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Casas vacías

¿Qué es exactamente una casa vacía? No me refiero a los pisos abandonados durante un mes o un fin de semana, a los que conservan para sus dueños un silencio acogedor y un orden conocido que sólo aguarda su vuelta para ser reconquistado, que mantiene calientes e inalterables sus auténticas vidas, a salvo del resto del mundo, listas para reanudarse de manera inmediata justo en el punto en que las interrumpieron unas vacaciones, una enfermedad o un viaje de negocios; no me refiero a eso, sino a las casas deshabitadas de verdad, a las viviendas que alguien mantiene, por un motivo u otro, cerradas y fuera del mercado, desiertas sin remedio ni límite, tal vez para siempre.Dicen que en Madrid hay alrededor de 300.000, y da miedo pensar en ellas, en sus luces fundidas, sus paredes sin nada y sus cuartos fantasmales, en sus ventanas sucias, sus cañerías sin uso en donde se acumulan litros de agua roja y enferma, agua del color de la sangre. Da miedo y, además, parece injusto.

Quien alguna vez ha cambiado de domicilio sabe que buscar una casa te permite vivir a un tiempo varias vidas, ser tú mismo y también ser otro diferente: uno recorre los salones y los jardines en venta, pasea por cocinas y dormitorios que podrían ser suyos, empieza a imaginárselos como lugares propios; quizá los amuebla y decora mentalmente, los pinta con sus tonos favoritos, se ve pasar en ellos toda una vida, ve a sus hijos entrar por la puerta 20 años después, convertidos en mujeres y hombres adultos que buscan un consejo o ayuda, que necesitan compañía, unas horas de tranquilidad en un ámbito confortable y amigo.

¿Existe gente que no haya visitado en alguna ocasión una casa muy por encima de sus posibilidades, que no lo haya hecho por el puro placer de contemplarse unos minutos convertido en otro, en alguien más feliz o, sencillamente, más próspero, la clase de persona que podría pagar un sitio como ese? Las casas clausuradas son inútiles y, por añadidura, nos roban nuestros sueños.

No sé cuáles son las razones más habituales de que existan tantos pisos sin ocupar, y lo más frecuente es que se trate de asuntos privados o de oscuras estrategias inmobiliarias, pero creo que debiera de haber una ley contra ellos, me parece que sus propietarios deberían estar, de algún modo, obligados a venderlos o a alquilarlos, a permitir que otros disfrutaran de lo que a ellos, por lo que parece, les sobra o no les interesa. ¿Para qué sirven todos esos metros cuadrados estériles, tan herméticamente aislados? No valen para nada, excepto para entorpecerlo todo, para encarecer hasta niveles salvajes los inmuebles que sí están disponibles, conseguir que los precios suban un poco más cada vez y que la gente deba endeudarse de una forma brutal si quiere poseer un piso propio o tire la mitad de su sueldo en un alquiler. Creo que una necesidad básica como ésta debería estar más protegida, sujeta a una regulación que impidiera los abusos.

¿Quién va a hacer esa regulación? ¿El Ayuntamiento de Madrid, que lleva décadas destruyendo minuciosamente la ciudad para entregársela a la especulación más desvergonzada; que permite que se derribe la hermosa pagoda de Miguel Fisac; que recalifica parques y zonas verdes para levantar horribles bloques de cemento o urbanizaciones y, en general, autoriza lo que haya que autorizar, por bárbaro o incomprensible que sea, con tal de mantener en marcha el negocio de la construcción? ¿No sería mucho más lógico obligar a abrir los cientos de miles de pisos cerrados, en lugar de hacer otros nuevos?

Una casa vacía es un renglón tachado, un lugar en el que no puede ocurrir nada, un espacio en blanco en la historia de la ciudad. Una casa vacía beneficia a una persona y daña a muchas otras porque es también un robo, una manera de quitarnos el hogar en el que quizás hubiéramos podido ser tan felices.

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