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Tribuna:
Tribuna
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El imperio

A finales de los años cincuenta y primeros de los sesenta, la población china crecía a razón de 25 millones por año, pero Mao respondía cuando algunos consejeros le alertaban sobre el grave peligro de superpoblación: "El chino nace con una boca y con dos manos para alimentar la boca. ¿Cuál puede ser el problema?". El problema fue colosal. De 1949 a 1980, el país pasó de unos 540 habitantes a 1.000 millones. Desde entonces, más o menos, un firme control policial de los nacimientos ha logrado que la población no creciera, dentro del censo, en más de 220 millones de personas. ¿Éxito total?La República Popular China celebra estos días su 50º aniversario, y de nuevo, como cada cumpleaños, afronta una nueva encrucijada. De hecho, a fuerza de reducir la fecundidad, el aumento de la población no llegó a alcanzar el 1% en 1998, y en 1999 brotan los temores de que la India le arrebate pronto el título de campeón demográfico mundial.

Y no sólo esto. Las penas a los padres infractores del hijo único han provocado la existencia de casi 250 millones de niños clandestinos, carentes de identidad y, por tanto, privados de cualquier derecho de asistencia pública, incapacitados para obtener un trabajo fijo o un permiso de conducir o la titularidad de un teléfono o un matrimonio legal. Pero encima, y de acuerdo con la vieja preferencia nacional, la casi totalidad de ellos son varones una vez que los fetos femeninos se abortaran y se asesinara incluso a las recién nacidas.

El excedente de hombres es hoy del 20%, y la Academia de Ciencias asegura que un chino de cada seis no encontrará con quien casarse. Es decir, 111 millones de chinos quedarán acaso sin descendencia, y, con ello, se acentuará el envejecimiento global. No sólo, como decía Mao, se hará necesario que dos manos alimenten una boca, sino que habrá tantas bocas seniles abiertas que, según los especialistas, puede presentarse la paradoja de que la insuficiencia de natalidad acabe anulando los esfuerzos de desarrollo económico de veinte años. China es un cosmos, y así como la escala del universo desbarata la usual concepción del tiempo, las formidables magnitudes de China son capaces de invertir el sentido común de la época.

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