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Tribuna
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Toshack y el cubo de Rubik

Santiago Segurola

Hace algunos años se puso de moda el cubo de Rubik, juego infernal que consistía en rotar las piezas de un cubo hasta conseguir que cada una de las seis caras tuviera el mismo color. El juego requería destreza, paciencia y sentido matemático. Para muchos suponía una tortura que afectaba de lleno al sistema nervioso. Terminaban moviendo las piezas al azar, a la espera de algún milagro que, por supuesto, no se producía. El cubo de Rubik desdeñaba la fortuna en favor de la lógica. Las corazonadas estaban condenadas al fracaso.Desde hace ocho meses, John Toshack anda a vueltas con su particular cubo de Rubik, superado por un desafío que le ataca los nervios. El entrenador del Madrid mueve jugadores, los cambia de demarcación, pergeña sistemas alocadamente, se enfrenta sin éxito al problema de diseñar un equipo, dotarle de los mecanismos que le hagan reconocible, actuar de forma coherente, eliminar dudas y no provocarlas, no caer preso de la arbitrariedad. Todas estas cuestiones suponen el cubo de Rubik que todo entrenador debe resolver. Toshack no lo ha conseguido.

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Goleada sospechosa.

El Madrid ha probado todos los sistemas posibles y algunos imposibles. En Sevilla, Toshack volvió a su querida defensa de tres centrales y dos carrileros. Con ese dibujo estrenó su segundo periodo madridista. Desde aquella derrota con el Betis, el Madrid ha caminado al albur de las decisiones de un técnico que tiene perplejos a los jugadores, a los aficionados y a la crítica.

Ya no se trata de saber a qué juega el Madrid, cuestión fundamental que se le escapa a Toshack. Este asunto es menor comparado con el grado de perplejidad que provocan las decisiones del entrenador madridista, que ha entrado en la peor dinámica posible. En la dinámica de las corazonadas. Como ocurrió con el último Clemente, Toshack parece superado por los acontecimientos. Y en lugar de arbitrar fórmulas sensatas, se deja llevar por las ocurrencias. Donde debería actuar un entrenador, actúa un hombre angustiado que pretende encontrar en el azar las respuestas a su ineficacia. En cada una de sus decisiones se advierte al hombre torturado que confía en un golpe de fortuna, en el dado que le saque de su desesperación. Pero cuando esto ocurre, cuando el deseo del milagro supera al designio de la lógica, ya no estamos ante un entrenador. Estamos ante un derrotado.

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