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Laboreo siniestro

Juan José Millás

El efecto 2000 ha llegado a los juzgados de la plaza de Castilla con medio año de ventaja. La justicia es lenta para lo bueno, pero para lo malo siempre ha tenido unos reflejos sorprendentes. Ninguna empresa, y las hay verdaderamente cochambrosas, había logrado tomar la delantera de este modo a las profecías apocalípticas relacionadas con el cambio de siglo y los ordenadores. Pero es que la justicia no es una empresa. Queremos decir que ni siquiera es una empresa. Por eso no funciona. Si uno fuera Margarita Mariscal de Gante, Dios no lo permita, subarrendaría la justicia a una empresa solvente, capaz de sanearla y sacarla a Bolsa, como la funeraria. Muchos ciudadanos creerían más en la justicia si la impartiera El Corte Inglés que la plaza de Castilla. Por eso es tan irrelevante ahora la discusión sobre el jurado: careciendo de máquinas de escribir, de luz eléctrica, de gomas de borrar, resulta patético ponerse anglosajón.De momento, habría que privatizar la gestión de los sumarios, como ya se está haciendo en la sanidad pública con los historiales clínicos, y aplicar criterios de rentabilidad inmediata, ya que la justicia, sobre ser mala, continúa resultando cara, especialmente para el usuario o víctima: el usuario de la justicia es siempre una víctima (pleitos tengas y los ganes). Luego hay que limpiar, hay que limpiar. Uno ha estado en la plaza de Castilla y aquello parece la Renfe de los años cuarenta. Es preciso lograr también una mayor intimidad entre los declarantes y los oficiales o quienes quiera que sean esos señores que toman testimonios a destajo desde detrás de una mesa pringosa. Un amigo mío fue a divorciarse y todavía no sabe si le interrogó un juez, un secretario o un particular que se había sentado a fumar un cigarrillo. Además, mientras hablaba a voz en grito de cosas personales, no podía dejar de oír la declaración del de al lado, que no guardaba relación alguna con lo suyo. La primera función de la justicia es decir hasta dónde llega lo de uno y dónde empieza lo de otro. Cuando los sumarios se confunden, se enredan, se trastocan, aparece Kafka, tan de moda por cierto en los últimos días, mira que es casualidad.

Pero no hay que agobiarse. Las soluciones experimentadas en otros ámbitos laborales pueden aplicarse también a la plaza de Castilla. Si faltan jueces o fiscales, o técnicos en informática, acudan a una empresa de trabajo temporal, por Dios. Piensa uno que si esas empresas crecen como hongos no es por estimular la lucha de clases y todo eso, sino porque funcionan bien. Las Torres Kio, que están ahí mismo, junto a los juzgados, han sido levantadas sin duda por mano de obra subarrendada o periférica, y fíjense la altura que tienen. Es cierto que quedaron un poco torcidas, pero parece que se trata de una torcedura intencionada: cosas de la vanguardia. Peor estado presenta la justicia, siendo tan conservadora, así que no sabe uno si el deterioro general se debe a una cosa o su contraria. Jamás la reacción y la revolución se dieron la mano como en la plaza de Castilla.

Alguien podría argumentar que la siniestralidad laboral ha subido mucho en Madrid con la cultura del subarriendo (un 40% en el último semestre, 42 muertos en lo que va de año), pero no se puede tener todo. Si queremos eficacia, es preciso actuar de forma un poco siniestra. Así es como las cosas funcionan, qué le vamos a hacer. El laboreo siniestro es la otra cara de la siniestralidad laboral: no pueden separarse sin que desaparezca el chollo. Algunos dirán que un profesional de la justicia tarda mucho en formarse y que no puede exponerse a la siniestralidad propia del resto de las actividades.

Pero de qué nos sirve que estudien tanto, si luego fallan los sistemas informáticos y el resultado final es que nos quedamos en la calle. Personalmente, si un día tuviera que ser juzgado, me encantaría tener por juez a un marroquí de patera contratado temporalmente para ese menester. Creo que me comprendería mejor que la mayoría de los jueces en activo. Sobre todo, si en lugar de estar a sueldo del Ministerio de Justicia, o lo que sea eso que dirige doña Margarita, le paga una empresa privada que ha obtenido la concesión en buena lid.

Entretanto, y para salir del atolladero, puedo recomendarles un informático que me saca de apuros cuando tengo problemas con mi ordenador. Se presenta en casa al poco de llamarle y resuelve el problema en diez minutos. Te cobra, eso sí, un ojo de la cara, o un riñón. Quizá no sea justo, pero es más eficaz que la plaza de Castilla. Y no huele tan mal.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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