ARTE Y PARTE Coalición de izquierdas catalanas ORIOL BOHIGAS
En la campaña electoral, la mayor parte de partidos se ha empeñado en mantener las necesarias ambigüedades para aprovechar las diversas ambigüedades de la ciudadanía: más votos aunque sean sin demasiados compromisos. Pero los ciudadanos que nos hemos interesado por las bases reales de las respectivas posiciones hemos podido leer entre líneas algunas tendencias a veces escasamente programadas, pero consistentes y enraizadas. Por ejemplo, en el debate de TV-3 del primer día de campaña quedó bastante claro cuál era la posición de los partidos respecto a las reivindicaciones nacionales de Cataluña o, en términos más precisos, respecto al establecimiento de nuevas cotas de libertad nacional y, por tanto, de soberanía.La posición de Alberto Fernández (PP) fue, naturalmente, coherente con su españolismo radical y, por tanto, no cuenta en el elenco de propuestas catalanistas. Todos los demás, en cambio, se presentaron con programas para aumentar aquellas cotas, y lo interesante fue comprobar que estas propuestas eran más radicales cuando procedían de partidos situados más a la izquierda. Desde Pujol (CiU), que insistió en que sólo se podía mejorar el autogobierno paso a paso, pactando, aceptando alianzas y ofreciendo compensaciones al Estado, hasta Elisenda Forés (Els Verds), que reclamó abiertamente la instauración de una República Catalana independiente, pasaron una serie de propuestas de intensidad creciente: Maragall (Ciutadans pel Canvi y el PSC) insistió en la idea del federalismo como un paso hacia un alto grado de soberanía, Carod Rovira (ERC) reclamó una reforma de la Constitución y una radical superación del Estatut, Ribó (IC-V) planteó la urgencia de un Estado plurinacional y Lucchetti (EU i A) exigió la autodeterminación. A medida que el discurso político se hacía más de izquierdas -bienestar, participación, empleo, inmigración, seguridad social, impuestos, etcétera- se subrayaba con más intensidad el asunto del autogobierno y de las libertades nacionales. Todos ellos se mostraron más radicales en su catalanismo que Pujol. Así pues, en contra de la habitual clasificación que nos ofrecen las estrategias partidistas, el que quiso entender entendió que el catalanismo vuelve a ser un atributo de la izquierda -desde el socialismo a las consecuencias adaptadas del comunismo- como lo fue durante la República, abandonada al final por los falsos catalanismos de derechas, y entendió también que toda la izquierda catalana -explícitamente o en formas momentáneamente atenuadas- aspira a un cambio estructural que abra el paso a la república.
El día siguiente al debate, Pilar Rahola publicó un artículo en estas mismas páginas titulado ¿Votar Maragall desde el nacionalismo?, en el que con un gran ingenio dialéctico demostraba que Pujol y Maragall no podían presentarse como un catalanista y un anticatalanista incuestionables -como se suele hacer desde el nacionalismo hasta ahora hegemónico-, sino como dos catalanistas de distinto contenido político. Y agregaba que en unas elecciones autonómicas la defensa de la autonomía y el impulso a mayores cotas se debe dar por sentada desde la derecha y desde la izquierda en los partidos enraizados en el país y no debe utilizarse, por tanto, como una intromisión electoral. Aunque, yo añadiría, el nacionalismo de derechas tiene siempre el peligro de caer en la pura escenografía o en la cursilería, mientras que la ideología social de la izquierda puede avalarlo en una línea de progreso y de solidaridad.
Ya sé que no se ha resuelto definitivamente la dependencia del PSC respecto al PSOE español, y quizá esto pueda crear entre los electores algunas dudas sobre el catalanismo de Maragall. Pero hay que reconocer que la creación de Ciutadans pel Canvi y las demás plataformas han marcado un proceso que seguramente será irreversible, sobre todo ahora que el PSOE pasa por unos momentos de grave descalificación. Hay que suponer que una victoria de Maragall comportará la definitiva autonomía de su partido, sea el PSC o sea el que logre agrupar.
El debate de TV-3 demostró también otro hecho importante. Con pequeñas excepciones, los programas de muchos partidos de izquierda -o los profundos convencimientos expuestos a veces con demasiada exaltación y a veces con demasiada timidez- presentan un tono similar en las cuestiones fundamentales. A pesar de las escaramuzas, esto se ha comprobado también a lo largo de la campaña.
Las encuentas indican que la diferencia de votos entre Maragall y Pujol serán pequeñas y que, por tanto, habrá que ensayar coaliciones. Si los periódicos de derecha ya anuncian una mayoría basada en CiU y el PP, Maragall debe pensar en un ineludible frente de izquierdas catalán en el que se incluya por lo menos a IC-V y ERC, un frente que ya lleva un largo y eficaz ensayo en muchos ayuntamientos, especialmente en Barcelona. La candidatura unitaria con IC-V en Tarragona, Girona y Lleida es un paso importante, pero para completar el consenso de izquierdas -tan trascendental para conseguir aquellas cotas altas de autogobierno- hay que contar con ERC. Si el PP está dispuesto a integrarse en un frente de centro derecha, IC-V y ERC deben aceptar en una nueva Generalitat la responsabilidad de su reconocida tradición de izquierda. Cuando ERC afirma que su papel es el de frenar los pactos de CiU y el PP hay que recordarle que el mejor freno es unirse a un frente de izquierdas catalán. Pero si esto no es seguro, para evitar sobresaltos, lo más aconsejable será, sin duda, votar directamente a Maragall.
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