Carné de antifascistas
CAMILO VALDECANTOS
Nombrar puede valer tanto como crear. Cualquier hacedor de palabras participa, en este sentido, de la divinidad. El logos biblicooriginario y originador, el verbo, sigue almacenando potencia vivificante.O sea que, disquisiciones aparte, más o menos abstrusas y muy trilladas, el oficio de escribir en un periódico, si se modera con razonable escepticismo su verdadera influencia, atesora capacidades nada desdeñables a la hora de acuñar-engendrar realidades que pasan a formar parte del torrente social.
La palabra escrita en un periódico debe ser correcta, atinada, mejor todavía si se logra que resulte brillante, pero, antes que nada, debe ser cuidadosa para no dar vida a disparates que perturben el buen orden mental de los lectores.
Muchos periodistas tienen siempre presente que no deben dejarse arrastrar por el lenguaje de los demás. Las notas oficiales, las de cualquier entidad política, financiera o religiosa, utilizan siempre el lenguaje que conviene a sus intereses.
Hay un ejemplo muy manido: en los últimos años de la dictadura y los primeros de la transición eran frecuentes las notas de prensa, para informar de lo ocurrido en una manifestación, en las que, inevitablemente, se colaba un socorrido "los agentes se vieron obligados a disparar" u otras expresiones similares.
Fue relativamente fácil evitar la trampa; escribir, lisa y llanamente, "la policía disparó" y contar lo que había ocurrido.
Justo por la puerta contraria, y al calor de las fiebres del sarampión democrático que, afortunadamente, este país pudo incubar a finales de los setenta, se coló en los periódicos una torrentera de fraudes lingüísticos que el conglomerado terrorista de entonces logró implantar con extraordinario éxito.
Algún día habrá que entonar un serio mea culpa por las facilidades que durante demasiado tiempo encontró el lenguaje terrorista en los periódicos.
Todavía hay políticos a los que es imposible escuchar que llamen terroristas a quienes ponen bombas o asesinos a los que matan. En este terreno, los periódicos han dado un salto de gigante, pero no definitivo, ni mucho menos.
Álex Grijelmo explicó con detalle en este periódico cómo se ha colado la palabra "tregua" para hablar de que ETA, por el momento, ha dejado de matar, con lo que se instaura la perversa idea de que uno de los dos hipotéticos ejércitos en guerra ha decidido descansar.
Otro ejemplo: seguimos tildando de "violentos" a quienes tienen por oficio incendiar edificios o instalaciones, lo que, como mínimo, supone gravísimos riesgos para sus moradores o sus usuarios. No es difícil imaginar la perplejidad de algunos lectores que no han olvidado el significado de palabra tan común. Violento sólo nombra, en este sentido, al que obra "bruscamente", "con ímpetu e intensidad extraordinarios". De ahí al cóctel mólotov hay un abismo.
Vándalos y extremistas
Muy lejos, por fortuna, del gravísimo mundo terrorista, Barcelona vivió el pasado día 12 un episodio de vandalismo realmente grave y que vuelve a merecer hoy la atención del diario.Medio millar de jóvenes arrasaron una parte importante del barrio de Sants y se enfrentaron con la policía "perfectamente organizados y coordinados", según se contó en el periódico.
Según la misma información, se han registrado en Cataluña, durante los últimos meses, una serie de sucesos "xenófobos y violentos", lo que llevó a la "plataforma antifascista, integrada básicamente por jóvenes antisistema", a convocar una manifestación en la plaza de Sants, muy cerca de donde los ultraderechistas que capitanea Ricardo Sáenz de Ynestrillas celebraban un acto.
Esa información se tituló Medio centenar de jóvenes antifascistas causan graves destrozos en Barcelona.
Y de la perplejidad genérica hemos llegado a la perplejidad concreta y a la protesta de dos lectores por este titular.
Antonio Blázquez, desde Ciudad Real, pregunta si los llamados antifascistas no serán más bien "ácratas, terroristas o revolucionarios".
Juan Ruiz Álvarez, desde Barcelona, ironiza y dice que si al periódico "le cuesta encontrar un adjetivo a estos "muchachos" " -en clara referencia al portavoz del PNV, que suele referirse así a los jóvenes que siembran el pánico en el País Vasco-, él sugiere un calificativo: "fascistas".
Francesc Pascual, autor del texto y del titular, lo defiende porque, asegura, responde a la denominación del grupo que actuó y a la necesidad de sintetizar las ideas y los hechos en un titular periodístico.
El Defensor entiende que estamos ante un ejemplo claro de pasividad ante el lenguaje que tratan de imponer otros.
No parece necesario recurrir a encuestas para afirmar que un porcentaje abrumador de jóvenes, en Barcelona, se siente y se dice antifascista.
El periódico no puede conformarse con las denominaciones que cada grupo quiera atribuirse. Debe contarlas, eso sí, e informar de cómo desea llamarse cada cual, pero sin darle carta de naturaleza. Debió quedar claro en el titular que eran jóvenes de la Plataforma Antifascista quienes protagonizaron los graves sucesos.
Titular genéricamente, atribuyendo la autoría del vandalismo a jóvenes antifascistas puede resultar incluso ofensivo para muchos.
El periódico no debe dispensar carnés de antifascistas. Basta con contar que alguien se denomina de esa forma.
Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (
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