Los "chamos" de la calle
A un chamo de 12 años le dejaron marcado de por vida. Un policía de un Instituto de Reclusión de menores de Venezuela utilizó su cuerpo para jugar a la vieja, al cruz y raya, con el filo de una navaja. Otros tuvieron peor suerte. Los funcionarios les dejaron morir calcinados en una habitación de uno de estos centros. Ésta es la realidad de los niños de la calle en Venezuela y en otros países de Latinoamérica, una realidad conocida y en ocasiones ignorada; otras veces, simplemente censurada. A la realizadora venezolana Elia Schneider estos acontecimientos le sacuden como una afrenta casi personal. Por eso ha hecho de su cine un arma de denuncia, de su presencia internacional un compromiso por difundir con todas las consecuencias las penurias sociales, políticas y económicas del país. "No puedes ser insensible a la situación", asegura. "Me encantaría adaptar El enemigo del pueblo de Ibsen, pero cómo voy a obviar lo que pasa a mi lado. Te cuestionas seriamente cuál es tu fin como artista y el mío es un cine de urgencia". De ahí la presencia de la directora en el Festival Internacional de Cines y Culturas de Ámerica Latina de Biarritz con Huelepega, una película que participa en la competición y que sólo en su título encierra las consecuencias de un panorama desolador; la droga como única escapatoria. Este largometraje, que cuenta la historia de las víctimas de 40 años de corrupción y de pobreza, sufrió en su propio celuloide las presiones del Gobierno de Rafael Caldera. Funcionarios trataron primero de "detener el rodaje" en 1997, y más tarde de "prohibir su clasificación con el fin de evitar que se exhibiera en Venezuela", con el propósito de impedir que la realidad asomara a la superficie, que el arte pudiera desbaratar su imagen. La llegada del populista coronel Hugo Chávez al poder abrió nuevos horizontes para el filme. Schneider reconoce que entonces "se entendió la película como una forma de abrir un debate" que contribuya a cambiar la situación del país. La cineasta ha logrado que realidad y ficción se solapen. El filme narra la historia de Oliver, un niño de 11 años, al que su padrastro, un hombre violento y alcohólico, le echa de casa. Su madre no media en el conflicto por temor a ser golpeada. A partir de ese momento Oliver vive en la calle y abre una ventana a hechos reales sucedidos en Venezuela. En este país se calcula que un 80% de la población vive en estado de pobreza crítica, alrededor de 1,2 millones de niños trabajan y cerca de 7.000 viven en la calle. Una situación lleva a la otra. Hay que tener en cuenta que el trabajo de los más pequeños supone el 25% de los ingresos de la economía familiar. De esta forma, por mucho que la educación sea obligatoria hasta el bachillerato, es difícil garantizar que los padres lleven a sus hijos a la escuela. La responsable del Instituto Nacional del Menor de Venezuela, Nancy Pérez, asegura que la situación está cambiando, que se está avanzando para mejorar la herencia que han recibido.
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