De Suecia a los higos AGUSTÍ FANCELLI
Maragall hablaba de Suecia. En el Prat de Llobregat. Decía al millar largo de personas concentradas que los suecos sí controlan la asistencia domiciliaria a la tercera edad y que se han inventados unos aparthoteles estupendos para cuando no queda más remedio que ingresar a los ancianos. En estos aparthoteles, informó, los ancianos pueden llevarse sus libros, dijo sus libros. También explicó que la viuda de Olof Palme le hizo saber en cierta ocasión que los suecos se gastaban en guarderías una barbaridad: en un año, algo así como la mitad del presupuesto del Ayuntamiento de Barcelona. En fin, que lo del mitin no es de la cosas que a este hombre le salen mejor. Hablar de Suecia y de la viuda del que fue su primer ministro hace tropecientos años en la zona del delta del Llobregat no parece que observe el principio de proximidad del poder que tanto le gusta mentar al líder socialista. Ya tratando de cosas más próximas, Maragall calificó a Pujol como un coll de figa. Y ladeó la cabeza, apoyándola sobre su hombro izquierdo. Risas muy contenidas. ¿Coll de figa? Extraña expresión. Yo recordaba la figa de coll de dama, que es aquélla de pedúnculo largo y elegante, nada que ver con el gesto que el candidato socialista pretendía ridiculizar en ese momento. El Alcover-Moll, pronto. Pues sí señor: ahí está, en la variante valenciana, la expresión "fer coll de figa". ¡Pero, demonios, equivale a morirse uno! No, Maragall no iba tan fuerte ayer noche. Con el respeto que le tiene a Pujol, de haber consultado el diccionario seguro que hubiera optado por alguna fórmula más suave. Por ejemplo: "La figa i la dona quan torç el coll és bona". ¡Ahí va! No, eso tampoco, que es una incorrección política de primer orden. En fin, da igual. Total, tampoco la gente le entendía mucho: ni lo de Suecia ni lo de los higos.
"Es que a esta hora ya está cansado, el pobre", decía un seguidor piadoso. Era cierto. Al final, incluso, se estaba quedando sin voz. Pero ahí estaba la sintonía sociata para echarle el capote. La sintonía no es sueca, ni tiene que ver con los higos, sino con la avena. Es, lo habrán adivinado, El ball de la civada, en diversos arreglos del mestre Bardagí. Hay hasta cinco variantes. La primera que sonó fue la versión llamada minimalista, que es como un fox-trot muy sincopado. Cuando el líder subió al estrado, pusieron la versión fanfarria, que también es la que despide el mitin en el momento del reparto de claveles entre el personal. Y finalmente, como traca final, la civada se pone salsera, con uso y abuso de percusión. Fusión por un tubo, nano. Y aún hay otras dos versiones que suenan en casos muy especiales: la clásica y la ceremonial. Pero eso es cuando ya los socialistas van para nota. Es decir para el Palau Sant Jordi. A ver si allí hay más ánimos, que ayer fue un muermo.
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