Franco y Rojo
Leo el día 21, en su periódico, la columna de Miguel Ángel Aguilar dedicada a los exiliados republicanos de 1939, que incluye este acertado comentario: "Para Franco eran, sin más, restos de la anti-España que debía ser aniquilada. Pero entre los exiliados, a los cuales se llegó a borrar hasta el registro civil y a privar de sus bienes, sus títulos y sus oposiciones limpiamente ganadas, a los que se depuró hasta de los colegios profesionales para impedirles toda actividad, se encontraban muchos de nuestros mejores en las ciencias, las humanidades, las letras, las artes, la música, la pintura, el periodismo". Lamento que Miguel Ángel se haya olvidado aquí de los militares y de lo que yo he dejado escrito en mi libro Franco y Rojo. Dos generales para dos Españas, que él ha leído y que conserva en su biblioteca. En ese libro (página 229) se afirma textualmente: "Como muchos de los hombres que formaron parte de las generaciones del 14 y del 27, artífices de lo que se ha denominado Edad de Plata de la cultura española, el general Rojo (ganador del Premio Villamartín, concedido a los autores militares) emigró a "las Américas" con su bagaje de conocimientos. Allí sabrían valorarlo debidamente, como a los componentes de las citadas generaciones. Allí aprovecharían lo que la España de Franco había desechado. Rojo reinició sus tareas de profesorado; publicó interesantes artículos en la prensa sobre temas bélicos, referidos, principalmente, a la Segunda Guerra Mundial; escribió una serie de libros, que le convierten, sin ningún género de dudas, en el tratadista militar español más notable de este siglo. (Citamos algunas de sus obras: ¡Alerta los pueblos!; España heroica; Así fue la defensa de Madrid; Elementos del ar-Pasa a la página siguiente
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te de la guerra; El ejército como institución social; La guerra en sí; El imperialismo y las guerras mundiales; La guerra de mañana...). Todo esto se lo perdería la España franquista, donde la deformante enseñanza militar, basada en los métodos impuestos por el propio Franco en su época de director de la Academia General (1928-1931), forjó a unos oficiales con alergia a los libros, pero empapados de los degradantes modos del "militarismo dixoniano" y del fascismo. Una España en la que se abandonaría el estudio de los temas militares (en su dimensión humana y social, sobre todo) en beneficio de las desmesuradas loas a "la egregia figura del Invicto Caudillo" y lo que él representaba; al lado de lo cual, todo lo demás resultaba secundario o ridículo, cuando no peligroso o nocivo".-
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