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Ganar y perder

Emilio Lamo de Espinosa

Que el empate técnico entre Pasqual Maragall y Jordi Pujol que las encuestas hacían explícito (hablo, claro está, de las encuestas serias) sólo se zanjaría en las urnas era previsible y, de hecho, así lo anuncié. Como también que la expectativa generalizada de triunfo de Pujol podía jugarle una mala pasada. Que romper el empate iba a exigir el recuento de hasta un 70% de las papeletas fue, sin embargo, la sorpresa de la noche electoral catalana. Pero lo que, sin duda, nadie pudo prever es que, al final, ganarían los perdedores mientras perdían los ganadores.Y el primer ganador que pierde es ese 40% de electores que se ha quedado en casa indiferente. Que esto ocurra tras cuatro lustros de autonomía catalana -la más florida y glamurosa de España-, otros tantos de gobierno de Pujol y Convergència i Unió -el más florido y glamuroso de los políticos nacionalistas- y en las elecciones autonómicas más competidas e importantes es todo un indicador, negativo, por supuesto, que dice lisa y llanamente que, a pesar de lo que nos quieren hacer creer -y nos creemos con frecuencia-, los catalanes tienen escaso interés en su autonomía y en el gobierno de su Generalitat y, desde luego, mucho menos que en su ayuntamiento o en el gobierno de España. Todo un mensaje y una afirmación de cultura política que no me sorprende, y ya había advertido de cierto cansancio nacionalista que los estudios del Institut Català de Ciències Polítiques ponían de manifiesto. Pues, si antes podíamos pensar que esa indiferencia provenía de la izquierda y/o de los no nacionalistas, no ha sido así en estas elecciones. Y aunque todos sean culpables de ello más lo es, sin duda, quien sobre la abstención ha construido un discurso que le ha permitido gobernar 19 años y repetir. A muchos eso les parece un éxito democrático. Vale... si matizamos. Pues CiU consigue ganar con el 22% del censo, menos de uno de cada cuatro electores, pues ése es su apoyo real si se le despoja de todo maquillaje.

Sobre todo, considerando que, además, la suya no es la lista más votada y la diferencia dista de ser pequeña. Maragall, que era candidato del PSC, pero también de IC-V, le ha sacado a Pujol 84.499 votos, es decir, casi tres puntos de diferencia (exactamente, 2,78). Recordemos que el PP ganó al PSOE en 1996 por sólo un punto y aquello pareció una victoria pírrica. Pues bien, Maragall pierde con tres puntos a su favor. Sabíamos que el sistema electoral español es fuertemente desproporcional, superando incluso a algún sistema mayoritario, pero este resultado es casi aberrante. Para más inri, a Maragall le habría bastado con sólo un diputado más para que fuera el tándem PSC-IC quien se hubiera podido apoyar en el PP o en ERC. De modo que el mal humor de Maragall se comprende. No es broma decir que la suya es la lista más votada aunque tampoco lo sea recordar cuáles son las reglas del juego.

Pues, a más a más, el resultado neto es que todos los partidos, menos el PSC, han perdido apoyo. Y de qué modo. CiU ha perdido casi 150.000 votos; ERC, 36.000, y el PP, nada menos que 126.000 y cinco escaños, un verdadero descalabro. Por el contrario, el PSC (más IC) ha ganado 141.000 y diez escaños netos. De modo que han ganado las elecciones los grandes perdedores: CiU, que repite gobierno en Cataluña, y el PP, que espera repetir en España. Y ha perdido el único ganador nítido: el PSC.

Al final -no sólo es evidente, es además legal y legítimo-, gobernará CiU con el apoyo de su más encarnizado enemigo: la derecha "españolista" del PP. Y éste, previsiblemente, repetirá en las generales gobernando con el apoyo de su más encarnizado enemigo: los "separatistas" de CiU. ¿Enredos de la política? Y de qué modo, pues mientras el PNV rechaza el Estatuto y camina hacia el "soberanismo" (justo cuando la soberanía se nos deshace entre las manos, pero allá ellos) y el PP critica su deslizamiento hacia el rupturismo, el mismo PP avala a los compañeros del PNV en la Declaración de Barcelona en contra de quienes defienden la Constitución. Coherente, ¿no?

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