarenta y principios de los cincuenta la producción artística española sufre un cambio generacional y de gusto, propiciado, entre otras cosas, por el resultado de la II Guerra Mundial y la nueva orientación que toma el Gobierno español en sus relaciones con el exterior. Es entonces cuando la balanza se decanta más o menos hacia la modernidad -tanto en pintura y escultura como en arquitectura- dejando atrás los obsoletos y asfixiantes academicismos que presidieron la década anterior, que sin embargo continuaron siendo favorecidos por buena parte de la burguesía durante algunas décadas más. Pero este resurgir artístico no es más que una continuación de lo que ya se había empezado antes de la guerra. En arquitectura, el Grupo R retoma los postulados del GATPAC de Sert, Torres Clavé y sus compañeros, y resultaría ridículo intentar explicarlo sin remitirse a dicho precedente. Incluso muchos de los arquitectos emblemáticos de la época, como Bonet Castellana y Mitjans, habían llegado a ser socios del magnífico evento de Sert y compañía.Con el arte plástico sucede lo mismo, pero se está obviando en aras de una política cultural que parece más preocupada por las vedettes con reclamo turístico que por un planteamiento serio y profundo de la historia del arte. Dau al Set es un postsurrealismo, que enlaza perfectamente con el de los años treinta, por más que aporte nuevas perspectivas y con el tiempo llegue al informalismo, que también tiene sus orígenes en el propio surrealismo. Pero sucede que Picasso y Miró ya cuentan con su propio mausoleo en la capital catalana. Tàpies, también. Sin embargo, el travieso de Dalí en Barcelona lo tiene peor, y se le ha borrado casi completamente del mapa, con la pequeña excepción de un par de óleos y un dibujo, todos de su etapa clasicista, expuestos en el Museo de Arte Moderno del MNAC, en el parque de la Ciutadella, que como siempre no hay que confundir con el Macba del Raval.

Y no hablemos ya de la suerte que han corrido otros jóvenes surrealistas que trabajaron en la época, como Àngel Planells, Joan Sandalinas, Antoni G. Lamolla, Esteban Francès, Remedios Varo y Ramon Marinel.lo, que ni tienen rastro alguno en Barcelona, como si hubiera una confabulación para borrar el pasado. Es muy posible que incluso ningún museo catalán posea obra de estos artistas que defendieron la modernidad en contra del asfixiante conservadurismo, tipo Cambó, de los años treinta. Para ellos fue un tiempo de grandes aventuras y de poca producción, pues no había a quien venderla para sobrevivir. A menudo pasamos de la sobrevaloración pasajera, para disimular una realidad muy pobre -la de aquella época-, al menosprecio más absoluto, aduciendo las pocas obras que dejaron. En Madrid, sin embargo, desde hace años se vienen coleccionando, en museos públicos y en colecciones privadas, con el máximo interés, mientras que nosotros nos vamos quedando sin un discurso coherente sobre nuestro arte contemporáneo.

De todas formas, este año han coincidido -aunque de forma casual- varias exposiciones que vale la pena reseñar y que deberían servir para concienciarnos de una vez. Por una parte, el merecido homenaje a Eudald Serra, en la Virreina; un espacio que debería dedicarse más a ese tipo de muestras. Por otra, el Patronato

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