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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hipótesis sobre ETA

DE LAS hipótesis que cabe formular a propósito de la última comunicación de ETA, la más negativa es que se trata simplemente de buscar un pretexto para romper el alto el fuego; la más optimista, que ETA viste con galas retóricas la voluntad de reanudar los contactos con el Gobierno. Pero también es posible que los propios jefes de ETA, sometidos a presiones contradictorias, duden sobre el camino a seguir y traten de ganar tiempo. Si es lo primero estaríamos ante algo largamente ensayado por ETA: proponer el diálogo con unas condiciones previas que lo hagan imposible. Por ejemplo, aceptar el principio de la negociación, pero exigir la presencia del Ejército como interlocutor y que las conversaciones fueran retransmitidas en directo. Lo que ahora plantea ETA es un diálogo con el Gobierno sobre el compromiso de respetar lo que decidan los vascos (el famoso ámbito vasco de decisión), la salida de la policía y las Fuerzas Armadas de Euskadi y la liberación de los presos. La aceptación de esos puntos supondría "la superación del enfrentamiento armado". Hay, por tanto, una vuelta a las formulaciones de la llamada alternativa democrática, que habían desaparecido en la propuesta que acompañaba a la declaración de alto el fuego. Ya no está claro que delegue en los partidos nacionalistas la gestión de las reivindicaciones de que hacía depender la conversión de la tregua en definitiva. Se erige en representante de los vascos para negociar un programa político que incluye, con otras palabras, la vieja exigencia de autodeterminación. El Gobierno y el primer partido de la oposición han dicho mil veces, y reiterado ayer, que esa negociación es imposible; que es inaceptable el chantaje de obtener ganancias políticas del cese de la violencia, y que de lo único que se puede dialogar con ETA es de la búsqueda de una salida legal a la situación de los presos. Como esto lo sabe muy bien ETA, la explicación más plausible de su escrito de ayer sería que de nuevo busca un pretexto para matar. Pero el hecho mismo de que se incluya el tema de los presos es una novedad. En anteriores comunicados se les ignoraba o se decía que ése no era asunto a negociar entre ETA y el Gobierno, sino a solventar por el pueblo vasco. No es probable, pero tal vez se trate simplemente de plantear ese tema entre otros, de manera que el resultado del diálogo sea obtener satisfacción al menos a esa cuestión concreta. Se ponen más condiciones para el diálogo, lo cual es malo, pero entre ellas figura la única sobre la que es posible negociar, lo cual es bueno. Sin embargo, es un pésimo síntoma la pretensión de que quien represente a ETA en las conversaciones sea la tríada Kubati-Ternera-Kantauri: un preso cumpliendo condena en firme (entre otras cosas, por el asesinato de Yoyes), uno a punto de ser juzgado, y un tercero, el último jefe de los comandos de ETA, preso en Francia. Mal síntoma, porque ETA sabe que el Gobierno tiene toda clase de argumentos para considerar legalmente imposible satisfacer esa pretensión, que dependería del poder judicial y las autoridades francesas, además de las españolas; porque dos de los designados ya lo fueron para la negociación de la situación de los presos de que hicieron depender la vida de Miguel Ángel Blanco, y porque si los jefes de ETA quieren negociar en serio tendrán todo el interés en ser ellos los negociadores. Pero, incluso si están pensando en volver, es significativo que se consideren obligados a buscar un pretexto: otras veces lo han comunicado por carta bomba. Seguramente dudan. En este año de tregua se han anudado fuertes compromisos entre EH y el nacionalismo democrático, cuya continuidad depende de la irreversibilidad de la tregua. El lehendakari lo ha reiterado estos días en Madrid. Y tanto Garaikoetxea, con gran firmeza, como Arzalluz han dicho que esos compromisos se romperían si hay un atentado. Están en juego fuertes intereses del nacionalismo en su conjunto, y ello es un freno objetivo a la vuelta de ETA a la violencia. Tal vez la designación de la tríada sea un compromiso interno: entre quienes ya hubieran querido romper el alto el fuego y los partidarios de prolongarlo. Así ocurrió en 1996, cuando entre participar o no en las elecciones se decidió lo primero, pero poniendo al frente de las listas a presos y familiares de víctimas de los GAL. Como siempre, el desenlace depende en buena medida de la influencia del nacionalismo no violento. La mayoría de sus dirigentes considera inimaginable el regreso de ETA, por imposible de justificar y por el daño que haría a la causa. Pero otros deslizan argumentos susceptibles de ser interpretados por ETA como una llamada a intervenir. No es el momento de recordar quiénes, pero sí de decir que la cuestión no es si existe o no un conflicto político detrás de la violencia, sino si su existencia justifica o no matar. Deberían aclarárselo a ETA.

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El Gobierno rechaza las condiciones que exige ETA para reanudar el diálogo
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