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Excepción paquistaní

El historiador Tariq Alí ha dicho que el Ejército paquistaní no se resignaba a ser "un huérfano de la guerra fría". Ésa es una de las razones estructurales por las que se ha producido el reciente golpe en Pakistán, con la instalación de un régimen militar que, precisamente por no haber anunciado ningún calendario de restablecimiento de la democracia, demuestra cuánta razón tiene el autor mencionado.La guerra fría autorizaba tácitamente a los Ejércitos del Tercer Mundo afecto a Occidente a intervenir para conjurar lo que entendieran como peligro de subversión, ni siquiera necesariamente comunista. Los establishment militares bien dispuestos a hacer de centinelas de Occidente solían gozar del prejuicio favorable, o por lo menos de la discreción, de Washington a la hora de juzgar sus actos.

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La guerra fría ha desaparecido, y con ella la justificación de que cualquier inestabilidad puede jugar en favor del otro campo, puesto que ahora todos juegan en campo similar, y, por tanto, el gesto de las Fuerzas Armadas paquistaníes parece hoy una reivindicación del pasado, una negativa a aceptar que ya no son tan necesarias como antes.

A mayor abundamiento, los últimos años de la guerra fría e incluso los primeros de lo que sea que esté sucediendo a la bipolaridad norteamericano-soviética, habían sido especialmente buenos para la autoestima del Ejército de Islamabad. En la década de los ochenta, una guerrilla islamista combatía a un régimen procomunista en Afganistán, primero asistido por los soviéticos, y, tras la retirada de éstos en 1988, en la soledad de un país semifeudal.

Esa guerrilla necesitaba para subsistir el mismo apoyo que en su día las guerrillas procomunistas tenían o hubieran querido recibir de La Habana y de Moscú, y el conducto privilegiado de esa ayuda fue durante años el Ejército paquistaní, muy en particular su servicio de inteligencia.

La guerrilla islámica, en su última versión de los talibán, a comienzos ya de esta década, llegó a considerarse en medios militares de Islamabad casi como una creación propia, hasta tal punto los generales paquistaníes constitutían el gran apoyo externo del movimiento. En los últimos años, sin embargo, el movimiento talib, además de haber ganado ya virtualmente la guerra, ha demostrado ser una fuerza a la que difícilmente puede uno ufanarse en ayudar, por su aversión a todo lo que sea un comportamiento mínimamente civilizado. Al cesar, por todo ello, el apoyo norteamericano, el Ejército de Islamabad entraba en una especie de jubilación de amor propio que le hacía soportar cada vez peor lo que, sin duda, es el mal gobierno y el latrocinio en el que se han ilustrado los mandatarios civiles del país durante los 28 años, de los 52 de existencia de Pakistán, en que los militares les han permitido gobernar.

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Todo parece indicar, por añadidura, que el primer ministro depuesto, Nawaz Sharif, contra quien, significativamente, los militares hablan de exigir responsabilidades ante la justicia, trataba de ganar definitivamente la batalla política al Ejército, reduciéndolo a una milicia más de un país formalmente democrático; es decir, quería convertir aquella orfandad en situación permanente. Y para ello trataba de apoyarse en los servicios de inteligencia, procurando lo que habría podido ser una grave división de las Fuerzas Armadas. La obligación impuesta al Ejército de retirarse de sus posiciones en la Cachemira en disputa con India, duramente obtenidas en una breve guerra este verano, fue la señal para que la milicia paquistaní decidiera que el fin de la URSS no podía condenarla eternamente al silencio.

Hoy, Washington se ve obligado a sancionar al nuevo régimen porque carece de la excusa de la guerra fría, pero el verdadero test de la anuencia occidental a un golpe que no parece tener prisa en civilizarse, será la actitud del FMI en relación a la urgente ayuda que precisa Islamabad para llegar a fin de mes. Entonces sabremos si se admite la excepción paquistaní a la regla de que, tras el fin de la bipolaridad, los golpes militares ya no son necesarios.

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